Siglo Nuevo

Centenario bolchevique

El fin de la más opulenta monarquía

Foto: EFE/Anatoly Maltsev

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YOHAN URIBE JIMÉNEZ

Fue parado cuando los revolucionarios tomaron el Palacio de Invierno en la madrugada del 25 al 26 de octubre de 1917, según el antiguo calendario juliano. Las manecillas del mítico reloj del museo del Hermitage marcaron las dos y diez minutos, la hora del triunfo, a lo largo de una centuria. Ahora ha vuelto a marchar y el suyo es un nuevo tictac de la era del Internet.

Está bañado en oro, su base es la figura de un rinoceronte, su lugar está en el 'comedor blanco' del Palacio de Invierno, que fue hogar de la familia real y ahora es sede del Hermitage. El inmueble aún conserva en sus salas las huellas de los disparos efectuados.

Los bolcheviques asaltaron el edificio y pusieron bajo custodia al gobierno provisional de Alexandr Kerenski.

El célebre cineasta Serguéi Eisenstein recreó la escena en su filme titulado Octubre. Al director de El acorazado Potemkin y la inconclusa ¡Qué viva México! se le pasó la mano, exageró los hechos de armas. En la realidad apenas hubo violencia.

La puesta en funcionamiento del simbólico reloj no fue el único hecho destacado en el recinto con miras a la celebración centenaria, mas Mijaíl Piotrovski, director del museo de la antigua capital imperial, ya había anunciado que no se escenificaría la toma del edificio ni se repetirá el cañonazo del crucero Aurora que dio inicio a la revuelta en Petrogrado, actual San Petersburgo.

A comienzos del XX el Imperio ruso abarcaba un sexto de toda la superficie mundial y aglutinaba a 170 millones de personas, 8 de cada 10 habitantes eran campesinos.

La Rusia imperial se regía bajo el absolutismo de la dinastía Romanov. Sólo después del Domingo Sangriento, las protestas pacíficas hechas en 1905 ante el Palacio de Invierno que fueron violentamente reprimidas, Nicolás II aceptó, no sin timidez, introducir reformas dirigidas a la creación de una monarquía parlamentaria.

Sus actos legislativos, sin embargo, no devolvieron el contento al pueblo. El estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 y el asesinato de Rasputín, el 30 de diciembre de 1916, precipitaron el movimiento que acabó con el régimen zarista.

Atrás quedaron las opulencias de los Romanov, reflejadas en un álbum con fotografías de la coronación de Nicolás II en 1896. Las imágenes, hoy día, son sinónimo de opulencia y derroche. El álbum se ha convertido en pieza clave de muchas exposiciones.

La segunda fase llegó en octubre. Los bolcheviques, encabezados por Lenin, se alzaron con el poder y convirtieron a Rusia en el primer país del mundo bajo un régimen comunista, así inició una guerra civil.

Desde noviembre de 1917 el Ejercito Rojo bolchevique se enfrentó a fuerzas opositoras, conocidas como el Movimiento Blanco. El conflicto se alargó hasta 1923.

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Familia imperial rusa. Foto: Museo Hemitage

LECCIÓN

Todas las revoluciones exitosas cambian estructuras políticas, económicas, sociales, culturales y artísticas. En el caso de la nación de las matrioskas surgieron personajes como Vasíli Kandinsky (1866-1944), destacado pintor pionero del arte abstracto, y el compositor Fiódorovich Stravinski (1882-1971) uno de los músicos más destacados e influyentes de la primera mitad del siglo pasado.

Así lo explicó Patricia Galeana, directora del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), al inaugurar el foro Centenario de la Revolución rusa. Con Kandinsky y Stravinski, la pintura y la música dejaron de ser para una élite y pronto llegaron al pueblo, a las grandes masas, las bellas artes se democratizaron y el beneficio se distribuyó entre millones de personas.

En el caso de México, explica la doctora Galeana, considerada la historiadora más destacada del país, tras la Revolución mexicana llegó el muralismo con Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, lo cual tuvo un impacto muy fuerte en otros países de la región latinoamericana: “De esa forma, la pintura salió de las galerías”.

En el mismo coloquio, el embajador de la Federación Rusa en México, Eduard Malayán, destacó que tras el conflicto interno iniciado en febrero de 1917 y concluido a finales de 1921, quedaron muchas reflexiones en torno a las dificultades de recomenzar, o sobre los posibles efectos, o acerca de la forma en que influyó al resto del planeta.

