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El síndrome de Esquilo

HUGO HIRIART Y EL JUEGO DEL ARTE

VICENTE ALFONSO

¿Qué unifica los pasos de ballet de Nijinski con una novela policiaca de Dashiell Hammet y un grabado en madera de Hokusai? ¿Qué tienen en común un western de John Ford, un bajorrelieve asirio y una ópera de Monteverdi? Estas y otras preguntas y otras fueron el punto del que Hugo Hiriart partió para reflexionar sobre dos palabras clave: arte e imaginación. El resultado es El Juego del Arte, libro que en sesenta y tres breves ensayos intenta responder, con un lenguaje claro y accesible, las incómodas preguntas que surgen cuando nos enfrentamos a un cuadro, una película o un concierto: ¿Por qué sentimos y decimos que unos artistas son mejores que otros? ¿En qué consiste la operación de apreciar arte? ¿Existe la inspiración?¿Por qué no hay arte hecho con olores?

No se trata de un libro de coyuntura, armado al vapor, sino del fruto de décadas de búsqueda de un hombre que en los últimos cincuenta años ha sabido combinar la literatura con otras manifestaciones artísticas: además de escribir siete novelas, tres largometrajes, dieciocho obras de teatro e incontables ensayos, Hiriart ha actuado ("muy mal", según dice), ha hecho cuadros en acrílico, aguafuertes, esculturas y grabados, además de intentar sin mucho éxito, como él mismo confiesa, aprender a tocar varios instrumentos musicales.

"Tengo íntima familiaridad con el arte, lo he practicado durante años y, bien o mal, sé cómo se hace", leo en la página 15 mientras espero sentado en la sala de su casa en el barrio de San Ángel. Comprendo por qué los muros ostentan cuadros, algunos firmados con las iniciales H.H. Comprendo también por qué en una repisa, tras el sillón más amplio, se refugian esculturas y piezas de cerámica. Y por qué en uno de los muros de la sala destaca una nutrida colección de discos: (desde Haydn hasta Benny Moré): porque el centro de la obra, y acaso de la vida de Hugo Hiriart, radica en el arte y sus misterios. Precisamente del arte y sus misterios conversamos esta tarde.

Este libro comenzó a gestarse desde 1966, cuando Alejandro Rossi, entonces su director de tesis, le sugirió como tema la imaginación en (David) Hume. Esa idea pronto quedó rebasada porque, en palabras del dramaturgo, "la tarea me aburría hasta la desesperación. Resolví en su lugar escribir lo que yo pensaba del asunto". Y si bien es cierto que una versión previa de este libro fue publicada en 1999 bajo el título Los dientes eran el piano, lo cierto es que las preguntas persistieron y el libro se fue ampliando hasta hallar su forma actual.

Uno de los propósitos de Hiriart es echar por tierra prejuicios e ideas equivocadas respecto al arte y la experiencia estética. Para hacerlo no recurre a frases eruditas ni a lo que uno de sus personajes cataloga como citas de "las grandes vacas filosóficas", que suelen manchar las conversaciones con el "lenguaje dogmático y repugnante de las historias de la filosofía". Al contrario. El reto está en exponer sus ideas con claridad y sencillez.

Uno de los conceptos clave en El Juego del Arte es la crítica a la idea de contemplación entendida como una disposición especial para apreciar algo estéticamente. "La horrible palabrita es útil porque se aplica tanto a la música como a la pintura. Pero hay que estirar mucho el concepto para aplicarlo a la novela, al cine, al teatro o a la poesía" afirma en el libro antes de seguir dinamitando ideas preconcebidas: "cuando un ceramista está haciendo una olla ¿la contempla al mismo tiempo? ¿Y qué diremos cuando un bailarín da un paso de danza?"

"No es cierto que para apreciar algo estéticamente sea necesario asumir una actitud peculiar", señala. Más aún, en muchos casos la apreciación estética ni siquiera es voluntaria. Aborda después otra de las ideas contenidas en el libro: que no hay arte sin tradición, pues ésta permite entender y disfrutar una obra. "Si no cuentas con una tradición, podría ocurrir que escucharas cierto tipo de música y ni siquiera entenderías que es música, creerías que son ruidos. Los turistas que van a ver un cuadro para decir 'yo ya vi La última cena' tienen muy poco disfrute, porque el disfrute viene de que conozcas la línea que venía antes de que Leonardo pintara ese cuadro, lo que vino después y cuáles fueron los aportes".

Otro de los ensayos apunta a aclarar un malentendido generalizado: que al imaginar algo, lo vemos en la mente. "Esta concepción que liga imaginar con visualizar es un prejuicio muy arraigado" explica Hiriart. En realidad se trata de una operación muy distinta. Agrega que a pesar de que la imaginación "es la más asombrosa y la más creativa facultad que tenemos, muy poca gente se da cuenta de que la tiene. No sólo me interesaba decir que existe la imaginación, sino estimular su uso. La gente cree que imaginar es visualizar, pero no es así. Hay grandes músicos que tienen una imaginación prodigiosa y no visualizan nada".

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Escrito en: El síndrome de esquilo

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