El avión militar XB15 aterriza en aeropuerto de la Ciudad de México, ante una multitud emocionada y vibrante de dar tributo al héroe Francisco Sarabiate lateral derecha del Tlahulilo; enseguida, parte de su recorrido por la calle Coahuila rumbo al norte.
El retorno de los restos mortales de Sarabia a México
Con motivo de la muerte del glorioso aviador Francisco Sarabia acontecida el 7 de junio de 1939, México entero lo lloró y el mundo se consternó, así lo demostraron las numerosas condolencias que se presentaron como la del presidente Roosvelt, quien dirigió un mensaje de pésame al presidente Lázaro Cárdenas y otro a la señora Sarabia, así mismo en la embajada de México se recibieron continuamente cartas de condolencias de diversos funcionarios del Gobierno estadunidense y mexicano, de prominentes militares y de numerosos particulares. Fue en la casa Chambers de Washington, donde permanecieron los restos mortales del Aguilucho Lerdense bajo la capilla ardiente; donde se llevaron a cabo las primeras muestras de duelo, en el trascurso del día el féretro se revistió de grandiosos arreglos de ofrendas, coronas, ramos y canastas de flores, enviadas por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, centros aeronáuticos, Cámaras de Comercio, American Airlines, Panamerican, y Wester.
El tiempo solemne de la partida de la Casa Chambers del el féretro que contenía los restos del Aguilucho Sarabia, fue colocado en un armón de artillería a las 22.15 hora del Este del 9 de junio de 1939, partiendo el cortejo fúnebre al campo militar de Bolling Field, fue recibido por el coronel Floyde Galloway y la guardia de honor militar presentó armas y escoltó al cuerpo del desaparecido piloto a un avión militar experimental XB-15 boeing de cuatro motores, colocándose el ataúd dentro de una de las escotillas del ala derecha destinadas a contener las bombas, la fortaleza era perteneciente a la Fuerza Aérea Norteamericana. A las 3.30 a.m. del 10 de junio de 1939, el avión del Ejército norteamericano despegó del campo militar de Bolling Field ubicado en Washington hacia la ciudad de México, Francisco Sarabia finalmente y tristemente salía rumbo a casa. El avión tomó la ruta corta del Golfo saliendo el mar por Nueva Orleáns para recorrer una distancia aproximada de 3 mil 200 kilómetros.
Acompañaron al cortejo fúnebre Santiago Sarabia, hermano del finado aviador; el comandante Manuel Zermeño, el agregado Naval de la Embajada de México, teniente Jesse Auton, ayudante del Subsecretario de Guerra Louis Johnson y una guardia de honor integrada por 500 militares americanos. Desde muy temprana hora del sábado 10 de junio de 1939, en el antiguo campo aéreo de Balbuena, denominado como puerto Aéreo Central de la Ciudad de México se había concentrado una gran multitud para recibir a su héroe de la aviación mexicana. Los miembros de la prensa escrita y de radio describían que más de 300 mil mexicanos de todas las clases sociales se habían dado cita para recibir a Sarabia, quienes esperaban ansiosamente el arribo de los restos del que fuera el As del aire, pudiendo asegurarse que hacía muchos años que no se presenciaba una demostración tan magna y sincera como la de ese día.
Después de algunas horas de nerviosismo por la espera, se avistó la enorme fortaleza del "B-15" a las 14.45 horas rozando los hangares y desciende majestuosamente en el aeropuerto. Eso hizo que la emoción y el ánimo de la muchedumbre empezara a invadir la pista, que con un esfuerzo rompe los cordones de tropa de la que ya no se le pudo contener, destruyendo las bardas y cercas de alambre, mientras el comandante de la potente nave militar sin esperar aterriza en un espacio muy reducido, corta los motores y detiene el aparato para evitar un accidente. Al tocar tierra mexicana la potente fortaleza americana en la cúpula del observador ostentaba las banderas entrelazadas de México y los Estados Unidos. Encontrándose el ataúd en piso firme se llevó a cabo la ceremonia solemne con los contingentes del 38ª. Batallón de Infantería se formó el cuadro de honor y las bandas de guerra recibieron con todos los honores a los restos mortales del aguilucho mexicano, ejecutando la marcha de honor, los tambores redoblaron y los clarines tocaron silencio, después con sus notas fúnebres tendieron una conmovedora emoción.