“La Revolución de Octubre le abrió a la humanidad nuevas puertas para el desarrollo y eso, nadie puede cuestionarlo ni desaparecerlo de la historia, ni en su aspecto positivo ni en lo negativo; lo importante es conocer sus razones y sacar conclusiones. En mi país, el centenario de la Revolución rusa abrió el camino a la reconciliación, para entender que tenemos una sola historia”.

Los hechos del 17, según Malayán, afectaron a todas las personas, cualquiera que fuera su ideología. “Hay que entender que somos un solo pueblo”, comentó y agregó: “No es un juego de palabras, es un concepto histórico. Es un proceso de revolución y pasó por varias etapas, la de febrero, la de octubre, hasta la formación del poder soviético en 1921 con los resultados que el mundo ha conocido”.

El embajador subrayó que la Revolución de Octubre es uno de los eventos más destacados del pasado reciente. Su relevancia en el plano internacional y en el destino de muchos pueblos está lejos de agotarse. Al interior de Rusia, dijo, es el acontecimiento más grande en tiempos recientes: los otros dos grandes eventos de los últimos cien años en esa zona del globo, la victoria sobre los fascistas y la desintegración de la Unión Soviética, están relacionados con la lucha contra el antiguo régimen.

Especialistas como el doctor Enrique Semo, historiador decano de la UNAM y consejero técnico del INEHRM, destacan, entre los logros de haber derrocado al régimen monárquico, la transformación del siervo en obrero, del súbdito en ciudadano. Además, mostró al mundo, aseguran, la vía a seguir con miras a liberar a los pueblos de la desigualdad: “Millones de campesinos analfabetos pasaron a ser obreros o ingenieros agrícolas de todo tipo”.

Ese evento mostró el rumbo hacia el socialismo y la esperanza de una mejor calidad de vida y de oportunidades, lo que no tiene paralelo en la historia de la humanidad. “La Revolución rusa fue la más importante de una centuria y de una década de revoluciones, la israelí en 1905, la mexicana en 1910, la alemana de 1918 y la turca de 1919. La rusa creó un Estado socialista no ajeno a muchos problemas”.

El Estado socialista acortó la brecha en la distribución de la riqueza y estructuró una planificación central en una época en la que no había equipos informáticos.

“Creó un poder con la participación de obreros y campesinos, y generó condiciones de igualdad en salud, vivienda, educación para toda la población, y en 59 años creció su producción exponencialmente”, explica Enrique Semo.

Según el historiador de la UNAM, el movimiento bolchevique influyó en el ánimo de los mexicanos que buscaban un sistema distinto, principalmente en los magonistas y zapatistas. Acerca de estos últimos puso de ejemplo la carta que el caudillo sureño, Emiliano Zapata, dirigió a Genaro Amezcua, quien se encontraba en Washington, donde le señaló: “Mucho ganaría la humana justicia si todos los pueblos de nuestra América y todas las naciones de la vieja Europa comprendiesen que la causa del México revolucionario y la causa de la Rusia irredenta son y representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos oprimidos”.

Según Enrique Semo, es extraordinario que apenas ahora haya empezado el análisis de la Revolución rusa como una etapa de transformación de la humanidad.

“Una vez y otra vez lo obreros luchan y son derrotados, pero la derrota de ninguna manera es definitiva; en nuestro siglo, el movimiento está renaciendo y tomando nuevas formas y así es la historia, después de cada derrota nada queda igual”, concluyó.

Si bien las luchas emprendidas en Rusia y México en la segunda década del XX tienen puntos de coincidencia, en tanto fueron resultado de movimientos genuinamente populares, también tuvieron diferencias relevantes.

La Revolución mexicana constituyó una etapa más en el proyecto nacional iniciado con el proceso de independencia, mientras que el alzamiento de quienes querían instalar la dictadura del proletariado tenía por objetivo destruir los pilares de la sociedad zarista.

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Personas marchan portando retratos de sus ancestros, veteranos y participantes en la Segunda Guerra Mundial, en el 70 aniversario de la derrota de los nazis. Foto: Dmitry Lovetsky

CONTAR LO OCURRIDO

Si un problema existe en la era milenial, días de redes sociales, información inmediata y San Internet, es que la lectura parece un habito en vías de extinción. El problema es mayor cuando se trata de libros de historia; fechas, nombres y protagonistas suelen alejar a las nuevas generaciones de esos capítulos que ayudan a entender por qué somos lo que somos y estamos donde estamos. A manera de listado imprescindible, hay cinco libros cuyo común denominador es contribuir a formar una imagen bastante completa sobre lo que representó para el género humano el triunfo de las huestes de Stalin.

