-Hija, no lo puedo creer. Andas de novia con el hijo de un zapatero ¡Qué vergüenza!
Menospreciado por una sociedad insensible y clasista, el zapatero remendón, desde los tiempos de los hombres de las cavernas que se protegían las extremidades con pieles de mamut y tiras de sujeción elaboradas con cueros de reptiles, ha desempeñado, a través de los siglos, un papel preponderante en el desarrollo del hombre y la mujer, dotándolos de seguridad, comodidad y aceptable presencia en todos los niveles de la vida, sin callos, juanetes y ojos de pescado.
Dueño de habilidades artesanales que el mismo Jesús reconoció como la mayor riqueza a la que pueden aspirar los oficiales de la alezna, el martillo y las tachuelas, el componedor, hacedor y lustrador de zapatos ajenos, en alguna época y a lo largo de dos siglos sufrió el desaire púbico, pero se impuso a la adversidad y consiguió en 1783 por un mandato de la Real Cédula de España, que su oficio fuera declarado como uno de los más nobles, honrados y tradicionales que se ejercían en aquellos tiempos.
Los historiadores de Wikipedia afirman que el trabajo, calificado del mismo modo como un arte, surgió hace 15 mil años con el hombre de las cavernas -amarres de piel a sus pies- y el más antiguo, de una sola pieza de cuero de vaca y cordones del mismo material, descubierto hace 5,500 años en Armenia.
Los relatores del pasado afirman que en México el gremio fue reconocido a partir del año 1560, con un reglamento oficial que gobernaba su vida interna y la aceptación tácita de que sus labores eran insalubres y mal remuneradas, pero aun en esas condiciones a los humildes artesanos -nunca fueron ni son presuntuosos- se les dio un lugar de privilegio en la sociedad de aquella época. Señalan además que el uso del calzado en nuestro país se generalizó entre los olmecas y tribus aledañas 5 mil años antes de Cristo.
Se deduce, pues la historia no lo dice, que los mismos cavernícolas confeccionaban cubiertas de piel animal amoldándolas al tamaño y forma de las pezuñas y por lo tanto de entre ellos mismos nació el primer zapatero del mundo, el que remienda y recompone los chanclos viejos o desgarrados para dejarlos como nuevos.
Con el transcurrir de los siglos el artífice mexicano comenzó a trepar la escala social hasta convertirse, en los tiempos más recientes, en empresario y creador de una industria altamente competitiva como sucede con los zapateros de León, Guanajuato y fábricas como la Daisy de la colonia Moderna, de Torreón, en la cual se elaboraban a mano zapatos exclusivamente para dama destinados a los aparadores de exhibición y venta en las tiendas del ramo ubicadas en el centro comercial.
De presencia tradicional y necesaria en las barriadas pobres donde la gente no tenía dinero para comprar mocasines nuevos y usaba el mismo calzado viejo, desgastado, con agujeros en las suelas y rotos de los costados a causa de los juanetes, los renovadores aliviaban sus penas con parches, tacones y suelas de repuesto que les permitían utilizarlos un año o más según las exigencias de los cambios de talla. Y los que de plano no tenían recursos para la reparación y acondicionamiento de sus zapatos que ya les quedaban chicos y apretados, rompían la punta para liberar a las engarruñadas uñas que por igual crecían a diario, dolidas por la estrechez de cueros secos y duros, o bien, pepenaban en los basureros las chanclas que otros tiraban.
Las familias dizque generosas, les obsequiaban a los chicos pobres botines que ya no tenían suelas y daba risa y tristeza verlos saltar como chapulines cada vez que pisaban a planta pelona la grava ardiente por el Sol en las vías del ferrocarril, paradójicamente las preferidas para pasear y lucir las "nuevas" prendas ante las chicas criticonas que no perdían de vista vestimenta y galanura de los futuros galanes del barrio, la colonia "La Durangueña" para ser exactos.
Son variadas las versiones sobre el origen del arte-oficio más antiguo del mundo y los zapateros hicieron ya las precisiones correspondientes ante el gremio de las trabajadoras del sexo: que ellos fueron los jornaleros pioneros de la humanidad y no ellas como siempre han presumido.
Las innovaciones a partir de la era cavernícola desembocaron en los zapatones oscuros y sucios por dentro donde no se paraban ni los moyotes debido a los malos olores que despedían. Los desaseados dueños se desentendían del cuidado y limpieza de sus pies y los ponían en manos de las infecciones generadas por una humedad interior contaminada. Los más cuidadosos usaban huaraches ventilados, una variante más de la ciencia zapatera de antaño.
