Foto: Fiction Cinematografica S.p.a.
Io e te está basada en la novela homónima de Niccolò Ammaniti. El cineasta de Novecento y de El último emperador hilvanó, a partir de ese texto, una cinta que habla de límites, de padecimientos que se llevan tanto en el cuerpo como en el alma.
Bernardo Bertolucci es uno de los nombres propios del cine. Cualquier colección que se precie de contener lo mejor de la cinematografía mundial estaría incompleta si en su acervo, ya sea físico o digital, no aparece alguna muestra del talento del nacido en Parma.
El último tango en París, por ejemplo, hace milagros como el de imponer silencio a un auditorio que lleva a la sala de proyección desde ruidosos empaques de frituras hasta ganas de platicar sobre las incidencias de la última borrachera.
Probar la filmografía del cineasta italiano es observar, más que relatos, emociones impresas en fotogramas ya sea a través de jóvenes sin más posesiones que sus sueños o de un niño convertido en el sol de un imperio.
Su discurso audiovisual se encuadra, a falta de mejor denominación, en la “vieja escuela”, y no es que en la actualidad el director esté próximo a cumplir 78 años de edad. Su cine ya era 'viejo' desde que él era joven; la longevidad del término no implica ni caducidad ni anacronismo sino una forma de percibir su arte: el largometraje requiere poco más allá de un escenario adecuado, buenos actores, diálogos e interacciones atrayentes.
UN SÓTANO
Io e te (Tú y yo), filme estrenado en 2012, es considerado por la crítica como una obra menor y tiene razón. No hay en ella ni grandes nombres ni gran presupuesto. No hay un montaje deslumbrante. Nos presenta un relato tan antiguo como “un hombre conoce a una mujer”, aunque no con los fines que acostumbran llenar el plano.
Lo demás, para el espectador, es como la vida cuando se piensa que no pasa nada, que no sucedió nada ni ayer, ni hoy y lo más probable es que no ocurra nada mañana. Sin embargo, por dentro, todo se mueve, quizás a un ritmo lento, contrario al vertiginoso ritmo impuesto por las distancias urbanas, la mensajería (que no comunicación) instantánea, las dinámicas laborales, sociales, culturales.
Dentro de las cuatro paredes del cuerpo acontece buena parte de lo importante: catástrofes, auroras, doctrinas mueren, pensamientos nacen, los ídolos de una época son destrozados, los paradigmas se renuevan, algo ha pasado. Eso es lo que parece decirnos Bertolucci en lo que fue su regreso a las carteleras tras casi una década ausente debido a problemas de salud. Su físico puede fallar, mas su óptica sigue funcionando y para probarlo, encerró en el sótano de una casa a un adolescente y a una veinteañera. El encuentro avanza en la dirección opuesta a la de la reunión entre María Schneider y Marlon Brando en ese último tango ya mencionado.
PUERTA
En varias reseñas se le llama 'película intimista' o se utilizan epítetos parecidos; son raras las que se inclinan por encasillarla en la básica y no menos acertada “historia de amor”, que lo es; al menos ese es el resultado de un ejercicio en el cual los personajes, con su carga de tribulaciones, son desmontados y vueltos a armar a partir de un esquema donde la felicidad, así sea momentánea, tiene lugar.
El adolescente Lorenzo (Jacopo Olmo Antinori) es hijo de padre ausente y madre sobreprotectora; no consigue conectar con nadie. Un viaje escolar se presenta como la oportunidad para evadirse del mundo y encerrarse en el sótano del edificio en el que vive. Su idea es permanecer allí una semana entera, escuchar discos de rock, degustar comida chatarra y hacer lo que le plazca en compañía de su granja de hormigas.
Tanto el hogar de sus insectos como su plan perfecto acaban rotos. Olivia (Tea Falco), su veinteañera hermanastra y casi perfecta desconocida, irrumpe en el lugar en busca de refugio y altera el curso de la nave. Su caótica existencia, aderezada con una adicción a las drogas, un aire retador y la indiferencia como una sombra pegada a ella, entre otros defectos y atributos, provocan los primeros roces con Lorenzo. La forzada convivencia pronto muestra un lado amable. Entre ellos, comienza a abrirse una puerta.