Octubre. La historia de la Revolución rusa

China Miéville, autor de La ciudad y la ciudad, montó un mosaico que va desde las avenidas y calles de San Petersburgo y Moscú hasta las aldeas más remotas de un imperio inabarcable para hablar de una transformación histórica que tiene sus 'villanos' y sus 'héroes'. Los tiene porque, como el escritor reconoce en las páginas del libro, su obra no pretende, ni puede ser 'neutral'. El volumen ofrece una acuarela de un contexto social que derivó en guerra.

La Revolución rusa contada para escépticos

Planeta editó uno de los libros más sugerentes de cuantos se han publicado en los últimos meses tanto por su título como por el compromiso de su autor, Juan Eslava Galán, con ayudar al lector a comprender los motivos que provocaron el derrocamiento de los Románov y el triunfo de los bolcheviques.

Es, además, un relato lleno de intrigas y enredos, misterios que inciden en la vida de los protagonistas del movimiento. Tiene la virtud de que se lee como una novela.

El tren de Lenin

Bajo el sello de Crítica, el trabajo de la escritora e historiadora Catherine Merridale entrega al lector una visión de la historia revolucionaria en el país de los cosacos a través del viaje de uno de sus grandes protagonistas. La narración se desarrolla a lo largo de más de trescientas páginas que incluyen imágenes y mapas. La autora británica reprodujo momentos trascendentales en la vida del prócer y algunas de sus acciones.

Con un enfoque original, Merridale relata la llegada de Lenin a Petrogrado (nombre que se le dio a San Petersburgo luego de la Primera Guerra) y el camino que siguió hasta ver cumplido su propósito de imprimir su sello al movimiento contra el régimen zarista.

La Revolución rusa: historia y memoria

En ésta publicación de Alianza Editores, José M. Faraldo, escritor, traductor e historiador español, ofrece un enfoque ajeno a las vidas de los dirigentes victoriosos de octubre, su punto de mira se centra en las múltiples lecturas que pueden hacerse de un mismo proceso histórico. El profesor de la Universidad Complutense de Madrid forjó un análisis a partir de valoraciones personales y una investigación meticulosa.

El libro pues, cabalga entre la síntesis y la interpretación, con el rasgo distintivo de que su autor opta por usar testimonios y fuentes poco conocidos que permiten una lectura diferente y carente de la rigidez que suele empañar documentos de este tipo.

El siglo de la revolución

En El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914, el historiador Josep Fontana apunta hacia un aspecto particular y no hacia el escenario global de los hechos. Revisa la historia, pero su estrella guía es el miedo al cambio en las instituciones políticas de la sociedad, sensación que condicionó parte de lo ocurrido a nivel global en esos días.

Además, Fontana, que considera que la lucha en la nación de Dostoievski y Chéjov "sigue siendo un fantasma que atemoriza las noches de los poderosos", elige como punto de partida al año de 1914, cuando la Primera Guerra Mundial "dinamitó el viejo orden". Su discurso nos lleva hasta los principios de la década actual.

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REVOLUCIÓN ESTÉTICA

La Real Academia de las Artes de Londres aprovechó los tres dígitos de la conmemoración y montó un amplio repaso al arte surgido desde la vanguardia de los comienzos hasta el realismo socialista impuesto por Stalin. El espacio londinense imitó la esencia de una exposición organizada en 1932 en el Museo Estatal Ruso, antes conocido como Museo Imperial de su Majestad Alejandro III, de la entonces Leningrado, hoy, San Petersburgo, por el crítico de arte Nikolai Punin, que acabó muriendo en el gulag.

El recorrido armado con motivo de la conmemoración muestra una variedad mayúscula de artistas, obras y medios surgidos en los quince años que siguieron al fin del conflicto interno. Son más de doscientas obras de creadores como Chagall y Kandinski, o Malévich y Deineka, o Mujina y Samojválov. ¿Qué representa ese único periodo en la historia del arte ruso? Que bastaron tres lustros y las barreras cayeron, se abrieron grandes posibilidades y se privilegió la construcción de un nuevo arte proletario en consonancia con el nuevo Estado soviético.

Otra particularidad es que, además de óleos, se produjeron multitud de trabajos en fotografía, escultura o video; además hubo filmaciones, a cual más destacada, de propaganda ideológica y del estalinismo. Carteles, cerámica, tejidos o papeles pintados son otros artículos que narran historias con una carga política bastante explícito.

