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Ensayo sobre la cultura

José Luis Herrera Arce

GENERANDO VALORES

El valor se genera cuando una cosa o acción sirve para algo. Cuando se tiene claro los objetivos de la vida, entonces comenzamos a buscar las cosas que nos ayuden a lograrlo y estamos dispuestos a pagar por ello lo que sea. En una sociedad capitalista como la nuestra, lo sabemos bien: el deseo sube lo que las cosas cuestan. Si algo comienza a funcionar y muchos lo quieren, su costo aumenta.

El valor es cultural. Lo que importa son las referencias en las cuales enmarcamos a las cosas para apreciarlas o no. Queremos mandar a nuestros hijos a las universidades porque como padres de familia pensamos que los títulos son mágicos y suficientes; con ellos, es posible conseguir mejores sueldos y una situación social envidiable. No pensamos muchos en el contexto de la sabiduría, investigación o aprendizaje. El valor de los estudios se encuentra en relación de las oportunidades de trabajo; cuando las cosas no suceden según lo proyectado, nos sentimos ser producto de un fraude y los actos pierden su sentido.

La cultura es la principal referencia de todos los valores, de ella emana lo que nos sirve o deja de servir para conseguir los objetivos vitales. Si en nuestra cultura se desprecia la vida espiritual, religiosa o estética; o si no contamos con el deseo de trascender en nuestros actos cotidianos y nos conformamos con las cosas materiales y los goces carnales, entonces lo que tiene valor para nosotros es aquello que podamos pesar o medir; o sirva para el goce aparente o real de la sensualidad.

Lo que ha pasado entre nosotros es precisamente eso; hemos reducido la vida del hombre a su dimensión material. En el transcurso de nuestra existencia, nos han enseñado que el ser depende del tener y que triunfar significa poseer cosas de lujo y entregarnos a consumir todo lo que la mercadotecnia sea capaz de ofrecernos nada más por ser moda. Son como los títulos, un supuesto que sirve para lograr un fin que muchas veces no llega; a lo mejor, lo conveniente es que mantengamos el vacío para seguir siendo consumidores por ser esa la forma en que funciona nuestra economía; un imaginario colectivo del cual no podemos dejar de participar.

Otra de las características de nuestra cultura es que menosprecia los esfuerzos. Si hay un camino fácil para conseguir las cosas, entonces esa será el más apropiado de recorrer. A los niños, el día de hoy, no se les puede obligar a esforzarse para conseguir objetivo. En el sistema escolar, se avanza sin el necesario dominio de las habilidades o el aprendizaje de los conceptos. Es injusto detener a las personas en su camino o sacarlas del sistema por no saber. Hay infinidad de oportunidades y a ello los acostumbramos.

En la vida profesional pasa lo mismo; cada vez menos personas hacen esfuerzo para cumplir con su trabajo. Según nuestros parámetros, trabajar es un castigo y hay que evitarlo, o un medio de explotación, se debe de combatir.

Si el trabajo no me produce lo deseado, entonces es posible buscar otros medios para hacernos de las promesas que la sociedad capitalista nos ha ofrecido. Nos volvemos arrojados y aprendemos que el camino fácil y productivo es aquel que se aleja de la legalidad. El camino de la delincuencia da inicio con las pequeñas acciones; hurtos menores que pasan desapercibidos. Si nos deja, cada día nos atrevemos con más, perfeccionando el oficio hasta que sea la única forma que utilicemos para sobrevivir.

Otro de los caminos son las exigencias. Si no tenemos porqué esforzarnos, entonces podemos exigir que se nos otorgue gratuitamente lo inmerecido; a través de las instituciones nos acostumbramos a que nos den y es un doble juego de recibir y ofrecer en cambio nuestra voluntad para que la cúpula del poder cumpla con sus objetivos personales. Lo mismo pasa en los sindicatos que en la democracia. Se reciben dádivas a cambio de mantener a los líderes en los puestos donde obtienen riqueza y ejercen el poder.

Esta es una de las razones por la que el campo fracasó. A los ejidos se les dotó de dinero y maquinaria, pero el campesino no trabajó la tierra. Gastó el dinero en él y no cumplió con la obligación encomendada. Nadie lo hizo pagar por el hecho, al contrario, se le siguió dando más. Vino la corrupción, los intermediarios se quedaron con parte del dinero y nadie se hizo responsable del fracaso. La demagogia se encargó de esconder la realidad.

Nuestra cultura nos ha vuelto irresponsables. El valor, hoy, es aprovecharse de las situaciones; dejarse corromper y corromper. Delinquir. Exigir, pedir. Evitar los esfuerzos. Vivimos en la decadencia.

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