Se dice que nada es caro o barato, todo está en función del costo y el beneficio. Si en la función pública el costo de una inauguración o corte de listón o colocación de la primera piedra produjera un beneficio razonable para la ciudadanía, se justificaría de esa manera. Sin embargo, estas ceremonias las ordenan los mismos funcionarios con el objetivo de resaltar lo que hacen, de hacerse publicidad a costa del erario. Mientras tanto, nosotros los ciudadanos pagamos con nuestros impuestos la carpa monumental, las sillas, los guardias, los costos de viaje, el costo de las comitivas de avanzada y de los que se quedan para desmontar la escenografía festiva, los organizadores, el banquete, los fotógrafos, la publicidad y todos los demás costos, entre ellos, el tiempo desperdiciado por todos los funcionarios y sus equipos, quienes dejan de hacer su trabajo principal para salir en la foto.
Sería interesante que se nos informara el costo en dinero y en tiempo que representan las inauguraciones, las giras y los viajes, con los operativos extremos de seguridad que se aplican en cada uno de ellos desde días antes de su ejecución. Sería interesante analizar si la prioridad de estas actividades realmente está por encima de la atención y análisis de los verdaderos problemas prioritarios que deben estar en las agendas de los tres niveles de gobierno.
La influencia social en la forma de hacer política, tarde o temprano deberá forzar al gobierno a cambiar sus paradigmas. Inaugurar obras, dar los banderazos de arranque, el primer zapapicazo, el corte del listón y la develación de placas en las inauguraciones, deberán pasar pronto a la historia. Nunca han sido indispensables y menos ahora. Debemos exigir la austeridad al máximo.
Los alcaldes, gobernadores y el presidente de la república tienen la obligación de administrar su tiempo de la manera más eficiente posible. Los verdaderos problemas deben ser atendidos con eficacia, con oportunidad y con inteligencia. Se tiene que estar al pendiente de todo, se tiene que contar con la mejor información posible y analizarla de la mejor manera. Se deben medir los riesgos de las decisiones y analizar la relación costo-beneficio de cada una de ellas.
Cualquier ejecutivo de empresa, desde los supervisores hasta los directores generales, tienen su agenda de trabajo saturada de actividades y éstas se ordenan por prioridades, lo verdaderamente importante pesa más que lo urgente y el tiempo se administra de acuerdo con ello. No hacer lo anterior inevitablemente lleva al fracaso. En las empresas privadas, los ejecutivos no se pueden dar el lujo de perder el tiempo. Las actividades sociales o para la simple fotografía, se reducen al mínimo indispensable, hay que reconocer que también en este renglón hay prioridades, pero nunca se pierden los objetivos verdaderamente importantes.
Los ejecutivos de las empresas se hacen cargo de problemas no sólo de corto plazo, sino también de los de mediano y largo plazos; el Gobierno federal ha actuado hasta ahora solamente en los asuntos de corto plazo a pesar de haber estado advertido de las consecuencias de no atender oportunamente los asuntos que tienen alta prioridad.
Particularmente el presidente de la república ha invertido mucho tiempo en inauguraciones, en cortes de listón, primeros zapapicazos y develaciones de placas. ¿A qué hora le dedica tiempo a la agenda prioritaria? ¿Cuántas horas del día le dedica a sus secretarios de estado, además de las que debe dedicar a actividades protocolarias inevitables? Supongo que él cuenta con información precisa y oportuna, no sólo para tomar las mejores decisiones para resolver problemas, sino -lo más importante- para evitar que se presenten o que estallen. Pero, ¿Cuánto de su tiempo le dedica a lo verdaderamente prioritario?
Este es el momento de plantear un nuevo paradigma, los ciudadanos estamos hartos de la ineficiencia y de los políticos que desempeñan cargos con la desfachatez de reconocer que tienen el 100% de ignorancia del deber ser de su función. Estamos en la víspera de elecciones, también debemos trabajar para cambiar el actual paradigma de tener de candidatos a quienes tienen los "méritos" de solapar para seguir avanzando en el erario. Debemos reconsiderar si tener la capacidad para atraer votos es suficiente para un puesto público.
Definamos con claridad sobre qué méritos deseamos construir un México próspero. Definamos cuáles son los modelos para ejercer el poder, como en cualquier otro trabajo. Hay personas que no deberían estar en puestos públicos, no porque sean futbolistas o actores o actrices, sino porque no tienen los méritos necesarios. De la misma manera, hay personas con los méritos adecuados que no llegan a puestos públicos porque sus méritos no son los de la partidocracia. Los méritos deben definir el modelo para que éste influya de manera positiva en el sistema. Definir los méritos, es escoger el futuro que queremos construir.