En los terrenos estéticos es posible apreciar con detenimiento lo que significó el ascenso al poder de Vladímir Ilich Uliánov. Aparece como un Dios en el centro de Insurrección, obra de Kliment Redko; en 1924, el pintor simbolista Kuzmá Petrov-Vodkin hizo Junto al ataud de Lenin. El poder recayó en Iósif Stalin y hoy tenemos un imponente retrato de él encargado a Issak Brodsky.

Centenares de obras del lapso en cuestión hablan sobre trabajadores de fábricas y fuertes campesinos elevados a la categoría de héroes proletarios cuyo esfuerzo físico serviría al noble propósito de transformar la sociedad.

Una fotografía de 1928, que hizo Arkadi Shaiket, tiene por título Construcción del centro telegráfico de Moscú. Su significado es mucho mayor ya que narra el inicio de la nueva Rusia. Una interpretación similar se hace de la imagen de maquinaria moderna captada por la lente de Alexandr Ródchenko.

Bolchevique, del artista discapacitado Borís Kustódiev, muestra a un hombre gigante que avanza enarbolando la bandera roja entre una multitud compacta, innumerable. Este cuadro se convirtió en icono de una época: apareció en libros, revistas, folletos y mucha propaganda soviética.

La vanguardia estética recibía nombres como Kandinski, El Lisitski, Pável Filónov o Liubov Popova; también se llamaba Serguéi Eisenstein, o Serguéi Prokófiev, compositor de renombre. Sin embargo, la innovación no fue la constante, se vio truncada en un sistema cada vez más represor, retratado en eventos desafortunados, por ejemplo, el deceso de Alexandr Blok, un decepcionado del régimen soviético, acaecida en 1921. El autor del poema Los doce, delicado de salud, había solicitado permiso para salir del país en busca de un mejor clima. La autorización llegó después de su muerte.

Otras dos obras emblemáticas del arte ruso posterior al triunfo bolchevique, La Promenade de Chagall y Blue Crest de Kandinski, contribuyeron a retratar la energía, el dinamismo y las contradicciones nacidas de la mano de la acción revolucionaria.

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Chagall, La Promenade. Foto: Archivo Siglo Nuevo

PANTALLA INCENDIARIA

No todo ha sido celebración, se han reabierto viejas heridas en Rusia, así ha quedado en evidencia con las reacciones que ha suscitado la película Matilda.

"Han despertado todas las fuerzas oscuras, a los histéricos, locos, vándalos y oscurantistas. Queman coches de ciudadanos inocentes y un camión incluso se empotró contra un cine. Comienza un mini Estado Islámico", así describió la situación el cineasta Stanislav Govorujin, jefe del Comité de Cultura de la Duma, el congreso de los diputados en el territorio gobernado por Vladímir Putin.

Se refería a Estado Cristiano-Rusia Santa, organización ultraortodoxa que ha acaparado portadas en las últimas semanas a partir de amenazas y ataques en relación con la cinta de Alexéi Uchítel (a salas donde se exhibía, al estudio del director y a la oficina de su abogado) estrenada el día del centenario de la Revolución según el calendario juliano.

"No es sólo una película. Este el comienzo de un programa más amplio para destruir los cimientos espirituales de nuestro país", esa es la opinión del líder de los ultraortodoxos, Alexandr Kalinin, detenido y apresado por declaraciones que llamaban a ser violentos con Uchítel.

Según el activista ultra las personas dispuestas a entrar en acción serían "aquellas que aman a Dios y a su pueblo, que lo quieren tanto, que están dispuestas a acabar en la cárcel e incluso morir". Estas frases parecen más propias de los tiempos de Rasputin, el confesor de la familia real asesinado en 1916, unos pocos meses antes de la abdicación de Nicolás II.

Hasta principios de año nadie había oído hablar de Estado Cristiano. Ahora incluso los diputados del partido del Kremlin han pedido una investigación por su extremismo. "No ganes dinero a cambio de la muerte de tu alma (...). Si no te preocupa lo que le pase a Rusia, entonces piensa en tu propia suerte", decía la amenaza dirigida a un cine de Kazán.

El filme toma su título de la bailarina de origen polaco Matilda Kshesínskaya, una estrella del teatro Mariinski de San Petersburgo que tuvo una breve aunque intensa relación con Nicolás II antes del matrimonio del zar.

Ni los cristianos ortodoxos ni la Casa Imperial del país euroasiático dieron buena acogida a la producción, consideran al largometraje una 'blasfemia', lo acusan de abordar con ligereza ciertos aspectos de la vida del monarca derrocado. El heredero de Alejandro III fue fusilado en 1918. Un Concilio Episcopal de la Iglesia ortodoxa rusa lo santificó en el 2000, los obispos reconocieron la resignación cristiana con la que aceptó su martirio.

