Foto: Paco Cinematografi ca/Warner Bross
La mecánica de La migliore offerta funciona porque logra despertar la inquietud del ¿qué pasará? antes de propinar un fuerte golpe, el depurado impacto llega al corazón sin tocar ningún otro tejido.
El filme de Guiseppe Tornatore protagonizada por Geoffrey Rush es una historia del peor amor, el que todo lo tolera y todo lo perdona aunque eso implique abandonar la vida, una buena, que se tenía para irse a habitar un limbo en el que la rutina de una existencia egoísta, mas plena a su manera, se convierte en una triste sorpresa desalmada.
La migliore offerta es también un relato con moraleja. En una fraternal guerra de ingenios, no siempre gana el más inteligente. Basta con dar el golpe definitivo, uno cuya brutalidad no sea causa de muerte, pero sí con la fuerza suficiente para despojar al rival de cualquier tipo de aliento. Es mejor dejar suficiente de él para reconocer a su vencedor.
En la filmografía de Tornatore hay piezas que merecen verse de pie. Dos de ellas, Cinema Paradiso y The legend of 1900, muestran extremos de la mirada del cineasta. En la primera se gana al respetable gracias a personajes armados con la sencillez de las instancias regulares, la familiaridad con los lugares y las emociones. En ese cine las acciones y diálogos se vuelven memorables a fuerza de avanzar hasta el público a ras de tierra. En la segunda cinta, la extraordinaria situación de un legendario músico, propulsada hacia celestes regiones por su talento, hace pensar en un objeto volador no identificado, uno que, por la vía de unas decisiones cada vez más humanas, acaba por aterrizar junto al espectador y confraternizar como un miembro más de esa familia que uno escoge, la de los amigos.
La migliore offerta se encamina por esta última senda.
SOFISTICADO
Virgil Oldman (Rush) es un marchante al que le gusta sobre manera su persona. El prestigio, la habilidad para maniobrar detrás de las sombras y la fortuna que posee le permiten saciar sus más caros y estéticos caprichos. Se cuida con esmero, tiñe su cabello, siempre lleva guantes (salvo cuando se trata de tocar pinturas), y dedica sus pensamientos, casi en exclusiva, al arte.
Una de las cualidades que Virgil más aprecia en el individuo que habita el espejo es su manera insular de tratar con el mundo. En las ceremonias oficiales cumple con el deber de formar parte y destacarse dentro del colectivo, sin embargo, una vez que acaba de representar el papel y obtiene lo que quiere de aquellos con los que ha departido, vuelve a una soledad embellecida por auténticas obras maestras.
La única persona con la que mantiene una relación 'cercana' es Billy Whistler (Donald Shuterland). La inclinación, acaso amistad, de Oldman hacia Billy no está basada en compartir ideas o sensaciones, aunque a veces coincidan en alguna apreciación, sino en la certeza del comerciante acerca de su superioridad. Whistler es un falsificador al que la simpatía de Oldman le ha granjeado buenos dividendos y vanidades, pero no de la divisa que a él le gustaría, una llamada 'respeto'.
Otro colaborador del protagonista es el joven Robert (Jim Sturgess), un experto en mecanismos con una amplia cultura a propósito de los antecedentes de su profesión. La intervención de Robert será fundamental para ir armando las piezas del rompecabezas. Otra de sus funciones es proveer a Virgil de información útil en materia de trato con el sexo opuesto.
FORTALEZA
La presentación del aséptico marchante logra estampar en la mirada un pleno de sofisticación y elitismo. Los elementos que van aumentando el medidor de tensión surgen a partir de que se introduce en el discurso audiovisual el mayor tesoro de Oldman, una habitación poblada con abundantes muestras, en el terreno pictórico, de la genialidad humana.
El protagonista es contratado para valuar las piezas reunidas en el interior de una casa vieja que son propiedad de Claire Ibbetson (Sylvia Hoeks) una rara y bella heredera. La relación entre la mujer y Virgil irá agregando calor humano a esa residencia descuidada aunque llena de atractivos.
El tímido y culto valuador queda enganchado a su anfitriona tanto como a la recolección de piezas de metal dispersas por toda la propiedad. Robert, el joven mecánico, está convencido de que los pequeños fragmentos proporcionados por Oldman formarán, una vez reunidos, un autómata de época.
El afán por completar ese antepasado robótico y la intimidad cada vez mayor entre Claire y él, introducen a Virgil en una tierra prometida que pasa muy pronto y no dejará otra cosa que desconcierto y dolor. De un monto a otro, las cartas que le han tocado ya no se corresponden con su especialidad, no puede anticipar cuál naipe viene. Su destino (la victoria o la derrota) ni siquiera pertenece a la jurisdicción del azar, yace bajo el control de la desconocida mano de un jugador que es tan impecable en su juego como Oldman en el suyo.
PRESTIGIO
Las críticas hacia este filme de Tornatore son variadas. Hay quienes la tachan de predecible y de desperdiciar el talento de actores como Shuterland o Sturgess. Del otro lado, los encantados dicen que el director italiano es un creador en permanente estado de gracia, que la obra va metiendo al testigo en la piel de Virgil Oldman hasta hacerlo partícipe de su felicidad y su desolación. Puede ser que tanto unos como otros tengan razón. En lo que coinciden ambos bandos es en celebrar a Geoffrey Rush, un actor que saltó a la fama gracias a su interpretación del pianista David Helfgott en Shine (1996) y que no parece conocer límite a la hora de obsequiar actuaciones memorables.
Este largometraje es una transición llevada a instancias poco habituales. Comienza con lo que parece ser un pomposo retrato del mundo del arte. Luego de unos minutos cambia y se transforma en una historia de amor atípica entre dos personajes cuyas líneas coinciden en una aversión al mundo fundada en el temor a los demás. Superadas esas primeras etapas de la ruta, se adentra en los terrenos del misterio y el suspenso. La mecánica de La migliore offerta funciona porque logra despertar la inquietud del ¿qué pasará? antes de propinar un fuerte golpe, el depurado impacto llega al corazón sin tocar ningún otro tejido.
Otra razón es que regala al espectador numerosas pistas sobre el rumbo que adoptará la trama. Son constantes las reflexiones y los diálogos sobre la naturaleza de lo auténtico y las posibilidades de la falsificación. Estos recursos son importantes porque el marchante se ve obligado a trasladar al ámbito personal, con imprevisibles resultados, una cuestión habitual de su oficio: decidir qué es verdader y qué no lo es. A la cinta no le toma demasiado tiempo desenmarañar el final reservado para Virgil y Claire. Eso causa en quienes atestiguan con atención el curso de la historia, la desazón de haber armado la parte principal del rompecabezas, pero no los detalles que lo embellecen.
ROTO
Nadie en su sano juicio dudaría de la belleza de la Venus de Milo. La ausencia de brazos no altera en modo alguno la percepción de que esa pieza es una de las más hermosas creaciones de la humanidad. Por un mecanismo similar, llegamos al final de La migliore offerta con la impresión de que ser testigos de una mutilación ayuda a encarecer ciertas películas. Acompañar a un hombre reformado en la persecución de su más reciente sueño, uno que también tiene la pinta de ser el último, nos deja al final la idea de que al ser humano, sea ingenioso o no, le rodean engranajes inescrutables que lo mismo pueden impulsarlo hacia arriba o triturarlo, sin que pueda hacer nada al respecto. Uno puede ganar sin merecerlo y perder porque hay pocas decepciones sobre la tierra que no dejan de ser reales.
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