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Crónica gomezpalatina

La temporada de cuaresma en Gómez Palacio

Manuel Ramírez López, Cronista oficial de gómez palacio

Primera parte

Uno de los recuerdos entrañables de la infancia para aquéllos que tuvimos la oportunidad de nacer a mediados del siglo anterior en el seno de la religión católica, tiempo en el que las creencias y las costumbres eran sumamente importantes en la esfera familiar. Fue entonces cuando fuimos encaminados a integrarnos a un grupo de pequeños que en el barrio organizaba "Doña Concha", quien se encargaba de acercarnos a las cuestiones de nuestra iglesia, como las comuniones, los rosarios, las celebraciones de Semana Santa y la fiesta de Navidad, con el total beneplácito y apoyo de nuestras madres.

Concurríamos con "Doña Concha" la mayoría de los menores de las calles contiguas, tengo muy presente que uno de mis amigos llamado Patricio Martínez Romo, "Picho" para nosotros, desde entonces se comportaba con gran respeto en esas festividades y de joven se ordenó sacerdote en la Orden de los Franciscanos con el nombre de Fray Emilio. La última ocasión que pude verlo fue en la Iglesia de San Felipe de la ciudad de Torreón y tuve conocimiento por medio de su hermana Martha, que Emilio había fallecido al caer de las escaleras de una Iglesia de Sombrerete, Zac., hace unos pocos años.

Precisamente cuando se iniciaba la cuaresma la señora nos llevaba a la ceremonia de "tomar ceniza", que era como se denominaba al acto de acudir a la iglesia y acercarnos a que el sacerdote nos marcara una señal de la cruz en la frente con ceniza tomada de una urna y nos dijera la sentencia bíblica "polvo eres y en polvo te has de convertir. El material con que se teñían las frentes, según las gentes, provenía de la quema de las ofrendas del Domingo de Ramos del año anterior y también afirmaban que eran residuos de la incineración de imágenes rotas o deterioradas de santos.

El día anterior al miércoles de ceniza se celebraba el martes de carnaval y algunos pudimos observar las desorganizadas parodias que improvisaban jóvenes vestidos con modestos y remendados disfraces, tratando de imitar a los más diversos personajes masculinos y femeninos. Tomaban las calles como escenario dando rienda suelta a sus jolgorios, mismos que solamente duraban unas horas, pero de cualquier forma mostraban el cumplimiento simbólico a una tradición que marcaba un tiempo límite hasta ese día para los excesos, festejos y desordenes.

En esos años muchas situaciones se modificaban, las bodas religiosas se suspendían, las fiestas y bailes se cancelaban durante esos cuarenta días, los jóvenes acudían con toda seriedad a los retiros espirituales para ambos sexos que se celebraban en las iglesias de la comunidad, muy especialmente en la Parroquia de Guadalupe. La concurrencia era muy numerosa y las filas de jovencitas caminando rumbo a ese templo llenaban la calle Hidalgo, y a su paso eran observadas por sus amigos, novios y admiradores, que no tenían más remedio que esperarlas noche a noche para un breve saludo y aguardar la llegada del día siguiente para repetir el efímero encuentro nocturno. Cuando los hombres jóvenes tenían su propio retiro, al salir de la iglesia daban un leve paseo por la plaza Juárez y se regresaban en grupos a sus respectivos domicilios y las muchachas a escondidas de sus padres se asomaban a puertas y ventanas para verlos.

Desde los días previos se hacía la invitación a la población católica gomezpalatina para que acudieran a los ritos de la semana mayor, y Conchita y su hija Cuca nos orientaban sobre la importancia de las celebraciones religiosas de esos días, iniciando con el Domingo de Ramos que representaba la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén y nos decían que deberíamos llevar nuestros ramos a bendecir, lo que hacíamos cruzando bajo unos arcos de palmas recordando que en aquellos tiempos así se recibió y alabó al nazareno. En las afueras de las iglesias un gran número de hombres y mujeres instalaban sus vendimias de ramos, pequeñas cruces de paja y otros diversos materiales, velas de cera, y alimentos.

