EL SÍNDROME DE ESQUILO
Seamos prácticos: las elecciones pueden ser un buen negocio. Cada año, después de las elecciones, escuchamos que muchos no fueron a votar. Las cosas no están para menos. Pero no es la intención de este artículo concientizar a nadie respecto a las implicaciones de faltar a las urnas, sino establecer en pesos y centavos cuánto vale un voto en caso de que usted, como yo, decida venderlo. Como quien pasa un trapo por la licuadora antes de llevarla a la casa de empeño, me puse a hacer cuentas así, a ojo de buen cubero, para ver cuánto le podría exprimir a mi credencial. Lo hice al recordar que durante la última elección hubo quienes recibieron lavadoras, televisiones y hasta tarjetas prepagadas con cifras nada despreciables. ¿Se acuerdan del caso Monex?
¿Cuánto le podré sacar a este plástico?, pensaba, atesorando entre pulgar e índice mi credencial ¿cinco, diez mil pesos? ¿Lo suficiente para unas vacaciones?, no estaba dispuesto, la verdad, a malbaratar mi sencilla participación en la llamada fiesta de la democracia del próximo 4 de junio.
Profecionalismo ante todo, me dispuse a hacer un estudio de mercado y encontré que los gastos para organizar esta elección rebasan los $402 millones de pesos (un botín muy decoroso, pensé, imaginando que de tal suma al menos podría pepenar para mí una computadora para seguir haciendo las novelas que me dan de comer). Mi entusiasmo comenzó a desinflarse cuando supe que en Coahuila el número de votantes es de 2,026,548. Resulta que, si dividiésemos la marmaja entre todos lo que tenemos credencial, nos tocarían apenas $195 pesos por cabeza.
Mi memoria comenzó a dudar. ¿Por qué, cada elección circulan las historias de quienes venden su credencial en quinientos y hasta más de mil morlacos? Como quiera que sea, pensé, me alcanza casi para un cartón de chelas y si cae de regalo, pues bienvenido, me las beberé a la salud del nuevo gobernador. Lástima que en las elecciones hay siempre ley seca, pero bueno, lo puedo comprar el día 5.
Estaba ya debatiéndome entre cerveza clara u oscura cuando me acordé que, desde hace años pesa sobre todos los coahuilenses una megadeuda ilegal. Nomás por curiosidad me puse a investigar cuánto le debemos a los bancos. Me fui para atrás: 37 mil millones de pesos. Si tomamos en cuenta que según el Inegi habitamos Coahuila 2,954,915 habitantes, resulta que cada uno de nosotros debe poco más de $12,551 pesos. Doce mil pesos de una deuda contratada ilegalmente, un dinero que nadie sabe en dónde está. Y sin contar los impuestos que debemos pagar cada semana y cada mes. Y sin contar también con que esa megadeuda genera una locura de intereses. Para muestra, un botón: según informó el diario Reforma, entre enero de 2012 y julio del año pasado, el gobierno de Coahuila destinó más de 3,350 millones de pesos a pagar comisiones honorarios y otros gastos relacionados con esa deuda, pero el adeudo crece a tal ritmo, que terminaremos de pagarlo, si nos va bien, en poco más de dos décadas.
Ante tal panorama, las cervezas que tenía pensadas para el 5 de junio me supieron amargas. Ya nomás por ocioso y masoquista, he seguido haciendo números. La cantidad de créditos que el gobierno de Humberto Moreira contrató ilegalmente alcanzarían para organizar 92 elecciones como las que estamos a punto de concluir. Seamos prácticos: las elecciones pueden ser un buen negocio. Pero no para nosotros.