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El síndrome de Esquilo

VICENTE ALFONSO

Ayer, domingo tres de diciembre, se cumplieron tres años de la muerte de Vicente Leñero. Autor de una vasta obra, el Maestro supo combinar como muy pocos el rigor del periodismo con la astucia de la literatura y viceversa. Entre sus títulos hay varios clásicos de las letras mexicanas como Los albañiles (novela que también fue llevada al teatro y al cine con adaptaciones del autor) y La vida que se va; redactó también un Manual de Periodismo y fue además un estupendo dramaturgo, cuentista y guionista. Ganador de premios como el Seix Barral, el Xavier Villaurrutia y el Nacional de Ciencias y Artes, era un hombre generoso, de una sencillez pasmosa. A manera de homenaje reproduzco aquí un fragmento de una entrevista que le hice a finales de 2004 en su estudio de San Pedro de Los Pinos.

¿Cómo influyó su trabajo periodístico en su literatura?

El periodismo me ayudó mucho, me contó muchas historias. Yo las he saqueado de allí y de mis experiencias personales. El periodismo en ese sentido es muy generoso: te hace conocer gente de todos los niveles. Cuando estaba chamaco y comenzaba a trabajar en el medio me sorprendía ver a María Félix, a Dolores del Río, a toreros, a científicos. No me planto como un novelista, me he desperdigado por muchos otros géneros. Tengo una tesis: las historias piden el género. Por ejemplo: cuando trabajaba en un periódico quería hacer una novela sobre el ambiente periodístico. Ya tenía más o menos esbozada la historia…pero ocurrió el golpe a Excélsior en 1976, que era más interesante que lo que se me hubiera podido ocurrir allí. Entonces escribí Los periodistas que una novela del ambiente periodístico. Mi proyecto de una novela con ficción, resultó una novela sin ficción.

Ha comentado que no está muy convencido de la forma que les dio a las novelas de su primer período.

Yo venía de un mundo muy diferente, me tocó vivir una época en la que había una gran preocupación formal en la literatura. Aparece una corriente en Francia, el noveau roman, que cuestiona la forma tradicional de la novela. Ya Henry James había descubierto lo importante que es el punto de vista en el que está contada la novela. Los albañiles es una muestra de que yo quería eso que yo había leído en los autores del noveau roman: en Robbe-Grillet, en Nathalie Sarraute, en muchos otros. Esa preocupación formal es muy peligrosa. Pienso que tiñó toda la novela de los años 50 y 60. La historia de alguna manera quedaba detrás. En Los albañiles hay una preocupación muy clara por contar cada capítulo desde el punto de vista de alguno de los personajes: el velador, Jacinto. Seguí en eso hasta llegar a una novela, Estudio Q, que me espanta. Es una novela de un aparato formal que ni entendí. Me parece que es más importante buscar una buena historia. Y el ejemplo de la gran ruptura de esa corriente es Cien años de soledad, de García Marquez, que devuelve a la historia el valor. Esa ha sido mi preocupación: contar las historias un poco al estilo del siglo XIX, con la malicia que adquiere la literatura después de mucho tiempo, pero volver a esa forma donde la forma no se note.

La literatura está íntimamente ligada con el poder ¿Cómo ha vivido usted esto?

No. Yo no creo… nuestra vida está regida por el poder, y ve el desmadre que estamos viviendo ahora: la ambición de poder. Lo que la democracia ha traído hasta ahora es una ambición de poder desatada. Todos quieren el poder y cada quien lucha por su parcela de poder. Antes el poder estaba controlado por una camarilla y ahora ya todos se sienten camarillas, es un desmadre este país políticamente. Periodísticamente en Revista de revistas, en Excélsior y en Proceso, y por mi relación con Julio Scherer viví este brutal acoso de poder que se traducía, en términos de la cultura, en que había una censura espantosa. Cuando escribía teatro tuve problemas para poner Pueblo Rechazado, tuve problemas para poner Los albañiles, tuve problemas para poner El juicio, por Los hijos de Sánchez. Siempre la censura. Con El martirio de Morelos tuve problemas porque era maltratada la figura del mito, del héroe patrio que había escogido De la Madrid como su figura rectora. Entonces se preocupaba mucho el establishment. Ve lo que pasó con una película que a mí me parecía bastante inocente, El crimen del padre Amaro: el problema ahora son los pederastas, no que un curita se coja a una chica. Pues sí, hay una historia allí y se armó un escándalo espantoso, ya la querían censurar. Con esos géneros el poder sí se relaciona, el poder controla al cine. También participé en la hechura de La ley de Herodes, fue también un escándalo. Eso escrito en una novela no hubiera pasado nada. El libro es inofensivo…

En otras latitudes un libro representa peligro, en México leemos muy poco. Pero, por ejemplo, todas las dictaduras tienen muy controlado el asunto de los libros que circulan…

Sí, pero nosotros tenemos una dictadura blanda. En el cine y en el teatro hay más preocupación como manifestaciones públicas. Ahorita ya se puede decir de todo en la prensa, también en el teatro (escrito)…ya nunca censuran los libros, un poco por lo que tú dices, tienes razón: aquí nadie lee. Un libro que vende cinco mil ejemplares es un éxito loco. Las editoriales dicen "bueno, con que venda dos mil, ya si vende más qué bueno", pero vender dos mil ejemplares aquí ya es mucho, y en un país de cien millones de habitantes, fíjate nomás. A veces con promociones se logran vender más libros, pero eso no significa que la gente los lea.

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Escrito en: El síndrome de esquilo

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