(Segunda y última parte)
A ninguna de las aulas existentes pretendí entrar, sin embargo, por fuera reconocía en las que yo había estado en segundo, tercero, cuarto y, por supuesto, el sexto año, ubicadas unas al lado derecho, otras del lado izquierdo.
De repente, reconocí sin lugar a dudas el aula que había correspondido a mi tercer grado, pues sobre su techo, logré visualizar un pinabete, todavía allí presente, de donde la maestra, al parecer de nombre Martha, se proveía de varas del mismo para con una de ellas lastimar, golpear brutalmente, nuestras manos cuando no contestábamos correctamente a sus preguntas y…. ¡pobre del que osara retirarlas al momento de que oíamos el latigazo o "chicotazo que de ella provenía rasgando el aire que al momento de su veloz descenso directo caía a nuestras manos!
Todavía, al momento de narrar estas remembranzas tan traumatizantes para un niño de menos de una década de edad, no pude evitar un llanto que hace que mis ojos se aneguen de un sinfín de lágrimas que sin querer evitar se escaparon de mis ojos, rodando por mis mejillas y no poder evitar expresar: ¡Cómo nos marcaron esos castigos tan injustos!, le comenté al Maestro Beto.
Cuando pasamos frente al aula que sin temor a equivocarme correspondió a la de mi sexto año, ahora al tercer grado, me decía mi acompañante, y como estaba su puerta abierta, me acerqué, y en esos momentos, el grupo elaboraba, asesorados por su maestra, un arreglo floral que regalarían a sus respectivas mamás con motivo del próximo día dedicado a ellas, con la alegría que tan sólo en esos años de nuestra existencia se pueden experimentar, todos trabajaban en lo mismo y me atreví a presentarme con ellos y decirles que hacía muchos, muchos años, había sido mi aula del sexto año, atreviéndome a preguntarles que qué les gustaría estudiar cuando fueran grandes y hubo de todo, algunos, algunas de ellas, querían ser maestras, otros ingenieros, no faltó uno que deseaba ser licenciado y tan sólo uno de ellos, con una gran sonrisa en sus labios que le llegaba de una oreja y unos ojos expresivos, me dice: ¡Yo cuando sea grande quiero ser médico!
Invadido de una gran alegría y gustoso de haber realizado este gran recorrido por todas las instalaciones de mi querida escuela primaria, me despido de todos esos futuros profesionistas, del amable Maestro Beto y de su señora directora, esperando volver a tener el gusto de vivir algún día más adelante esta grata experiencia (Junio del 2017).