En la columna anterior, di a conocer 10 actitudes de los padres que contribuyen a la construcción de una personalidad sana en sus hijos.
En el presente escrito, explicaré los primeros dos de los diez puntos antes descritos.
Comencemos.
1. Amor y Seguridad
Durante la primera infancia, el ser humano es más vulnerable y necesita de los demás para sobrevivir. En esta etapa, es indispensable que el bebé y niño pequeño sienta el amor incondicional de sus progenitores para construir la confianza necesaria para afrontar el mundo.
Golleman (2005) explica que John Bowlby, psicoanalista británico, encontró en sus investigaciones que un lazo saludable entre padres e hijos es crucial para el bienestar del niño. También, señala que cuando los padres responden con empatía a las necesidades de sus descendientes, establecen un sentimiento básico de seguridad. Y, aunque existen investigaciones de la heredabilidad del temperamento, es decir, que los niños inseguros tímidos o depresivos pueden haberlo legado biológicamente de sus progenitores, lo cierto es que también heredaron el ejemplo de comportamiento del padre o la madre. En mi experiencia como educadora de la primera infancia, puedo rescatar algunos ejemplos: padres que se preocupan y presionan a sus hijos para que demuestren seguridad al desenvolverse, pero sus patrones de comportamiento (principalmente de la madre o el padre) denotan introversión (posturas corporales, tono y volumen de voz, confianza al expresarse, entre otras); padres que exigen a sus hijos conductas sociales favorables, pero que les transmiten irritabilidad desde el inicio de su rutina diaria (prisas que propician gritos, regaños, impaciencia y frustración) y los niños lo evidencian en su comportamiento al llegar a la escuela (intolerantes, irritables, peleoneros, gritones).
En resumen, es fundamental fincar relaciones empáticas y felices entre padres e hijos desde su nacimiento para que, independientemente de la disposición genética, el niño pueda establecer un patrón seguro de interacción con su entorno propio de una personalidad equilibrada.
2. Respeto mutuo
Golleman (2006) asegura que los niños aprenden a reforzar el repertorio de modos con los que pueden afectar a los demás. Es decir, los niños aprenden tanto el respeto como la falta de éste desde su entorno familiar y social.
Los padres de familia pueden utilizar los conflictos como medio de aprendizaje del respeto mutuo (Secretaria de Educación Publica, 2015). En estas situaciones, les corresponde a los padres tanto otorgar como exigir respeto. El niño debe tener clara su posición y la de la autoridad. Para esto, los padres marcan los límites, no sólo mediante palabras, sino con acciones y ejemplos cotidianos, muchas veces subvaluados por los progenitores. En este respecto, Golleman describe un estudio en el que padres de niños preescolares que reaccionaban con ofensas, gritos y hostilidad en discusiones maritales, provocaban las mismas reacciones en sus hijos hacia sus compañeros de juego: niños demandantes, prepotentes y hostiles. En cambio, los hijos de padres que resolvían sus conflictos con amabilidad y comprensión mutua, tenían más habilidades para solucionar situaciones durante el juego de manera productiva y equitativa.
Por ende, los padres al enseñar a sus hijos el respeto mutuo, logran no sólo ser honrados por ellos, sino dotarlos de competencias sociales para actuar con empatía hacia los demás y respeto hacia su persona.
En conclusión, los padres de familia son elementos fundamentales en la conformación de la identidad de las personas. Si bien, tanto el entorno social más allá del familiar como los componentes genéticos, son de gran influencia; es el amor, la seguridad y los patrones de conducta basados en el respeto recibidos y aprendidos de los padres, los factores determinantes para la construcción de una personalidad sana.
Espera en la siguiente columna las actitudes subsecuentes de los padres que favorecen personalidades equilibradas en sus hijos.