EL SÍNDROME DE ESQUILO
"Agradece a tu enemigo la posibilidad de superarlo" es una frase que da mucho qué pensar. Si la hubiese pronunciado Hidalgo al entrar en Guadalajara, figuraría en letras de oro sobre la pared de algún museo. Pero el autor no es un prócer del pasado, sino una de las mejores plumas contemporáneas: Juan Villoro. Autor de casi cuarenta libros entre novelas, crónicas, obras de teatro, cuentarios y ensayos, Villoro ha construido una sólida obra cuyos extremos comienzan a conectarse revelándonos un apasionante sistema de ideas. Una visión del mundo.
La rivalidad provechosa es una de las obsesiones literarias de Villoro. En varias de sus ficciones los personajes compiten entre sí hasta formar una dualidad indisoluble. El tema aparece ya en "Huellas de Caracol", el primer cuento de su primer libro, publicado en 1980 y protagonizado por dos amigos que rivalizan por una muchacha. Así sucede también en "Corrección", cuento que cierra La Casa Pierde (Alfaguara, 1999) y que narra la dinámica entre dos escritores antagónicos.
Vuelvo a la cita inicial. Ésta aparece en "La jaula del mundo", relato compilado en El Apocalipsis (todo incluido), publicado por Almadía en 2014. El cuento es protagonizado por Josecho, un autor de teatro de búsqueda que se ha mantenido fiel a sus ideales éticos y estéticos. El antagonista, Salvador Ocaranza, es un actor talentoso que cambia los escenarios por la política, ámbito en el que destaca por sus habilidades histriónicas. Tras treinta años sin verse, Josecho y Ocaranza se reencuentran sólo para comprender que han cultivado un rencor recíproco, y que ese rencor les ha mantenido a flote en los momentos de zozobra.
Agradece a tu amigo la posibilidad de superarlo. La frase me ha venido a la mente porque condensa también la más reciente aventura literaria de Villoro: la pieza teatral titulada La Desobediencia de Marte, que se presentará todos los fines de semana de agosto y septiembre en el Teatro Helénico de la Ciudad de México.
"Ciertas rivalidades son extraordinariamente productivas", explica Villoro en el programa de mano: "Johannes Kepler y Tycho Brahe se necesitaban y temían. Movidos por la admiración y la desconfianza, se reunieron en 1600 en el castillo de Bernatek, Bohemia, para descifrar las órbitas de los planetas". Es allí, en ese encuentro, donde comienza la obra que muy pronto se proyecta hasta nuestros días, pues la rivalidad Brahe-Kepler se desdobla en dos actores encargados de encarnar a los científicos.
Habituado a atestiguar la realidad con el ojo del cronista, Villoro pone en juego múltiples rivalidades además de la existente entre Kepler y Brahe: recrea la tensión entre el teatro comercial y el llamado "teatro de búsqueda", entre jóvenes y viejos, entre padres e hijos. Y nos hace sorprendernos. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Tiene un orden el universo? "Hay algo más misterioso que las galaxias: la persona que respira junto a ti", sentencia Villoro en el programa de mano. Y aunque los cien minutos que dura la pieza están llenos de alusiones a momentos clave en la ciencia y la literatura, ésta fluye sin trabas con los recursos del humor inteligente.
Vista desde la Tierra, la trayectoria de Marte parece errática. Caprichosa. Se vuelve un desafío. Pero imaginado desde otra perspectiva, el movimiento de Marte permitió a Kepler deducir que los planetas no se movían en círculos, sino en elipses. Con el tiempo la obra de Villoro comienza a revelarse como un sistema de ideas, una inquietud que, disparada hacia múltiples direcciones, ha terminado por confluir en muchos puntos. Un ejemplo: "Existen solo dos personajes: Hamlet y Lear, que en realidad son uno: Hamlet es la preparación para Lear", dice uno de los personajes, y es inevitable recordar el tremendo ensayo que, sobre Shakespeare y sobre Hamlet, publicó Villoro en 2007. En medio de la obra, uno de los personajes cita la traducción de Hamlet hecha por Tomás Segovia. De Eso Se Trata.
La puesta en escena de La Desobediencia de Marte destaca desde el ángulo que se le mire: con sólo dos actores en escena, existen al menos cinco personajes sobre el escenario, en un juego de cajas chinas que fracasaría con histriones menos hábiles que Joaquín Cosío y José María de Tavira, quienes dan cátedra sobre las tablas. Siguiendo a Diderot, ¿qué hay más difícil para un actor, que fingir que no se actúa?
Y tras ver la obra uno se pregunta ¿quién o quiénes serán los enemigos de Juan Villoro, a los que intenta superar? No los imagino pero, ciertamente, tenemos mucho qué agradecerles.