ADAPTACIÓN
Io e te está basada en la novela homónima de Niccolò Ammaniti. El cineasta de Novecento y de El último emperador hilvanó, a partir de ese texto, una cinta que habla de límites, de padecimientos que se llevan tanto en el cuerpo como en el alma, de lo vacío que puede estar el exterior cuando nada de lo que tenemos dentro produce alguna resonancia en esas formas ajenas.
Foto: Fiction Cinematografi ca S.p.a.
Lorenzo, púber introspectivo, solitario, con la cara llena de acné, no muestra reparos al engañar para encerrarse, alejarse, guardarse en el silencio, junto a cosas de su agrado.
Su media hermana, Olivia, bella, inestable, batir de alas herido, arriba con su propio cargamento de emociones fuertes, porta otra forma de sentirse perdido.
Bertolucci atrapa las expresiones, los gestos, los actos; en su montaje no hay sino un mínimo de elementos; lo otro, lo que cuenta, se viste de sonidos, las palabras son las únicas capaces de arrojar luz.
CANCIONES
Varias canciones refuerzan la intención de Bertolucci por proporcionar, más que un buen título, una experiencia personal, aquello que cada quien siente, por ejemplo, al escuchar una canción de David Bowie.
En esta producción, el espectador encuentra armonías de The Cure (Boys don´t cry), Red Hot Chili Peppers (The power of equality) y Arcade Fire (Rebellion lies).
El lugar central se lo lleva el camaleón con su Ragazzo solo, ragazza sola. Se trata de la música de Space oddity con letra en italiano. Bowie la grabó en 1969 pensando que era una traducción de su éxito espacial, pero en realidad se trataba de algo completamente distinto.
La pieza musical le viene muy bien al diálogo de los hermanastros y es usada, a pesar de su contenido melancólico y depresivo, en uno de los momentos más alegres de la historia, ese en el que las regiones oscuras de los dos seres, y con ellas la incomprensión, la falta de comunicación, los resentimientos, se han despejado lo suficiente para permitir un atisbo de calidez.
Bertolucci logra transmitir la idea, a un tiempo feliz y triste, de que el hogar, el verdadero hogar, existe, pero es momentáneo y a veces, tenemos clara la fecha de su caducidad.
VUELTA
La filmografía del italiano reúne desde pequeñas hasta grandes historias, desde relatos íntimos hasta narraciones situadas en el escenario de un contexto político y social a escala nacional o continental.
El ya septuagenario realizador, por aquello de los giros de la ruleta vital, decidió contar una historia sobre un par de jóvenes para ilustrar un problema de los tiempos modernos.
La idea de pasarlo bien de un adolescente es encerrarse en su caparazón, y la idea de refugio de una joven es un lugar donde pueda desintoxicarse sin ser notada. De ese dueto no sólo surgieron un par de actuaciones entrañables sino una buena canción, una que cada espectador compone y que merece una reflexión a propósito de algo escrito hace casi 80 años por Saint-Exupéry: “Debemos procurar encontrarnos”.
La aparición de Olivia cambia todo y cuando parecía que la nave de Lorenzo había virado hacia el fracaso, no se da cuenta de que, en realidad, está siguiendo la estrella del Norte.
Para extraer este tipo de conclusiones de una 'obra menor', es indispensable alcanzar una conexión emocional con lo que transmiten los personajes. Tú y yo, además de una película intimista y una experiencia personal, es una oportunidad para ejercitar tanto la empatía como la proyección, traer a flote algún diálogo cercano, íntimo, fraterno, que hayamos protagonizado.
El regreso de Bertolucci, una luz diminuta pero concentrada, austera pero sustanciosa. Se dice que no se trata de un filme ambicioso, pero, cuando se trata de retratar el contacto humano en una época dominada por los efectos especiales bien se merece el adjetivo de 'arriesgada'.
