Excelencia de la palabra
¿Qué sería del mundo si la palabra no existiese?; ¿qué sería del hombre, si no contase con ese inst rumento que le permite comunicarse con sus semejantes, fortaleciendo la solidaridad humana...
Construyendo puentes de entendimiento que tan necesitados estamos de ellos? Definitivamente necesitamos de la palabra en toda época y situación. ¿Por qué agredirla, pues, si es tanta su utilidad?
Desde los años escolares comienza la interesante batalla por el lenguaje; inicia con la "latosa" insistencia de los maestros, diciéndonos a cada momento, que es necesario enriquecer nuestro vocabulario para tener un léxico abundante, objetivo y preciso
Frente a ellos, los condiscípulos, los habitantes de nuestro entorno social, la influyente difusión de la radio, la televisión, el internet, la cada vez más extensa aplicación de las redes sociales, las revistas de historietas cómicas, antiguamente conocidas como de "monitos" limitantes de nuestra expresividad.
Debemos considerarnos privilegiados pues la palabra nos ha sido dada para expresarnos, para interrelacionarnos, intercambiar ideas, manifestar deseos, emociones, estados de ánimo; para convivir; ¿entonces, porqué distorsionarla, porque prostituirla, porqué quitarle el sentido limpio, diáfano, preciso que tiene de origen, entorpeciendo la comunicación, que es su propósito y su objetivo?
Si queremos usar correctamente la palabra y aplicarla con precisión en la frase que empleamos para expresar nuestros sentimientos, tenemos necesariamente que enriquecer nuestro vocabulario, y esto se puede lograr dominando los sinónimos y los antónimos para tener a la mano la palabra que deseamos aplicar, sustituyéndola por otra parecida o similar pero que tenga el mismo significado o sentido; por ejemplo, sinónimos de eludir son evitar, evadir; u oponiéndole otra contraria para darle más fuerza a nuestra expresión; por ejemplo, antónimos de transparencia, son opacidad, oscuridad, entre otros.
Debemos también evitar los llamados "lugares comunes". En los talleres literarios cuando se llega al tema de la expresión escrita los maestros recomiendan a los aprendices, participantes académicos o alumnos, eludir los lugares comunes porque afean la redacción, le quitan fuerza a la expresión y desde luego demeritan la calidad de la comunicación.
Son lugares comunes aquellas palabras o frases que usan algunas personas, recurriendo a ellas cuando hay pobreza en el lenguaje, cuando faltan recursos lingüísticos y tienen que echar mano de ellas para complementar una idea o terminar un párrafo. De cualquier forma hay que evadirlos, dejar la vereda y tomar el atajo, dicen los maestros y escritores.
Ejemplos de lugares comunes son: aludir a Francisco Villa y decir inmediatamente que es el "Centauro del Norte", o a Zapata llamándolo "El Caudillo del Sur", cuando pudiese decirse que fue el "Guerrillero Agrarista", y no decir de Morelos como "El Siervo de la Nación", cuando podemos hacer alusión a él, diciendo que fue el organizador político del México recién independizado.
A Ulises lo relacionamos de manera inmediata con Penélope, quien deshacía de noche lo que tejía de día, para eludir el acoso amoroso de los muchos que querían obtener sus favores, ante la ausencia del protagonista de la Odisea.
Un día llega a nosotros el amor y con él la necesidad de escribir, de hacer poemas; y así nos aventuramos a "versificar". Cervantes opinaba, que la "enfermedad de hacer poemas se hace incurable y pegadiza", y esto nos hace adquirir ética, incapaces del plagio, surgiendo nuestra capacidad creadora.
Por ese afán de "poemizar" y algo más, para los antiguos la literatura no figuraba entre las bellas artes, sino la poesía. Su clasificación era la siguiente: Artes Plásticas: la arquitectura, la escultura y la pintura; Artes Fonéticas: la música y la poesía. ¿Y quién es la hija consentida de la poesía? Pues la metáfora, afirma categórico el maestro y literato Roberto Oropeza Martínez.
Continúa este mismo autor: "La metáfora es el ingenio, la gracia, la belleza. La metáfora es la más perseguida de todas las imágenes literarias. A ella aspiran todas las manifestaciones del buen decir, porque es lo que enciende de encanto la palabra. Es el ensueño del lenguaje. Y desgraciadamente en la metáfora también hay lugares comunes. Recordemos, por ejemplo, la conocidísima canción: "Muñequita linda / de cabellos de oro, /de dientes de perla, / labios de rubí...".
"Cada verso es un lugar común de la metáfora; huyamos decididamente de los dientes de perla, de los labios de coral o de rubíes, los cabellos de oro y de azabache, las manos de alabastro, las mejillas de arrebol y todas esas cosas ya hechas que todo el mundo repite en todos los tonos, porque esos son precisamente los lugares comunes. Cuando los escribimos, pensamos, convencidos, que los hemos inventado. En nuestro poema suenan a nuevo; en nuestro cuento, suenan como cosas que no se han dicho nunca.; pero pensemos un poco: ¿son nuevas?, ¿no se han dicho, de veras? Y todavía cuando hemos tocado fuerte a las puertas de nuestra sinceridad, viene muy de dentro cierta rebeldía que nos grita: ¡Bueno, y qué!, ¿Por qué ya se dijo, no se puede decir otra vez?". Naturalmente que se puede. Se puede cuantas veces queramos, pero es mejor decir algo que haya brotado de nuestro pensamiento, que haya pasado primero por la observación de nuestros ojos, de nuestros sentidos, antes de brotarnos por el pensamiento o por los labios, antes de ser fijado para siempre en el papel con nuestra firma".
Por otro lado, es importante también precisar el significado de las palabras. Además, la palabra no tiene porqué ser solemne, seria, formal; también sirve para la broma, el "chascarrillo", el "chiste", para hacernos reír, y no tomar la vida tan en serio. "Si con el chiste, no reíste, luego como viviste", dice la conseja popular. Y va de chiste: "Un tipo le pregunta a otro: ¿cuál es la diferencia entre lo justo y lo correcto?" contestaré con un cuento, le dice: Dos amigos, que al mismo tiempo eran compadres, se encuentran a la puerta de un motel; lo curioso e interesante era que cada uno iba acompañado de la esposa del otro. Cuando se ven sorprendidos, uno de ellos, dice: ¡qué pena compadre!, pero ya ni modo, somos adultos, profesionistas y educados y no vamos a hacer un escándalo. Entonces considero que lo correcto es que su esposa, que viene conmigo, pase a su automóvil, y la mía, que lo acompaña, se pase a mi auto. ¿No le parece, compadre? Responde el otro: estoy de acuerdo en que eso es lo correcto, pero no me parece lo justo. ¿Porqué, compadre, se inquieta el otro. No me parece justo, porque usted ya viene de salida, y yo apenas voy entrando, aclara el compadre". ¿Quedó clara la diferencia?