LOS PROPÓSITOS DE FIN DE AÑO, ¿VALEN LA PENA?
Los propósitos de fin de año son costumbres que han perdurado a través de muchos siglos, y a pesar del tiempo y la evolución de muchas generaciones, la gente los sigue practicando.
Sin embargo, existimos algunos quienes en cierta etapa de nuestras vidas los consideramos como una condición idealista, haciéndonos pensar si realmente valen la pena. Con el paso del tiempo, y aunado a un desarrollo en mi propia madurez, reflexioné que existen más ventajas cuando visualizamos nuestro futuro con intenciones de planeación. El punto relevante en esta columna no es exactamente si vale la pena pensar en propósitos a fin de año, sino cómo pensar en ellos.
La tradición de plantearnos propósitos para el año que viene generalmente se inicia inmediatamente después de la alegría vivida durante la celebración de la Navidad. El Año Nuevo presenta la oportunidad de alimentar la ilusión de que cambiar conductas no deseadas o no productivas va a cambiar nuestras vidas y mejorar nuestro destino. Aunque a veces pensamos en muchas cosas por cambiar, no pensamos en el contraste entre la buena intención de mejorar y ser capaz de tener la fuerza de voluntad para lograrlo. Esta reflexión de cambiar con el fin de mejorar por lo general tiene buena intención y es un proceso positivo. La emoción vivida durante la celebración del Año Nuevo tiene una connotación diferente en comparación con la Navidad. La primera es más de logro y supervivencia, la segunda tiene el aspecto religioso.
Una vez que el proceso de la celebración de la Navidad ha concluido existe una sensación de gusto y regocijo para una gran mayoría. Para otros, esa preparación significó momentos de estrés. Después de varias semanas de preparación, muchos con cierta intensidad y tensión, llegó y pasó el momento esperado. En la mayoría de los casos, la celebración salió casi de acuerdo al plan, es decir, la familia se reunió y pasó un buen momento después de buenas reflexiones y expresiones de buenos deseos. Durante la Noche Buena y después de la misa de gallo (u otro ritual religioso), se distribuyeron regalos, se comió bien, se tomaron muchas fotos, se brindó y quizás se bailó bien también. Fue un momento oportuno para ver la familia divertirse y facilitar cohesión. Otras familias simplemente no tuvieron la oportunidad de celebrarla por diversas razones, o prefirieron la tranquilidad de quedarse en casa y disfrutarlo a su manera y sin necesidad de la fiesta. El punto es que el espíritu de la Navidad estuvo presente y se celebró de una manera u otra. Ahora hay que prepararse para la celebración del año que viene, incluyendo las uvas a utilizarse durante el conteo de los últimos segundos del año. La celebración quizás ocurrirá en sus propios hogares, en un centro social o centro nocturno, y sin necesidad de toda la familia reunida.
La celebración del fin de año tiene como peculiaridad imaginarse el año que viene y pensar en una lista de propósitos. Esto consiste en una tradición en la cual la persona se decide cambiar conductas o circunstancias indeseables con la meta de mejorar en su forma de vivir. De acuerdo a Wikipedia, esta tradición es muy antigua, ya que los romanos, durante la época antes de Cristo, acostumbraban a hacer promesas a los dioses al principio de enero.
En la época medieval (años 500 al 1500), la gente confirmaba promesas sobre causas de tipo moral, religioso y social, es decir, promesas de "portarse bien".
En nuestra cultura, y en la actualidad, esta costumbre se ha modificado con el tiempo, sin embargo, la esencia de la tradición aun permanece. El momento del fin de año y el inicio del siguiente aún presenta una oportunidad para reflexionar sobre cambiar nuestro estilo de vida porque esto significa optimismo y el deseo de mejorar por el bien nuestro y a aquellos quien queremos. En un artículo del New York Times en enero del 2007, me llamó la atención la opinión que los propósitos de fin de año refuerzan la creencia que a partir del primer día del año nuevo una persona será "el piloto de su existencia", o sea, la persona manejara su vida de manera efectiva y no volverá a ser controlado por sus circunstancias desfavorables. La persona conscientemente cree que tendrá la capacidad de autogobernarse y mostrar al mundo que será alguien de "mejor calidad".
Para algunos, con excepciones, los propósitos de fin de año quizás no podrán ser realistas, pero reflejarán buenas intenciones. La idea aquí es que a pesar de cumplir con un porcentaje bajo del total de nuestros propósitos, la sensación de pensar en el control de nuestro destino de una manera productiva, siempre es positiva. Entonces, ¿vale la pena pensar en propósitos durante el fin de año? Mi respuesta es definitivamente sí. No debemos simplemente cruzarnos de brazos y dejar que las circunstancias decidan nuestro futuro. Pensemos en esos propósitos con metas realistas y objetivos medibles, y de acuerdo a nuestros recursos y capacidades. Así que, a echarle ganas con los propósitos de bajar de peso, comer saludable, hacer más ejercicio, ahorrar más, leer más, controlar más el enojo y los impulsos, dedicarse más a la familia, etc. La meta deberá ser cumplir con lo que se propuso, sin embargo, algunos resultados favorables siempre deberán ser bienvenidos.
¡Feliz Año Nuevo!
Por: Lic. Francisco Pineda, MDO, MSA