". . . Tú hueles a tragedia, tierra mía, y sin embargo, ríes demasiado, acaso porque sabes que la risa, es la envoltura de un dolor callado". R. López Méndez.
El mexicano, que se precie de serlo, y que sienta orgullo por esta tierra maravillosa que es México, víctima de la furia de la naturaleza, resistiendo recientemente fenómenos sísmicos, huracanes, inundaciones; el mexicano que trabaja y lucha por él; el México que no se rinde y está siempre de pie, que hace frente a los embates humanos y naturales, con la fortaleza que le ha permitido salir siempre adelante, venciendo obstáculos e impedimentos; ese mexicano, digo, debe conocer y apreciar el contenido de estos monumentos de la arquitectura literaria mexicana, que en este enfoque se reproducen:
¡Señor, deja que cante la gloria de tu raza
La gloria de los hombres de bronce, cuya maza
Melló de tantos yelmos y escudos la osadía;
¡oh caballeros tigres! ¡oh caballeros leones!
¡oh caballeros águilas, os traigo mis canciones!
¡oh enorme raza muerta, te traigo mi alegría!
Así cantaba el nayarita, Amado Nervo, en su poema "La Raza de Bronce" inspirado y compuesto en homenaje a Juárez, a quien consideró el prototipo del mexicano. Es esa raza de bronce que en los momentos de tragedia y luto por los movimientos telúricos de este mes de septiembre que afectaron al centro y sureste de la República, con saldo de cientos de muertos y miles de heridos, familias completas que perdieron la vida, sus propiedades, su patrimonio. Y viene la respuesta de la ciudadanía, de la población civil representada por los miles de voluntarios, rescatistas, topos, que acudieron de inmediato en auxilio de los damnificados que el sismo arrojó; y los que envían víveres, medicamentos, material de curación, artículos de limpieza para ayudar a los que están en desgracia y en este momento lo necesitan; y los que hacen aportaciones en efectivo, o depósitos en las cuentas bancarias: ¡Aquí están los mexicanos ayudando a los mexicanos! Es la nueva raza de bronce, de la que Juárez estaría orgulloso, si viviese.
La Raza de Bronce es un poema épico de José Amado Ruiz de Nervo, nombre completo de Amado Nervo, quien nació en Tepic, Nayarit en 1870 y fallece en Montevideo, Uruguay en 1919. Fue periodista, escritor, novelista, diplomático y poeta. El poema es una composición alegórica en la que el poeta tiene encuentros con lo que él considera cuatro fantasmas, estableciendo diálogo con ellos: Netzahualcóyotl, Ilhuicamina, Cuauhtémoc y Juárez. Así lo dice el propio autor:
¡Eran cuatro fantasmas, todos hechos
De firmeza, y los cuatro eran colosos
Y fingían estatuas, y sus pechos
Radiaban como bronces luminosos,
Y los cuatro entonaron almo coro.
Callaba todo ser y toda cosa,
Y arriba era la noche misteriosa
Jardín azul de margaritas de oro!
Luego viene el jerezano López Velarde con su poema "La Suave Patria", compuesto y publicado en 1921, para inyectar orgullo, optimismo, ánimo al mexicano, al describir la belleza, la riqueza de la tierra, los cultos al dios Sol y la enigmática hermosura de sus mujeres y en la mezcla de las razas, (rubios y morenos); habla de la patria mestiza, donde se han mezclado los pueblos originarios con los conquistadores españoles y cuyo resultado es esa mixtura de pieles, costumbres y religiones. Ramón López Velarde con este poema es considerado el poeta nacional; así lo expresa:
Diré con una épica sordina:
La Patria es impecable y diamantina.
¡Suave Patria: permite que te envuelva
En la más honda música de selva,
Con que me modelaste por entero;
Al golpe cadencioso de las hachas,
Entre risas y gritos de muchachas
Y pájaros de oficio carpintero!
¡Suave Patria: en tu tórrido festín
Luces policromías de delfín,
Y con tu pelo rubio se desposa
El alma, equilibrista chuparrosa.
Y a tus dos trenzas de tabaco sabe,
Ofrendar aguamiel toda mi briosa
Raza de bailadores de jarabe!
Escritor, periodista, locutor y poeta, Ricardo López Méndez nace el 7 de febrero de 1903 en Izamal, Yucatán y muere el 28 de diciembre de 1989, en Cuernavaca, Morelos. Es conocido como el Vate, apelativo que recibió y llevó con orgullo a lo largo de su vida literaria. Además de componer bellas canciones, como Nunca, Golondrina Viajera, Si tu quisieras que Guty Cárdenas musicalizó, López Méndez es autor de "El Credo", al que pertenecen los versos que siguen; El Credo es un canto de fe, de esperanza, en donde resalta los valores de la Patria que la hacen grande y digna de creer en ella:
¡México, creo en ti!
¡Sin que te represente en una forma
Porque te llevo dentro, sin que sepa
Lo que tú eres en mí, pero presiento
Que mucho te pareces a mi alma,
Que sé que existe, pero no la veo!
¡México, creo en ti!
En el vuelo sutil de tus canciones
Que nacen porque sí, en la plegaria
Que yo aprendí para llamarte Patria;
Algo que es mío en mí, como tu sombra
Que se tiende con vida sobre el mapa!
Y, el "Canto a Cuauhtémoc"? De la autoría de José López Bermúdez, quien nace en Moroleón, Gto., el 19 de diciembre de 1908 y fallece el 19 de junio de 1971, en Morelia, Mich., literato e ingeniero mexicano, que cultivó la prosa y el verso. Autor de "Michoacán, canto y acuarela" (1938); "Voces de sombra, de luna y de mar" (1939); "Dura Patria" (1941); "Elegía a Emiliano Zapata" (1943); "Canto a Cuauhtémoc", "Teoría de la Palabra" y "Canto a Morelos" (1966). El poema, declamado magistralmente por Gonzalo Soto, es como su nombre lo dice, un canto dedicado al que algunos consideran el héroe mayor de nuestra historia, Cuauhtémoc, que encarna y representa el valor, la temeridad, que enfrenta al conquistador con astucia, defendiendo con su vida a la Gran Tenochtitlan, soportando estoicamente un sitio de más de noventa días sin agua, sin alimento, sin medicamentos; torturado por Cortés, quien le quemó los pies con aceite hirviendo, para que dijera donde se encontraba el tesoro de Moctezuma.
Cuauhtémoc es el héroe que se sobrepone al dolor y sale triunfante, a pesar de haber sido derrotado:
¡Cantemos el retorno a nuestro Padre,
Cantemos jubilosos el encuentro
Con la luz inicial de nuestro nombre.
Cantemos a la Patria primigenia
Que inmoló sus dioses y sus alas
En un himno de sangres florecidas;
Cantemos sus orígenes hermosos
Al cruzar los círculos del valle,
¡Tras mil años de lenta caminata!
¡Guerreros subyugados por la muerte;
Sacerdotes con pies de sembradores;
Mujeres modeladas por los ríos;
Poetas con ternura de sonajas,
Y ancianos, extasiados por los astros,
Perdieron la batalla de los ojos. . .!
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¡Creces, señor, y junto a ti, tu pueblo crece!
Tu pecho es un muro de la ciudad antigua;
Camina contigo una nueva pirámide,
¡Y contigo padre, otra vez camina el pueblo!