Haciéndose entrega de los restos mortales de Sarabia por el teniente Jesse Autun, enviado especial del presidente Roosevelt de los E. U. a la representación presidencial a cargo del Secretario de la Defensa Nacional, General de División Jesús Agustín Castro, quien era paisano de Sarabia, acompañado por el Secretario de Relaciones Exteriores, Gral. Eduardo Hay y por el Excelentísimo Señor Embajador de los Estados Unidos, Josephus Daniels, siendo testigos personalidades de nuestro país, embajadores y ministros plenipotenciarios de países amigos. En representación de las autoridades tomó la palabra el señor licenciado Rubén Gómez Esqueda, dando oficialmente las gracias al equipo de conductores que se encargaron del traslado del piloto fallecido.
La caja metálica que contenía el cuerpo de Sarabia venía cubierta por la Bandera Nacional, siendo conducida en hombros hasta el armón de artillería por Herculano Sarabia, primo de Francisco, Otòn Vélez, gerente de XEW, locutor Pedro de Lille y el periodista Pedro Álvarez, redactor de El Nacional, un tío del héroe y amigos distinguidos por pedimento de la Sra. Agripina, esposa de Sarabia. Luego el féretro que contenían los restos del Icaro lerdense fueron colocados en una carroza fúnebre y la comitiva se dispuso a marchar hacia la ciudad, fue entonces que las bandas de guerra ejecutan nuevamente la Marcha de Honor y la tropa presentó armas.
Ya en formación el cortejo fúnebre desfiló imponente hasta el Palacio de la Secretaria de Comunicaciones, la gran afluencia de los mexicanos concentrados en diversos por lugares por donde pasaría el convoy dificulto su trayecto, como sobre la calzada de Puebla y en las vías adyacentes apenas permitían el tránsito. En el recorrido se tendió una alfombra de flores al paso de la carroza y en los balcones, azoteas y aceras encontraban invadidas de público, quienes mandaban lluvias tupida de claveles, gardenias y rosas, las cuales caían sobre el ataúd. Por la Plaza Constitución la multitud de seres observaron el paso de la carroza y en las azoteas de Palacio Nacional y las de los edificios del Departamento Central, estaban invadidos de mexicanos incontrolables.
Por fin, tras largo recorrido por más de dos horas llegó la comitiva al antiguo y bello Palacio de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, fue entonces que el catafalco cubierto con tela negra que representa un sepulcro, se lo colocaron en hombros cuatro policías de caminos y fue subido por las escalinatas de mármol incoloras alfombradas de flores, hasta el Salón de recepciones donde en un sencillo y majestuoso monumento conformado con grandes cortinajes y velos negros que cubrían el estucado sencillo, las puertas y los grandes ventanales, recinto que se utilizó como una capilla ardiente y fue colocado el féretro que contenían los restos del Aguilucho lerdense, iniciándose de inmediato las guardias de honor por embajadores, agregados militares de la misiones diplomáticas y periodistas amigos predilectos del gran piloto.
Además, por la familia del héroe de la aviación, doña Mariquita su madre, sus hermanas: Macedonia, María, Agripina Díaz de Sarabia, y sus hijos Carlos Francisco, María Concepción y Nivea, quienes hicieron una guardia de honor ante al cuerpo de Francisco Sarabia. Así mismo una comisión de ciudad Lerdo, Dgo., integrada por el señor Rutilo Sarabia, se presentó en la capilla ardiente para colocar una Medalla que los habitantes de su ciudad natal le ofrecieron, prendiéndola a la Bandera Nacional. Continuando con las guardias elementos oficiales, representantes de las naciones extranjeras acreditadas en México; civiles y amigos personales del desaparecido. El Presidente de la República, General Lázaro Cárdenas, quien se encontraba en esa época en el norte con la reforma agraria, desde esos lugares concedió permiso para que los restos de Sarabia fueran sepultados "en la Rotonda de los Hombres Ilustres, con todo el ceremonial de rigor".