Los tres se encontraron casualmente en los viejos, sucios y peligrosos patios de los ferrocarriles ubicados entre la colonia "La Durangueña" y la Compañía Mantequera de Torreón; de personalidades y edades distintas simpatizaron de inmediato, pues se hallaban en las mismas circunstancias: sin empleo ni dinero y con traumas de aislamiento familiar y carencias afectivas.
El mayor de ellos enjuto y parecido a don Quijote de la Mancha, sólo que con desgastadas botas puntiagudas y un ajado sombrero campesino encubriendo un rostro afilado con bigotes y barbas encanecidas, apretaba con sus manos un sobre manila que intentaba arrebatárselo el viento frío de esa mañana triste y gris: ella, una chiquilla de unos trece años de edad, mostraba una cara estragada por el hambre, su vestido manchado por el lodo de las charcas que tuvo que brincar entre riel y riel y temerosa como sus nuevos compañeros. De cara ovalada y tersa de piel, sus bucles flotaban en cada pirueta que daba para eludir los obstáculos del escabroso camino. Saltaba como una danzarina de ballet.
El tercero, de unos dieciocho años de edad languidecía ante sus repetidos fracasos y la intolerancia de los padres que le exigían trabajo y no permitían que estudiara. Sin embargo, una lucecilla interior lo impulsaba a seguir buscando acomodo en la comunidad, quizá como dibujante y caricaturista; sus trazos eran casi perfectos pues durante la infancia asistió a clases de dibujo que le ofreció gratuitamente un maestro en esa rama de las artes gráficas.
En un principio se trataban con recelo pero pronto entraron en confianza aunque ninguno se atrevió a revelar sus sueños: el de las barbas apretaba contra su pecho el sobre que contenía el cupón de inscripción a los cursos de televisión, radio y electrónica que ofrecía por correo National Schools, "una institución capaz, responsable y seria dedicada a la enseñanza técnico-práctica por más de 60 años", decía la publicidad aparecida en la revista "Sucesos" del 29 de marzo de 1969. Se imaginaba como un radiotécnico especializado al servicio de los habitantes de la comunidad rural de donde procedía y a la cual todavía no llegaban las transmisiones de radio por falta de antenas.
De la pequeña mujercita no había duda: aspiraba a aprender ballet para incorporarse a las corporaciones rusas y viajar por el mundo entero con el fin de mostrar la grandeza de sus artes y habilidades. Su espigada figura y el optimismo con que enfrentaba las adversidades de su corta vida, presagiaban un futuro de gran esplendor.
Al joven lo movía un fuerte deseo: convertirse en un dibujante como lo fueron en esa época Freyre, "El Chango" Cabral y Fa'cha y con sus trabajos, engalanar muros y paredes de los edificios públicos, bares y residencias particulares.
Como en aquellos tiempos andaban de moda los cursos por correspondencia y él también pretendía mejorar su apariencia física para conquistar a las mujeres, a ocultas inició su aprendizaje en casa combinando ejercicios y crayones; soñaba con ser un Charles Atlas para arrastrar vagones del ferrocarril con los puros dientes y sus musculosas piernas, mecate de por medio. "Yo también voy a tener arrastre" un pensamiento que probablemente haya sido la causa de su aparición en los patios ferroviarios.
Lo más triste del caso es que los tres abandonados por la fortuna se alimentaban de los restos podridos de frutas y legumbres que tiraban a una pila de cemento los locatarios del cercano mercado "Alianza", donde diariamente se amontonaban los pordioseros y huérfanos en busca del sustento diario. Huevos podridos y pestilentes se mezclaban en el hacinamiento de desperdicios pero las manos indigentes los separaban sin repulsión alguna de los mangos y plátanos manchados por los hongos de la caducidad.
En aquellos tiempos la casualidad los reunió en ese sórdido ambiente. El mayor, alto y flaco brincaba de vía a vía con sus alargadas piernas mientras que en las cercanías la chica y el chico se movían en parecidas circunstancias; la primera más grácil y el segundo más práctico y seguro en esos lances.
Dormían en los vacíos carros del ferrocarril, compartían andanzas y ambiciones y se volvieron inseparables. Se protegían entre ellos mismos a pesar de una existencia azarosa y disímbola hasta que un día se decidieron a buscar nuevos y más agradables horizontes de acuerdo a sus ambiciones. Una luminosidad prometedora alentó sus escépticos rostros.
Enfilaron hacia el mercado "Alianza", cruzaron calles y callejones llenos de comerciantes y consumidores y se detuvieron ante un puesto de gorditas. El futuro dibujante pidió una gorda, pero los acompañantes se abstuvieron para no deshacerse de las escasas monedas que guardaban celosamente entre sus ropas.
El mayor traía poco dinero, el necesario para comprar unos timbres de correo y depositar el sobre en los buzones del Servicio Postal Mexicano. Por eso no pidió comida, la niña sufrió más pero se mantuvo firme en su decisión de entrar a la ciudad con el poco dinero que pudo ahorrar antes de ser arrojada a la calle. Buscaría un transporte para intentar reintegrarse a la casa familiar a pesar de los maltratos que la obligaron a escapar.
Acosado por el hambre el tercero no pensó en ellos pero al primer mordisco se arrepintió y partió la gorda en tres partes.
Luego de cruzar toda la Alianza, finalmente se despidieron con asomo de lágrimas porque rompían una amistad que ya tenían arraigada en sus corazones. Cada quien tomó su camino determinados a alcanzar sus metas para no regresar jamás a los arrabales sinónimos de frustraciones y miseria.
Diez años después la vida los volvió a reunir, ahora en situaciones muy diferentes pero igual de dolorosas por las necesidades y apremios de la sobrevivencia. Los avances tecnológicos acabaron con el aspirante a radiotécnico rural; para ella no hubo clases de ballet y el mal camino desvió al soñado caricaturista. Se hizo cliente habitual en las cantinas y vicio y vagancia fueron sus debilidades.
Un antro de la zona de tolerancia fue el escenario del reencuentro inesperado: ahí el fallido caballero de La Mancha limpiaba excusados y urinarios, aislado del mundo exterior e interior. En uno de los bancos colocados ante la barra lo ocupaba la danzarina fracasada. La edad y la vida nocturna habían deformado su rostro ahora exageradamente maquillado y sus piernas sobresalían varicosas entre la ajustada y corta falda del vestido de cabaretera.
Ebrio, andrajoso y con orines de tres o cuatro días en sus ropas entró entre tumbos y palabrotas el tercero del grupo.
Se miraron al rostro y enmudecieron por la sorpresa: Resultaron viejos conocidos y un llanto de alegría brotó de sus gastados ojos. Se abrazaron fraternalmente y así permanecieron por varios minutos. No hubo preguntas ni reproches, los primeros rayos del navideño sol naciente iluminaron el conmovedor cuadro y de sus torturados cuerpos surgió un espíritu liberador.
Hadas madrinas aparecieron de repente y los enlazaron de las manos para emprender un nuevo camino con renovadas esperanzas de un futuro mejor, de nuevo unidos como en su primera época. Se elevaron por los cielos y pronto desaparecieron entre nubes de bienaventuranza y tintineo de campanas decembrinas.
Por fin, sus sufrimientos habían terminado para siempre…