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ENFOQUE

RAÚL MUÑOZ DE LEÓN

De terremotos, historia y política

Desde el inicio de nuestra vida como nación independiente hemos tenido casos que han puesto a prueba las instituciones mexicanas. La larga lista comienza con Agustín de Iturbide, sin duda...

Un terremoto político; al consumarse la Independencia conspira contra Guerrero para hacerlo a un lado y entonces queda como hombre fuerte, sin enemigo al frente; que se declaró Emperador de México para "salvar al país que recientemente había logrado romper las ligaduras con la corona española", con la creación de una corte de caricatura, tratando de imitar el boato y resplandor de las casas imperiales de Europa.

¿Cómo se hizo emperador? No resisto las ganas, el deseo y el impulso de compartir con los amables lectores de esta modesta columna, la forma en que narra tal episodio Marco A. Almazán, reproduciéndolo textualmente para evitar interpretaciones personales que pudiesen distorsionar su esencia. En el capítulo Los Píos de Iturbide, dice este exponente de la narrativa:

"Aquella noche del 18 de mayo de 1822 el generalísimo don Agustín de Iturbide daba muestras de estar un poco nervioso. Hospedado desde hacía varios meses en la casa de Moncada, en la Ciudad de los Palacios, acostumbraba recibir la visita de sus amigotes al caer la tarde, con el pretexto de echar una partidita de póquer, si bien las reuniones tenían como fin principal el de conspirar contra la regencia que él mismo presidía y que en unión del Congreso y de una Junta de Notables gobernaba al país, recientemente emancipado de la dominación española".

"-Cinco y cinco más- dijo don Manuel de la Bárcena, otro de los regentes que también quería dar el chaquetazo contra el augusto cuerpo del que formaba parte.

-No voy-, anunció don Isidro Yáñez.

- Los pago por ver- fanfarroneó don Manuel Velázquez de León, a sabiendas de que con sus dos pares estaba perdido.

Las miradas de los tres jugadores se concentraron en Iturbide, que parecía estar en babia.

-¿Don Agustín?

-Pío, pío- repuso el autor del Plan de Iguala.

De la Bárcena, Yáñez y Velázquez de León se miraron unos a otros con asombro.

-¿Cómo que pío, pío, mi general?,- se atrevió a preguntar el primero.

-Perdón, señores; estaba distraído. ¿Qué se apuesta?

-Diez morlacos, si quiere usted ver el juego.

-Van- aceptó don Agustín.

-Tercia de reyes - cacareó el señor de la Bárcena.

-¡Maldita sea!- refunfuñó Velázquez de León-. Par de sietes y nueves...

-Póquer de píos, digo, de reinas- dijo Iturbide descubriendo sus cartas y recogiendo las peluconas de oro de la mesa.

-¡Y eso que mi general está distraído! -gruñó de la Bárcena-. Desde que iniciamos la partida, sólo dice pío.

-¿Qué ha puesto usted una granja avícola, general? -preguntó Yáñez.

-No -sonrió Iturbide misteriosamente-. Es que anoche soñé que rompía un cascarón y que emergía como polluelo de águila imperial.

-Curioso sueño -replicó Velázquez de León, socarronamente, mientras barajaba los naipes-. El consumador de la independencia, el triunfador de Iguala, el general en jefe del Ejército Trigarante, en suma, el vencedor del despotismo de Fernando VII, se sueña emperador.

-¿Y por qué no? -preguntó de la Bárcena-. Dentro de poco hará un año que el glorioso ejército libertador, con don Agustín de Iturbide al frente, hizo su entrada triunfal en la capital. Y desde entonces no somos ni chicha ni limonada. Comparten el gobierno una Junta de Notables, residuo de lo más apolillado de la aristocracia virreinal; una regencia constituida por los suscritos, que ni pinta ni da color, y un Congreso en el que ya se escuchan voces republicanas... Sin embargo, no somos ni virreinato, ni monarquía, ni república. ¿Por qué no constituirnos en imperio bajo la égida de este ilustre varón?

-No, no -protestó Iturbide bajando modestamente la mirada-. Yo no aspiro a la gloria, ni a vivir del presupuesto. Recordad lo que dije desde el balcón central de palacio aquel 27 de septiembre de 1821, cuando terminó de desfilar el Ejército de las Tres Garantías: "Ya estáis en el caso de saludar a la patria independiente como libres, a vosotros toca señalar ahora el de ser felices... Y si mis trabajos, tan debidos a la Patria, los suponéis dignos de recompensa, concededme sólo vuestra sumisión a las leyes; dejad que vuelva al seno de mi amada familia, dejad que siga jugando al póquer, y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro amigo Iturbide...".

