Siglo Nuevo

Eduardo Antonio Parra

La literatura del norte

Foto: Universidad Veracruzana

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ALFREDO LOERA

México es un país con una fuerte tradición literaria. Desde tiempos precolombinos y la Conquista hasta la fecha, se han escrito grandes obras. Mucho se ha comentado que recientemente existe un movimiento en el norte que vivifica dicha tradición.

Eduardo Antonio Parra nació en León, Guanajuato, en 1965. Proveniente de una familia de clase media, tuvo la oportunidad de radicar en varias de las ciudades del norte de México, como Ciudad Juárez, Nuevo Laredo y Monterrey. Estudió Letras en la Universidad Regiomontana, y posteriormente trabajó por algunos años en la nota roja de los periódicos de la ciudad de Monterrey. La escritura de Parra tiene como temática principal la violencia. Más de una ocasión ha afirmado el interés por dilucidar la razón por la que la sociedad mexicana históricamente ha sido una llena de asesinatos.

Se dice que el hecho de haber trabajado como periodista de nota roja le dio un ojo y una sensibilidad para hablar al respecto como pocos.

¿EL MEJOR CUENTISTA DE MÉXICO?

Aunque Eduardo Antonio Parra ha publicado dos novelas Nostalgia de la sombra (2002) y Juárez. El rostro de piedra (2008), por lo que más se sigue su escritura es por su cuentística. Escritores, como Enrique Serna, han comentado que Parra tal vez sea el mejor cuentista mexicano de los últimos veinte años. Su estilo recuerda a los grandes maestros del género de nuestra tradición que según el consenso se representa por Juan Rulfo y José Revueltas. En la escritura de Eduardo Antonio Parra sin duda hay una continuación de los primeros. Se encuentran las temáticas rurales abordadas de una manera ejemplar, así como también los escenarios urbanos. No obstante, lo que emparenta de un modo más evidente a Parra con Rulfo y Revueltas es que los personajes de sus historias están en situaciones límite.

El parentesco anterior no significa que Eduardo Antonio Parra no sea original o que no tenga nada nuevo que decir. La presencia del Río Bravo en sus narraciones es de las más expresivas de la literatura. Él mismo ha comentado que el Bravo tiene varias reminiscencias simbólicas, como las de la laguna Estigia y el río Leteo. En una entrevista nuestro autor comenta, “Ese río Bravo era algo así como la laguna Estigia. De alguna manera yo lo veía así. Cuando decía, bueno, los indocumentados lo cruzan, muchos ya no regresan. O sea, sirve también como aquellas aguas de la laguna Estigia, para curarte de la memoria. Te olvidas de tus raíces, te olvidas de todo y te quedas por allá”.

La narrativa de Parra, como se observa en estos comentarios, se ha concentrado en historias de la frontera. Ya desde los años noventa, con su primer libro Los límites de la noche (1996), pero especialmente en su segundo libro Tierra de nadie (1999), su escritura nos ha permitido ver la vida de estos hombres y mujeres anónimos que buscan el sueño americano y que cada vez son más frecuentes en los semáforos de nuestra ciudad. Parra desde la última década del siglo pasado se adelanta a los problemas sociales que se darían después y que actualmente estamos viviendo. Ya perfila las diferencias culturales contemporáneas entre México y Estados Unidos.

EL PANTEÓN

En la década de los noventa, la ciudad de Monterrey fue una de las más vivas de nuestro país culturalmente hablando. Por desgracia a raíz del recrudecimiento de la violencia en la guerra contra el narcotráfico la movilización de Monterrey se ha visto mermada. No obstante, años previos a esta circunstancia en la capital nuevoleonense se conformó un grupo de escritores llamado “El Panteón”. Parra en varias ocasiones ha comentado que todas las semanas se reunían a tallerear de un modo despiadado sus textos literarios. Entre los miembros del grupo estaban autores como David Toscana, Antonio Ramos Revillas, Hugo Valdés, Rubén Soto, Felipe Montes y Ramón López Castro, de los cuales algunos, como Toscana y Ramos Revillas, poco a poco han ido consagrándose en el ambiente literario mexicano.

A veinte años de su formación se observa que el grupo fue un contrapeso en cuanto a la literatura escrita en el interior del país, ya que anteriormente casi toda la literatura nacional se escribía en la Ciudad de México. Se decía que todos los escritores mexicanos vivían dentro de una zona reducida a unos cuantos metros cuadrados a la redonda, en la colonia Roma de la capital mexicana. El Panteón fue una de las primeras manifestaciones con la fuerza suficiente como para romper este paradigma. En Monterrey también se escribía buena literatura. Todavía se recuerdan las polémicas suscitadas en revistas de circulación nacional, como Letras Libres, entre El Panteón y el otro grupo de escritores surgido en los noventa, estos capitalinos y con el apoyo de la oficialidad que les daba el espaldarazo de Carlos Fuentes: El Crack, de Jorge Volpi, Pedro Ángel Palou y el recientemente fallecido Ignacio Padilla.

La aparición de El Panteón sin duda propició la apertura hacia el público lector masivo de eso que se ha dado por llamar “la literatura del norte”.

LA LITERATURA DEL NORTE

Eduardo Antonio Parra es el escritor más importante de esta reciente concepción de la literatura del norte. No sólo por ser uno de los primeros en manifestarse como tal, sino porque ha sido quien se ha preocupado en un modo más constante por darle forma a este concepto. Ha hecho una especie de genealogía iniciada en escritores como Martín Luis Guzmán (Chihuahua, 1887) y Alfonso Reyes (Monterrey, 1889), pasando por José Revueltas (Santiago Papasquiaro, 1914), Jesús Gardea (Chihuahua, 1939), hasta Daniel Sada (Mexicali, 1953). Esta intención se puede advertir en la antología de cuentos preparada por Parra, la cual lleva como título Norte (2015). El principal discurso, más allá de la calidad excelente de algunos relatos, es que la tradición literaria mexicana del siglo XX fue construida por autores del norte de México. La cuestión no ha dejado de generar polémica debido a que muchos escritores nacionales ahora se plantean como parte de una región muy delimitada; por otra parte, el canon mexicano sin duda ha sido alimentado por hombres del interior del país. Otros dos ejemplos serían Juan Rulfo (Sayula, 1917) y Juan José Arreola (Zapotlan el Grande, 1918), ambos originarios de Jalisco, hecho que a su vez para algunos críticos hace que la cuestión de la literatura del norte sea un falso problema. Por otra parte, no se puede negar que el centralismo político y cultural de nuestro país haya generado círculos de poder que no permiten que la literatura de las diferentes regiones de México se valore en relación con su calidad. Que apareciera el grupo de los escritores del norte como una contracorriente obedece a una necesidad de equilibrar los poderes de la cultura mexicana. El debate seguramente continuará dentro del ambiente literario mexicano, hasta que la nueva realidad demuestre de una vez por todas que la Ciudad de México ya no sustenta el monopolio de la intelectualidad en México (otro autor que ha hecho contrapeso en este sentido es Heriberto Yépez [1974], desde la ciudad de Tijuana). Independientemente de la polémica, lo que sí se puede advertir en la lectura de los textos es que los escritores posteriores a Parra considerados del norte, incluidos o no incluidos en la antología mencionada, todavía no han podido alcanzar la calidad literaria que él despliega en sus libros. Esto hace pensar que la idea actual de la literatura del norte es algo que básicamente se ha dado cabalmente en el trabajo del mismo Eduardo Antonio Parra.

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