¿Cuál raza?

Metafórico y hermético, seguro que a muchos el lema de la UNAM les llega al corazón. A mí me confunde. “No se puede ir al Zócalo el 15 de septiembre porque nomás va la pura raza”, decía mi abuela materna. Ella, quizá por haber nacido en Huatusco, siempre se sintió danesa.

Blancos, indios, negros, amarillos, criollos o mestizos, algunos miles de ricos, varios millones de pobres y una clase media que sostiene a los unos y los otros, todos somos ciudadanos de un México que nos hermana y nos mantiene juntos, pero nunca revueltos, ¡faltaba más! “Y ya veis, estos mis hijos cuán bonicos son?” respondió Gonzalo Guerrero, el náufrago casado con indígena que tuvo tres vástagos mestizos, cuando intentaron su rescate los primeros conquistadores que aparecieron por Cozumel. Ahí comenzó nuestro mestizaje que en principio sólo incluía la discriminación del indígena por el criollo y que con el tiempo se ha enriquecido con vertientes más ambiciosas: desde los güeros, los prietos, los viejos, hasta los ricos y los nacos pasando por la zona donde habitamos. Ahora discriminamos hasta por el modo de vestir.

Ya lo señalaba en su libro autobiográfico José Vasconcelos (1882-1959), el maestro de la juventud de América, racista y anti indigenista delirante. Escribió en Ulises Criollo que “La misma distancia, otro abismo, separa a la clase media 'pobre pero decente' del indio que circula por el arroyo y se arrima a la música, pero lejos siempre de los que usan traje europeo”. En otro capítulo hace las precisiones necesarias para que a nadie se le ocurra atribuirle una gota de sangre india, reafirma su criollismo con esta descripción: “Rubia y pálida, delicada, mi madre; y su marido sanguíneo y robusto; criollos puros los dos”.

Si bien el discurso ha cambiado y la vieja historia del español bárbaro y el indio noble se reivindica con motivo del Día de la Raza, la realidad es que nuestra actitud sigue siendo discriminadora. Hace ya algunos años intenté, sin éxito alguno, identificar y definir los atributos que definen la identidad mexicana. Pregunté, busqué en los libros, encontré tantas variantes, tantos tipos de mexicanidad, hasta asumir lo evidente: intentaba roer un hueso imposible de esos en los que la razón se deja los dientes.

Con una hipocresía congénita, insistimos en que los mexicanos no somos racistas. Sin embargo, la intolerancia y el encono hacia lo distinto son una realidad cotidiana.

“Hay un misterio mexicano como hay un misterio amarillo y uno negro. Pero todos coinciden en hacerse de nosotros una imagen ambigua, cuando no contradictoria. No somos gente segura y nuestras respuestas como nuestros silencios son imprevisibles, inesperados. Si nuestra cortesía atrae, nuestra reserva hiela. Traición y lealtad, crimen y amor, se agazapan en el fondo de nuestra mirada. Atraemos y repelemos”; escribe Octavio Paz (1914-1998) en El Laberinto de la Soledad.

Con una hipocresía congénita, insistimos en que los mexicanos no somos racistas. Sin embargo, la intolerancia y el encono hacia lo distinto son una realidad cotidiana. Incluso hemos añadido a nuestros odios al colectivo formado y fortalecido sexenalmente con los herederos de la Revolución. Esa gente que no es como uno porque uno no ha tenido las mismas oportunidades: un compadre o un padrino en situación de poder que nos eche una manita, un contrato o siquiera un dinerillo para lavar.

Sin ningún apoyo que nos abra las puertas del colectivo naco, nos quedamos nomás mirando como sus mujeres, sus chamacos y hasta sus lacayos vacacionan en yates, exhiben carísimos relojes, se mueven en autos soñados y hasta nos saludan sonrientes desde las cárceles. A esa gente que 'no es como uno' ya ni siquiera la discriminamos por ratera sino por naca. Como sea, las filas de aspirantes a pertenecer a tan odiado y envidiado colectivo son bien largas. Después de todas estas elucubraciones me pregunto: ¿de qué raza hablamos cuando celebramos el Día de la Raza?

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