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Desconectados, la nueva tendencia

Por salud mental y calidad de vida

Foto: Archivo Siglo Nuevo

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REDACCIÓN S. N.

La tecnología forma parte de la cotidianidad desde la antigüedad. Los hallazgos científicos han conseguido incrementar alcances, reducir tamaños, hasta convertir los aparatos de reciente manufactura en herramientas tan inseparables como una extremidad del cuerpo.

La era digital ha generado dinámicas inimaginables hace algunas décadas. Por ejemplo, la de niños que desde los dos años piden a sus padres el celular como solían exigir la tradicional sonaja o reclamar el chupón. Otra es la etapa de transición establecida por los avances de las tecnologías de información y comunicación, una que divide a la población en 'nativos' e 'inmigrantes' que comparten el adjetivo de 'digitales'. Lo digital también completa una acepción reciente del término 'analfabeta'.

Las distinciones pues, se han ido remarcando a golpes de banda ancha, Internet inalámbrico, uso de datos. Estar dentro o fuera del mundo virtual en el que buena parte de la humanidad se ha instalado depende de estar o no conectado.

Una consecuencia que es posible apreciar tanto en espacios privados como en sitios públicos es la desconexión emocional.

El uso de frases como “el que agarre el teléfono va a pagar la cuenta” se ha convertido en práctica recurrente para combatir la falta de convivencia al interior del seno familiar.

ÉPOCAS

Es normal que la mayoría de los miembros de una familia posean dispositivos que les permitan la comunicación inmediata y navegar por la red de manera constante y hasta permanente. Esta tendencia ha derivado en un impacto de consideración en las sociedades.

La tecnología forma parte de la cotidianidad desde la antigüedad. Los hallazgos científicos han conseguido incrementar alcances, reducir tamaños, hasta convertir los aparatos de reciente manufactura en herramientas tan inseparables como una extremidad del cuerpo. La interacción a través de estos equipos se ha vuelto un asunto preocupante.

Allá por los años cuarenta del siglo pasado, las familias que adquirían una ejemplar muestra de progreso, la radio, solían sentarse en torno al aparato y escuchar, por ejemplo, las noticias. Luego de un breve coloquio sobre los temas de actualidad llegaba la hora de la cena, donde cada miembro de la célula básica ponía a los otros al tanto de como había sido su día.

Escenas por el estilo eran frecuentes entonces y hoy son como una especie en peligro de extinción. Han sido sustituidas por una menos cordial: la de familias que sí, pueden estar reunidas en una mesa, pero sin mirarse y sin hablarse, con la nariz clavada en la pantalla del móvil.

Se desconectan entre sí para conectarse con alguien que no está presente. Las razones y las excusas para justificar tal elección abundan. Los de menor edad que pasan el día en la escuela suelen argumentar que es necesario permanecer en línea buscando información para la tarea; los padres suelen atribuir su conducta a las exigencias del trabajo. En no pocas ocasiones, tanto los primeros como los segundos no hacen sino tomar la decisión común de darle mayor importancia al chat. La repetición de estos hechos, su conversión en un asunto rutinario, tiene la facultad de conducir a las familias a enfrentar conflictos, cuando no crisis, en el que el desconocimiento del otro lleva las cosas en la dirección opuesta a la armonía. ¿Cómo convivir con alguien a quien no conoces?

Expertos en temas de la célula social básica y desarrollo integral señalan que esta situación se ha ido agravando debido a un postulado (con una ligera modificación a la frase que retrata al liberalismo más extremo) introducido en la forma parental de conducir el barco: “Dejar ser, dejar pasar”.

Con esa directriz dominando su panorama, los padres dejan de lado la enseñanza de valores y no se ocupan de poner límites dentro de la educación de los hijos.

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ISLAS

Se calcula que, en promedio, una persona revisa su móvil cerca de 150 veces al día y que interacciona con él hasta por más de cinco horas al día sin importar el lugar o el contexto en que se encuentra.

Las tecnologías de información y comunicación, a pesar del contacto inmediato que permiten y del conocimiento que gracias a ellas se tiene a mano, no evitan, ni tienen por qué, los efectos nocivos para la convivencia.

La correspondencia con lo cercano se pierde para preservar la conexión con lo digital. Esto también es un problemas de conectividad, pero de los núcleos familiares. Es importante motivar el diálogo y establecer una serie de acuerdos dirigidos a mantener la armonía.

La televisión, los teléfonos móviles, los videojuegos, las computadoras, se han hecho con el papel de proveedores del aprendizaje, sustitutos formativos adquiridos por los padres con base en las ventajas que ofrecen para el desarrollo de las competencias de sus vástagos.

Los especialistas recomiendan ir reconstruyendo de a poco la interacción perdida. Un primer paso sería asignar un tiempo determinado para navegar en Internet y utilizar los teléfonos móviles, las tabletas y las consolas.

Otros consejos son turnar el uso de los dispositivos; establecer momentos para la convivencia y que estos sean respetados; impedir que la interacción a través de las plataformas de diálogo virtuales interfiera con las tareas del hogar; colocar los equipos en zonas comunes de la casa y supervisar lo que se está haciendo en ellos de manera constante.

Es indispensable que los padres muestren congruencia y prediquen con el ejemplo. Para ello, dejar el trabajo o las tareas innecesarias en la oficina es un tema crucial.

NOVEDAD

Si bien puede parecer difícil en un primer momento, es posible la vida en estos tiempos digitales sin estar al pendiente de los correos electrónicos, las actualizaciones de los muros de Facebook o las novedades que se difunden vía Twitter.

El objetivo de poner un freno a la capacidad de retención que ejercen las tecnologías sobre los individuos no es ni necedad ni locura.

Si hay quienes eligen desempolvar sus viejos celulares, esos que sirven única y exclusivamente para hacer y recibir llamadas o mensajes de texto, es por dos cuestiones elementales a veces menospreciadas: salud mental y calidad de vida.

La experiencia de aquellos que han dado un paso atrás, que han emprendido la ruta de la desconexión, dicta que es posible vivir sin Internet sin descuidar las actividades profesionales o los vínculos sociales.

Conservar aspectos esenciales de la vida en común, como la conversación o las relaciones sin pantallas de por medio, lo vale.

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