REGRESAR AL CLOSET
Para todos, hombres y mujeres, enfrentar la vejez es un proceso difícil. Para un adulto mayor es difícil enfrentarse a nuevas circunstancias, además, por lo general, debido a problemas de salud, demanda nuevas atenciones y servicios. Si, además, quién enfrenta la vejez es homosexual, también enfrenta más discriminación. Por ser mayor, por pesar kilos de más, por no vestir de una forma determinada.
En general, se discrimina todo aquello que se sale de un estereotipo. Los ancianos homosexuales son discriminados por los homófobos y por los propios homosexuales, cuando ya son viejos; los jóvenes homosexuales los tratan con desprecio y desinterés.
En algunos países como España, Holanda Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos, se han creado grupos de apoyo para personas homosexuales de la tercera edad, formados por homosexuales adultos mayores, aunque sin mucho éxito.
A fines de 1970 los grupos homosexuales y lésbicos empezaron a agruparse en organizaciones y manifestaciones. Hoy, muchos de esos activistas, o quizá todos, ya están en la tercera edad. Se ha avanzado, indiscutiblemente. El movimiento homosexual es cada día más visible, audible y discutible en la legislación mexicana, pero en general, se va muy despacio en todo.
En Barcelona, en el año 2004, se abrió el primer centro geriátrico para hombres y mujeres homosexuales. Ofrece los mismos servicios que cualquier otro centro geriátrico para la tercera edad. Los objetivos son brindar asistencia a los homosexuales en los aspectos sociales, culturales y legales.
Samantha Flores, mexicana, transexual, de 84 años de edad, es una activista por los derechos de los enfermos de Sida. Desde su humilde y viejo apartamento, celebra, con incredulidad, el éxito en ciernes de lo que ha sido su más reciente batalla: construir un albergue para ancianos LGBT en la ciudad de México.
Samantha, quien recibió un homenaje en Madrid en los actos del recientemente celebrado Orgullo gay, dice: "Los homosexuales de la tercera edad están más olvidados, más abandonados y más arrinconados y segregados que los otros adultos mayores. Nosotros somos invisibles, nadie quiere saber que existimos. Por ello, empecé este proyecto, queremos satisfacer la necesidad más primaria: acabar con la soledad y poder reunirnos como una gran familia".
Continúa diciendo: "En el imaginario colectivo, al homosexual se le asocia con juventud y fiesta, pero cuando llega a la tercera edad, vuelve a meterse al closet para poder seguir en la sociedad". "No estamos casados ni tenemos hijos, ni familia. Estamos solos. Necesitamos formar un grupo de la tercera edad para cubrir nuestras necesidades, entre ellas, las de afecto".
La revista Out Magazine, el medio de comunicación de las voces más prominentes de la comunidad LGBT, tituló "80 años de fuerza" un perfil que se publicó acerca de Samantha, quién ha logrado reunir más de 400 mil pesos a través de Crowdfunding -financiamiento en masa de proyectos, a través de aportaciones pequeñas en línea-. Con este dinero planea abrir un centro de día que, con el paso del tiempo, espera poder convertir en un albergue.
Samantha afirma que: "Va a ser una casa de día donde no vamos a remediar ningún tema de salud. Se trata de reunirnos la tercera edad LGBT para cubrir nuestra soledad. Pero si alguien me dice que tiene una amiga íntima que no es gay, pero que quiere venir con nosotros, será bienvenida. O si otro tiene un amigo muy macho con el que se emborracha los fines de semana y que dice: Yo quiero ver que hacen todos los LGBT ahí reunidos, también le abriremos las puertas. Fuimos rechazados durante tantos años, que no vamos a empezar a discriminar ahora".
Samantha se pone melancólica y recuerda los años de desprecio y represión. Reconoce los avances de la lucha de las personas de los grupos LGBT: ya se pueden casar, adoptar, heredar a su pareja o de su pareja. Otros derechos como el poder registrarse con su nombre de mujer -Samantha no lo ejerció antes, sino hasta hace dos años-. Hoy Samantha fantasea y sueña que el ejemplo de este centro se expanda por el mundo y que dentro de unos cinco o diez años, llegue a otros estados de México. "Yo ya no estaré para verlo", concluye.