La diputada Natalia Poklónskaya, antigua fiscal general de Crimea, hizo eco de la ira de los radicales ortodoxos. Promovió que se prohibiera la proyección de la obra. En un acto por los caídos en la Segunda Guerra Mundial portó un ícono de Nicolás II. Para ella, la película ofende los sentimientos religiosos de los creyentes, lo que es un delito desde 2013.

Las autoridades se habían mantenido al margen e incluso el presidente ruso, Vladímir Putin, había adoptado una postura salomónica, no fija postura, dejaba hacer a partidarios y detractores de Matilda. El jefe de gobierno declinó la invitación a una proyección privada hecha por el director. Alexéi Ulíchev sí la presentó a los congresistas, con la excepción de Poklónskaya. Muchos de ellos no vieron nada que fuera motivo de censura o algún tipo de ultraje contra el pasado nacional.

"El extremismo y los intentos de presionar a los cines son algo absolutamente inaceptable y que representa un peligro", dijo ayer Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin, en referencia a la decisión de las dos mayores redes de salas cinematográficas de Rusia de no programar el filme.

El ministro de Cultura, Vladímir Medinski, solicitó al Ministerio del Interior garantizar la seguridad en las salas que sí la incluyeron en sus carteleras. "Constato que no hay nada ultrajante ni para la memoria de Nicolás II ni para la historia de la monarquía rusa", afirmó Medinski, que dijo haber visto ya el producto audiovisual.

Medinski se preguntó qué diferencia a los ultraortodoxos rusos "de los fanáticos de otras religiones o de las sectas".

Los intentos por calmar la situación no dieron los resultados esperados. A la gala del estreno no acudieron los actores principales, el alemán Lars Eidinger y la polaca Michalina Olszanska.

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Fotograma Matilda. Foto: Rocks Films Studio

FUTURO

Los cien años coincidieron con un entorno político en el que se anticipa un nuevo triunfo electoral de Vladímir Putin. Sería el cuarto periodo de quien fuera miembro de la extinta agencia de inteligencia soviética, la KGB.

La Federación se aproxima a unos comicios en los que no tiene permitido participar la principal figura de la oposición, Alexéi Navalny, inhabilitado debido a una condena de un caso que se remonta a 2009. La suspensión de su derecho se levantaría a mediados de 2028.

Sin embargo, la opinión de varios especialistas es que la participación de cualquier representante de la oposición sería meramente testimonial frente a un Putin que es prácticamente intratable en términos de aceptación.

De acuerdo con el Ránking de Popularidad de la Asociación de Comunicación Política, con datos actualizados a octubre de 2017, el exagente es el mandatario mejor evaluado, recibe la aprobación del 83 por ciento de sus gobernados. Le saca seis puntos al segundo lugar, el ecuatoriano Lenín Moreno.

Hay que remontarse a noviembre de 2016 para no encontrar el nombre del ruso al frente de la tabla, en esa ocasión lo adelantó Danilo Medina (83 por ciento de aprobación en ese mes), quien venía de ser reelecto para un segundo mandato presidencial en la República Dominicana. La diferencia entre ambos fue de apenas un punto porcentual.

Frente a la opción de las últimas décadas en la nación euroasiática anunció su intención de participar en el proceso electoral de marzo próximo Ksenia Sobchak, una atractiva mujer de 35 años con fuertes lazos con el presidente. Su padre, Anatoli Sobchak, alcalde de San Petersburgo de 1991 a 1996, es considerado el mentor de Putin.

Considerada una “Paris Hilton soviética”, se unió a la oposición en 2011. En los últimos meses de 2012 y durante la mayor parte del año siguiente fue integrante del Consejo de Coordinación de los opositores rusos.

Luego de dar a conocer su intención de participar en la contienda, declaró que renunciaría a su candidatura si se permite que Alexéi Navalny aparezca en las papeletas.

Mientras Moscú alista la justa democrática, al interior de la primera potencia del orbe, Estados Unidos, sigue la investigación de la llamada 'trama rusa' sobre la posible conexión de Rusia con el triunfo de Donald Trump en las presidenciales de la Unión Americana.

En la prensa de asuntos internacionales son constantes los comentarios que hacen del mapa mundial un tablero en el que, mientras los gobiernos de Occidente juegan a las damas, Vladímir Putin hace honor a la extinta federación de estados socialistas, porque como dice el periodista español Leontxo García, en la Unión Soviética cuando dabas una patada en el suelo saltaba una veintena de grandes maestros de ajedrez.

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