Foto: Radious TWC
Quienes prefieren dosis más elevadas de adrenalina consideran que hay demasiado diálogo y un déficit de acción. Quizá una explicación de lo anterior es que, desde 2011, Russell forma parte del club de los sexagenarios.
Cada cierto tiempo en la escena estelar de Occidente se registra un fenómeno que si bien no es tan frecuente como los eclipses tampoco es tan raro como el paso de un cometa. A ese acto recurrente pero singular se le llama la 'resurrección' de una estrella.
Es el caso de un actor nacido en Massachusetts, Estados Unidos, hace ya 66 años. Hablamos de uno de los puntales del cine de acción en la que, para muchos fans, fue una época dorada del género.
Kurt Russell comenzó los ochenta con dos películas que hoy siguen gozando de buena reputación: The thing y Escape from New York, ambas bajo la dirección de John Carpenter. Su participación en el cine ochentero se cerró con un largometraje considerado como un bizarro, entretenido, excéntrico y no tan lucrativo producto llamado Tango & Cash.
Los noventas representaron encarnar al célebre comisario Wyatt Earp en Tombstone, retomar el rol de Snake Plissken en Escape from L.A. e interpretar la mudez de una máquina de guerra capaz de acabar con un regimiento de humanos genéticamente mejorados en Soldier.
Comenzó el nuevo milenio como integrante de un grupo de maleantes imitadores de Elvis dirigido por Kevin Costner en 300 miles to Graceland y haciendo de la figura paterna que escucha al atormentado Tom Cruise en Vanilla Sky. Luego, siguió aceptando papeles, pero nada demasiado exigente. Había decidido dedicarle tiempo a la familia.
En 2007 llegó la primera resurrección. Llamó a la puerta Quentin Tarantino, el papel fue el de Stuntman Mike y la película se llamó Death Proof. Las críticas fueron excelentes, pero el actor decidió alejarse de los reflectores para cumplir un sueño que llevaba cerca de tres décadas dormido. Así creó Gogi Wines, su marca de vinos.
Llegó un nueva etapa de semi-retiro. Vinieron más papeles pero nada que implicara un revuelo total. Russell se había convertido en una especie de cuerpo opaco que solamente reflejaba la luz de otros astros.
Sucedió entonces que Tarantino repescó al viejo Snake, lo reclutó para The hateful eight y, de nueva cuenta, resucitó. Luego vino su incorporación a Guardians of the Galaxy 2, cinta de superhéroes diseñada para atiborrar las salas de cine, fenómeno que todavía sucede.
UN TRABAJO IGNORADO
El propio actor comentó a la prensa que entre sus dos resurrecciones de la mano de Tarantino hizo “cosas pequeñitas que nadie vio”. Destacó el caso de The art of the steal, quizá la más destacada de las variadas piezas menores en las que ha participado.
Estrenada en 2013, El arte del robo fue dirigida por el canadiense Jonathan Sobol y su reparto incluye a Matt Dillon, Jay Baruchel y Terence Stamp.
La película comienza con el ingreso de Crunch Calhoun (Kurt Russell) a una cárcel polaca luego de un robo que salió mal. Su medio hermano Nicky (Matt Dillon) fue atrapado por la policía y, puesto a elegir entre una segunda condena que implica un largo tiempo tras las rejas o vender a alguno de sus cómplices, traiciona a Crunch.
Lo siguiente es la actualización. Ya liberado, Calhoun trabaja haciendo acrobacias en su motocicleta y su jefe le paga unos dólares extra a cambio de que se rompa un par de huesos en las evoluciones más peligrosas. Vive con su novia y su aprendiz.
Un visitante enojado irrumpe en el retiro de las extremidades enyesadas. Es un ex socio de Nicky que golpea a Crunch para sacarle información sobre el paradero del traidor. Entre mamporros y preguntas, el energúmeno le da una lección de arte al protagonista: Nicky robó un cuadro del maestro del puntillismo Georges Seurat.
En esa golpiza, Calhoun encuentra ánimos para retomar su carrera delictiva, solucionar sus problemas de efectivo y saldar cuentas.
EL MISMO MOLDE
Los pocos blogs y revistas de cine que se tomaron el tiempo para criticar el trabajo de Sobol señalan que la historia falla a la hora de ofrecer algo auténtico. Comentarios frecuentes retratan a The art of the steal como un Ocean´s eleven canadiense de bajo presupuesto o bien como una deudora directa de The italian job.
Los pocos blogs y revistas de cine que se tomaron el tiempo para criticar el trabajo de Sobol señalan que la historia falla a la hora de ofrecer algo auténtico.
La estructura habitual está presente: llega la propuesta (robar un libro antiguo extremadamente valioso), forman el equipo (en el que destacan Jay Baruchel como el patiño de Kurt y ,Chris Diamantopoulos como un brillante falsificador) arman el plan y ejecutan con éxito.
Se trata, afirman los críticos visores, de un filme para pasar el rato. La nota amable con el cineasta es que los peritos cinematográficos son conscientes de que en el cine de robos con estilo la originalidad es un elemento raro.
A favor de la ejecución se comenta que, en varios momentos, recuerda al Guy Ritchie de sus primeros largometrajes.
También se resalta que la pieza cumple con su función principal: entretener. El dictamen no es producto de secuencias vertiginosas ni de un despliegue efectivo de coreografías y explosiones; se debe, en su mayor parte, al trabajo actoral de Russell, Dillon y Terence Stamp.
Stamp interpreta a Samuel Winter, un ladrón de arte a quien la magia de los acuerdos con la fiscalía convierte en asesor y valuador de Interpol. Winter y el agente Bick (Jason Jones) andan tras la pista de Nicky.
Quienes prefieren dosis más elevadas de adrenalina consideran que hay demasiado diálogo y un déficit de acción. Quizá una explicación de lo anterior es que, desde 2011, Russell forma parte del club de los sexagenarios.
DEBATE
El arte del robo no genera grandes elogios pero sí da para algunas críticas severas, por ejemplo, el crítico Scott A. Gray dice que es una estafa del tipo “cuando te das cuenta de que el discurso audiovisual está vacío, tu dinero ya se fue”. La trama, asegura, peca de predecible, Dillon falla porque únicamente hace de Pat Healy (su personaje en Loco por Mary), y el dúo de perseguidores formado por Stamp y Jones no acaba de cuajar.
Para otros, la cinta se disfruta y hasta deja un buen recuerdo gracias a una combinación de talentos que incluso logran dar vida a personajes acartonados. Russell, Dillon y Stamp cargan sobre sus experimentados hombros una película que, con otros rostros, no habría despertado ningún interés.
En cualquier caso, si El arte del robo es más imitativa que auténtica, si es más diálogo que acción, si queda a deber, no es culpa de Kurt Russell.
Si la cinta es disfrutable, si consigue su objetivo de mantener al espectador atento, si se le perdonan los lugares comunes y los giros predecibles, es gracias a que uno ve en pantalla a MacReady, a Snake Plissken, a Gabriel Cash, al soldado Todd, a Stuntman Mike, a todos esos nombres que dan forma a una carrera ligada a una época dorada de tipos duros que no discutían porque podían arreglar las cosas a golpes, tirando balazos o eliminando al mal con el fuego purificador de una explosión.
Correo-e: bernantez@hotmail.com