En malas condiciones llegaba el calzado a los talleres de barriada y el reparador cargaba con la obligación de parcharlos, limpiarlos con brocha y cepillo por dentro y por fuera con lustre agregado, todo por el mismo precio. Los exiguos pagos eran el único ingreso para el sostenimiento de la familia zapatera y por lo tanto, ésta no podía rechazar un trabajo por más insalubre que fuera.
En la antigüedad la profesión se hizo notable por la confección de zapatitos de plata con filigrana para el Niño Jesús, de las sandalias de suela delgada para los apóstoles y el mismo Redentor de los hombres y mujeres malos; la invención afortunadamente ya extinta, de los zapatos papales que se calzaban sobre los ordinarios para protegerlos del lodo y la lluvia, -llevaban ese nombre por su parecido con los que usaban los papas, hechos de piel, fieltro o paño- además del diseño y elaboración de las zapatillas de suela ligera para moverse en casa.
Un legado más que confirma la prosapia de los remendones. Lamentablemente, han venido a menos a causa de la industrialización y el empleo de máquinas que sustituyen a la mano de obra de antaño, desde la costura al corte de las piezas para montar en la horma de madera el calzado solicitado a la medida por los clientes, pasando por la aplicación de parches con pegamento para fijarlos mientras se realizaba el cosido a mano, una maniobra que permitía cubrir en toda su extensión los negros hoyos del calzado a recomponer.
Asentar los primeros pasos en el noble oficio, no era tan simple. El debutante lo primero que hacía era acostumbrarse a las emanaciones fétidas de los zapatones averiados, encallecer las manos para manejar el martillo, el trípode que servía para clavar las tachuelas que fijaban las suelas a la piel y las navajas curvas para eliminar sobrantes. Los más precavidos se protegían con manoplas de cuero y un mandil sobre pecho y rodillas.
El aprendiz, por lo tanto, tenía que lidiar con los sudores ajenos, y crecer en un ambiente al principio enrarecido, pero más tarde asimilado como parte del desenvolvimiento profesional que le daría pericia para ejecutar deberes enfocados a propiciar para los demás un andar cómodo y reparador que transmite fortaleza a las piernas de los caminantes, ahuyenta las várices y mejora su estado de ánimo.
Si vuelvo a ese lejano mundo de mi infancia, intentaré despegar en el ramo, a sabiendas de que la sociedad siempre tendrá necesidad de los zapateros remendones, especializados, por cierto, en la fabricación de chanclos artesanales para pies deformes que sólo nosotros teníamos capacidad para diseñarlos y montarlos a mano, a fin de satisfacer los requerimientos del cliente y si no lo creen, pregunten por Chicho en el Mercado Alianza.
La industrialización en serie con el empleo de maquinaria especializada -máquinas de coser provistas de una larga protuberancia para facilitar el arreglo interior del atavío pedestre por donde dedos y manos de la antigüedad exploraban y reparaban el daño con el puro tacto- está borrando del mapa de los pobres a los restauradores manuales.
Los operarios, también modestos, pero solícitos, atendían las necesidades del pueblo cobrando poco y siempre se hallaban a la mano para resolver urgencias; tacones fracturados, hebillas sueltas, y el achatamiento a martillazos de las puntas de los clavos que atravesaban suela y piel castigando a cada paso las plantas de los usuarios.
Igualmente aplicaban un taponamiento inmediato de los agujeros en zapatos destinaurelados a lucirlos en las modestas fiestas de graduación o de bautizos y reponían las suelas desgastadas por el uso constante en los calientes suelos laguneros. Una boleada con grasa Amberes, tinta fuerte de la "Virmarisa" y cepillo de cerdas cerraba el ciclo. --Rápido porque tengo prisa, urgían al maestro generalmente vestido con un pantalón de mezclilla con pechera, trapos en las rodillas de la misma tela y el mandil susodicho, atuendos que lo hacían limpio y presentable.
El ocaso comenzó en "La Durangueña", pero los heroicos y sufridos remendadores se mantienen aún vigentes en algunas colonias de la periferia, en los callejones de la ciudad y en los núcleos campesinos donde la maquinaria moderna no los ha desplazado todavía.
Son tiempos pasados que se añoran como dicen los románticos; en mi caso logré lo que quería porque, a fin de cuentas, lo único que pretendía era a la mujer con la que felizmente sigo unido por encima de los prejuicios sociales. Ella no me rechazó y ya hasta bisnietos tiene, con alberca y chapoteadero como valor agregado.