EL SÍNDROME DE ESQUILO
En el prólogo a Las enseñanzas de Don Juan, Octavio Paz cuenta que alguna vez Henri Michaux le dijo: "Yo comencé haciendo pequeñas plaquetas de poesía. El tiro era de 200 ejemplares. Después subí a dos mil y ahora he llegado a los 20 mil. La semana pasada un editor me propuso publicar mis libros en una colección que tira 100 mil ejemplares. Rehusé: lo que quiero es regresar a los 200 del principio". La anécdota me gusta porque encierra un misterio: aunque ni Michaux ni Paz lo expresan, el comentario del poeta francés nos permite adivinar que existe un momento de plenitud en el oficio literario. Una iluminación, un cambio cualitativo, una especie de transmutación. Michaux parece recordarnos que el fin último de la literatura no está en ganar cada vez más lectores, sino en hallar a los interlocutores adecuados. Ha sido imposible no acordarme de la anécdota mientras hojeaba dos libros que desde hace unas semanas esperaban entre mis lecturas pendientes. El primero se titula "Callejero Gourmet. Veinte aguafuertes langucientos". El segundo "Este desfile atónito. Galería de hermosos monstruos". Los dos son de la pluma de Jaime Muñoz Vargas, autor que en estas latitudes no es necesario presentar, pues es conocido y reconocido.
Si los libros de Jaime me han recordado la anécdota de Michaux no es sólo porque se trata de dos plaquetas de colección, también porque en ambas encuentro a un escritor en plenitud que se dedica a su oficio sin alardes ni exotismos. Un escritor-editor para quien escribir y publicar son un gozo per se, no un medio para inflar el ego o el bolsillo. Como deja clara la cuarta de forros, se trata de "muestras de literatura y periodismo ajenas a cualquier propósito de lucro y posteridad".
Callejero Gourmet, el primero de la serie, reúne veinte ensayitos dedicados a los antojos que le dan identidad a la Comarca, del agua celis a la nieve Chepo pasando por los burros de hielera. Textos sencillos, muy breves, que echan luz sobre datos que ignorábamos sobre nosotros mismos. Para ejemplo basta un vaso: en el primero de sus comentarios Jaime nos recuerda que el agua celis se llama así por deformación del vocablo alemán "seltz", que sirve para nombrar el agua carbónica con que se prepara. Así, de agua de Sellos, nuestros antepasados fueron acostumbrándose a pedir agua celis.
En 52 páginas Jaime demuestra que es un autor con colmillo. Un cronista que sabe bien cómo usar la lengua. En el subtítulo que cataloga a estas viñetas como "aguafuertes langucientos" veo un homenaje oculto a Roberto Arlt, ese autor cuyos aguafuertes porteños, publicados originalmente en 1933, siguen vendiéndose como pan caliente en Buenos Aires. Pero veo también una declaración de principios, pues los aguafuertes son pequeñas estampas grabadas que desde la época de Durero y Rembrandt gozaban ya de gran difusión entre el gran público.
Si de difusión se trata, podemos pasar al segundo de los libros que es, también a su modo, un catálogo de antojos. Bajo el título "Este desfile atónito", Muñoz Vargas nos recuerda veinte actrices y modelos que habitaron y siguen habitando los sueños de varias generaciones: de Marilyn Monroe a Sylivia Kristel pasando por Raquel Welch, Jaime rinde tributo a las musas que nos han inspirado pasiones altas, bajas e intermedias. Se trata, en todos los casos, de rostros (y cuerpos) bien conocidos por las masas pero al mismo tiempo inalcanzables como no sea en el engaño colorido de las pantallas.
Hay entonces una enorme paradoja en estos dos primeros títulos de la colección Harakiri: se trata de textos que pueden ser disfrutados por cualquiera, pero que, dada su limitada circulación serán privilegio de unos cuantos, pues sólo se han impreso cien ejemplares de cada título. Corra por los suyos a la Librería El Astillero.