Catástrofe en Colombia
Con más de 200 muertos y otros 200 desaparecidos por el desbordamiento de tres ríos en Colombia, la ciudad de Mocoa, fronteriza con Ecuador, se fue a dormir ayer sábado tras una de las peores tragedias naturales del país.
Más de un millar de rescatistas suspendieron por la noche del sábado la búsqueda de cuerpos por la falta de electricidad y de seguridad, después de que las peores lluvias que ha visto esa región en 25 años dejaran el lugar bajo el barro, sin luz ni agua y apenas con comunicaciones.
En la madrugada del viernes, un alud de lodo y escombros sepultó gran parte de esta ciudad de 42,000 habitantes, dejó casas derribadas a su paso, arrancó árboles y arrastró automóviles.
Los últimos datos difundidos por la Cruz Roja cifraban en 206 los fallecidos y 220 los heridos. Unos 2,000 damnificados duermen en albergues temporales porque sus casas quedaron inundadas por los escombros y ante el temor de que una nueva avalancha los despierte en la noche.
"Estas lluvias son cada vez más intensas y tenemos que estar preparados", dijo el presidente Juan Manuel Santos desde la zona, donde declaró estado de calamidad y abrió una cuenta bancaria para recibir donaciones para los damnificados.
A última hora del sábado, los centros de salud atendían a 202 heridos, 22 de los cuales fueron transportados a Bogotá. Las autoridades reportaron que los hospitales locales se encontraban abarrotados. Medicina Legal instaló una morgue de emergencia para identificar a los cuerpos.
"Las calles parecían ríos, había carros encima de las casas", contó Javier Armando Solarte, funcionario del gobierno que se despertó por las sirenas de los bomberos cuando empezó el caos la víspera. El agua entraba a las casas mientras la gente trataba de escapar del lodo.
"Eran las once y media cuando sonó como una bomba, durísimo. Los que corrieron, se salvaron y los que no, ahí quedaron", dijo un señor de mediana edad a la televisión local Caracol. El estruendo duró unos quince minutos y la desesperación de quienes trataban de rescatar familiares, amigos o vecinos, aumentaba ayer sábado a medida que se acercaba la noche.
Eduardo Vargas, de 29 años, estaba durmiendo con su esposa y su bebé de siete meses cuando lo despertaron los golpes de los vecinos en la puerta de la casa. Recogió a su familia y empezó a correr hacia una montaña entre gritos de la gente en pánico. "No tuvimos tiempo para nada", relató.
Vargas y su familia esperaron junto con una veintena de vecinos, mientras los escombros engullían sus casas. Por la mañana, cuando el Ejército los ayudó a regresar, sus viviendas habían quedado reducidas a rocas y tierra. "Dios nos salvó la vida", concluyó.
"Hay mucha gente buscando a sus parientes", afirmó el vocero de la Cruz Roja, Óscar Forero.