El fervor religioso se iba incrementando a medida que se iban celebrando las citadas ceremonias, las cuales se realizaban con toda solemnidad y respeto a pesar de las aglomeraciones de los asistentes, recuerdo que esos días las estaciones de radio únicamente transmitían música clásica. Los temas recurrentes en los templos eran la búsqueda de la conversión y el perdón, a través de las drásticas penitencias que voluntariamente se imponían los fieles tratando de arribar al camino del bien espiritual.

La función primordial de los ritos estaban inspirados en La Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús de Nazaret, pasajes representados con toda propiedad y emotividad utilizando a veces vestiduras moradas asociadas al duelo. Nos impresionaba tanto lo sucedido en La Última Cena, como en el Lavatorio de Pies, la visita a los Siete Templos que muy pocos completábamos, con el doloroso drama del Vía Crucis y luego con el Cristo tendido, se daba el rosario del pésame a la virgen compadeciéndola por el dolor que les causaron todos esos momentos terribles que compartieron discípulos, amigos y seguidores. Dramas igualmente sufridos por todos los asistentes a las ceremonias, los que vistos por los ojos de los pequeños que éramos entonces, nos conmovían profundamente.

Otro de los aspectos importantes era la vigilia, que se debía observar en la cuaresma recordando los 40 años de éxodo del pueblo de Israel y los 40 días que Cristo estuvo en el desierto en ayuno y reflexión, según decían las enseñanzas que recibimos y que ahora traemos a nuestra memoria. La abstinencia de carne era de obligación en todos esos viernes y trajo como consecuencia la necesaria preparación de platillos con ingredientes como: pescados y mariscos, frutos, granos, semillas y vegetales, que en las mágicas manos de nuestras madres, abuelas, hermanas y demás familiares, se transformarían en exquisitos manjares incorporados definitivamente en paralelo de las ceremonias religiosas.

Recuerdos grabados indeleblemente en nuestros paladares de aquellos gratísimos sabores y aromas de los caldos que se preparaban con: camarón o pescado, lentejas, habas y choales, al igual que el sabroso pipián y las tortas de camarón, los nopales solos o con huevo, el pescado en sus diversas preparaciones. Con el remate exquisito de la capirotada y las torrejas con miel de maguey, las aguas de frutas y los cubiertos de camote, calabaza y biznaga.

Se celebraba el "Sábado de Gloria" con una representación callejera donde se colgaba a un muñeco, acto que la gente llamaba "La quema de Judas" recordando la traición del personaje que entregó a Jesús a su calvario. A esa figura se le rellenaba su cuerpo con los artículos que obsequiaban los comerciantes y se le rodeaba de cohetes. Los espectadores a su alrededor le insultaban con gritos y burlas y en un momento determinado le prendían fuego haciéndolo estallar, recogiendo después del piso los obsequios que contenía el monigote, y al término del espectáculo cada quien regresaba a su domicilio con los trofeos obtenidos y raspones en las rodillas.

Llegaba el domingo de Resurrección y la conmemoración de la Semana de Pascua, misma que también formaba parte principal del ceremonial, con la costumbre del obsequio de los huevos y conejos de pascua, proceso que más bien observaban las personas más enteradas de las cuestiones de la religión y no la mayoría de la población. Muy común era en esas fechas que los habitantes salieran a pasear durante la Semana Santa a los lugares cercanos a la ribera del río Nazas o a los ranchos y comunidades para visitar a sus parientes y disfrutar del ambiente campirano. Desde luego las personas de mayores posibilidades hacían lo mismo, pero visitando las playas y ciudades de grandes atractivos en plan de vacaciones y recreación.

Seguramente los que profesan la fe cristiana y otras, tienen sus propias experiencias de las ceremonias que ellos practican y de sus respetables creencias que en lo personal no conocemos ya que solamente hemos visto con atención algunas publicaciones al respecto. Sabemos que en esas ocasiones especiales se reúnen grupos numerosos en templos, plazas, estadios y salones para efectuar sus conmemoraciones.

Con el paso del tiempo las situaciones han cambiado considerablemente, se han perdido muchas de las costumbres y tradiciones que observaba el pueblo católico, y desde el seno de nuestras propias familias, ya no nos preocupamos lo suficiente por inculcar los valores religiosos, cívicos y morales a nuestros hijos, por diferentes causas y razones.

ramlom28@hotmail.com

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