El generalísimo se enjugó discretamente una lágrima, en tanto que sus compañeros de juego aplaudían conmovidos.

Un par de horas después, cuando había terminado la partida (que ganó Iturbide), Velázquez de León y Yáñez se asomaron por un balcón con sendos vasos en la mano.

-Veo, mi señor don Manuel, que se ha afiliado usted a la logia masónica de rito escocés...

-¿Lo dice usted por mis ideas republicanas centralistas? -preguntó Velázquez de León, enarcando una ceja.

-No, lo digo porque ahora bebe usted Chivas Regal en las rocas -replicó Yáñez señalando el vaso de su amigo-. Y antes sólo soplaba jerez amontillado.

-Los tiempos cambian, mi querido amigo. Todos nosotros, con don Agustín a la cabeza, fuimos realistas de hueso colorado y combatimos a los insurgentes con singular denuedo. Poco después se presentó la oportunidad de darle el chaquetazo al virrey Apodaca, y aprovechando la ingenuidad del general Guerrero proclamamos la independencia al amparo del Plan de Iguala. Pero créame usted que no estoy del todo satisfecho. Como decía antes el colega de la Bárcena, no somos ni chicha ni limonada.

- ¿No le atrae a usted la idea de fundar un imperio?

-Francamente, no. Sobre todo con don Agustín a la cabeza. Ya vio usted cómo ganó ese último póquer de ases; sacándose un naipe de la manga. Y si en el juego nos hace trampas, ¿qué no nos haría como emperador? Yo por eso prefiero una república, donde todos tengamos "chance"...

-Y si nos ganan la elecciones los contrincantes?

-Se podría pensar en la posibilidad de organizar un partido oficial, a prueba de sustos...

En estos momentos, cuando estaba a punto de nacer la idea del PRI, la conversación de los dos amigos se vio interrumpida por la algazara de una muchedumbre que desembocó en la calle. Al resplandor de mil antorchas, la plebe se amontonaba frente a la casa de Moncada, lanzando gritos estentóreos:

-¡Viva Agustín I ¡Viva el Imperio mexicano! ¡Viva el ejército!

Yáñez y Velázquez de León se retiraron del balcón, temerosos de que les fuera a tocar un ladrillazo.

-¡Atiza! Esta es una asonada...

-¡Y yo que le prometí a mi mujer que volvería antes de las once!

Mientras tanto, don Agustín de Iturbide, saltando como un cabrito por el salón, reía y gritaba como loco: ¡Pío, pío, pío!

La calle estaba llena de gente. Todos aullaban como desaforados y blandían sus hachones, hasta que un individuo de uniforme se encaramó en un poste e impuso silencio:

-¡Conciudadanos! -vociferó-. ¡Viva don Agustín de Iturbide, emperador de México!

-¡Que viiivaaa! -coreó la muchedumbre.

-¡Que viva la independencia!

¡Que viva! -rugió la calle entera.

-¡Que viva el respeto a la voluntad del pueblo!

-¿Qué es eso? -se preguntaron unos a otros los gritones.

En eso apareció Iturbide en el portón, y el uniformado descendió del poste como de rayo. Al frente de una docena de descamisados, desunció los caballos del carruaje y haciéndola de ídem lo arrastraron por las calles del primer cuadro, en tanto que se iluminaban las ventanas y repicaban las campanas de todos los templos de la ciudad.

Nuevamente desde el balcón de la casa de Moncada, don Isidro Yáñez y don Manuel Velázquez de León contemplaban el inusitado espectáculo.

-¿Quién sería el tipo ése de uniforme que llevaba la batuta y que proclamó emperador a don Agustín en medio de tanto borlote? - preguntó don Manuel, alargándole su vaso al criado de librea que se acercó con la botella de whisky.

-Quién sabe. No lo he visto en mi vida -replicó don Isidro.

-Con perdón de los señores -explicó el criado-, es el sargento Pío Marcha...

-¿Pío?, ¿Pio? -preguntaron al unísono los dos regentes.

-Sí, señores. Don Agustín de Iturbide lo ha estado esperando desde las cuatro de la tarde".

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Escrito en: Raúl Muñoz de León

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