EL SISTEMA POLÍTICO
Cuando los ciudadanos no confían en sus políticos es que algo anda mal. En un país democrático, se supone que los representantes son elegidos por el pueblo para que realicen las aspiraciones de los ciudadanos; es más, se supone que es uno más de ellos y tiene la capacidad de sentir y de desear como los demás, con la misma visión en el futuro las mismas críticas del presente.
En la realidad, no es cierto, porque el político, por el hecho de ir escalando puestos, obtiene mejoras económicas y de estatus social, que le pueden hacer olvidar de donde proviene y convencerse que es mejor servir a intereses ajenos a los de la ciudadanía porque de esta manera obtendrá mejores beneficios personales; entonces legisla, no para el hombre que lo elige, sino para el sistema que le paga, y muchas veces es en contra del hombre que lo elige.
También, el trabajo político se puede convertir en un sistema de clientelismo. La mayoría son los que menos tienen. La manera de satisfacer a esa mayoría es concederles las migajas que caen de la mesa de los impuestos que todos pagan. Condicionar los apoyos por pertenecer a un partido o para apoyar a ciertos grupos para que se mantengan en el poder. Convencer a los ciudadanos que menos saben, que los apoyos dependen de los líderes de sus barrios en lugar de ser derechos constitucionales que cualquiera que cumpla los requisitos puede acceder.
No es, solamente, que los ciudadanos hayan perdido la confianza en los políticos, sino que es pasmoso ver cómo han proliferado los partidos políticos nacionales y regionales y que si obtienen un mínimo de votos se mantienen como negocios personales o hasta familiares, mediante los cuales se pueden manejar los presupuestos destinados a las elecciones sin que exista mucho control en los gastos.
¿Qué sentido tiene tanto partido político? ¿De dónde sacan tanta ideología tan diferente que no se puedan agrupar en menos partidos? ¿Cuántas concepciones de izquierda, de derecha, de centro? Al pueblo le cuesta. Si tu partido no cumple las pretensiones personales de darte poder y riqueza, tienes la opción de fundar un partido nuevo que si consigues unas cuantas personas que te sigan, te puedes mantener dentro del erario y sobrevivir. A lo mejor, hasta puedes obtener un puesto que no implique mucho problema y te dé la buena vida que andas buscando.
Toda esta galería de personajes tan extraños que se sienten soñados, ¿a dónde han llevado a la nación, a los estados, a las ciudades, a los pueblos? ¿Vamos mejor o peor? ¿Nos estamos liberando de las dependencias para construir nuestro propio futuro o temblamos porque Trump quiere cancelar el Tratado de Libre Comercio? ¿Tenemos la capacidad de China de convertirnos en una potencia económica? ¿Tenemos la capacidad de la India y de los turcos, de destacar en la producción audiovisual? ¿Cuáles son las salidas que nos han dado? ¿De qué pueden pavonearse? ¿De las casas que construyen en las colonias elitistas? ¿De las fortunas millonarias que consiguen lucrando hasta con la salud de los ciudadanos? ¿De la decadencia de las instituciones como el Seguro Social? ¿De la falta de trabajo que existe en la ciudad y en la nación? ¿De los bajos niveles académicos?
Nuestros políticos nos cuestan mucho y son bastante ineficientes; por eso, el pueblo no confía en ellos, siente que se han convertido en una casta que vive en un paraíso ficticio que ellos mismos se han construido a base de la demagogia. Amigos se pueden conseguir a base del dinero y de los apoyos que se les conceden. Dejan de ser amigos cuando el dinero para comprarlos deja de existir. Antes, a los políticos les interesaba la dignidad y el nombre; ahora, no les importa perder la dignidad, ni ir a parar a la cárcel, ni embarrar en el lodo el apellido, el nombre de la madre, de los hijos, de la esposa. Lo que han perdido es la dignidad, aunque gasten millones de pesos en sus imágenes. El pueblo les ha perdido la confianza porque se siente traicionado.
Ya no importa de qué color es el político. No existe una proposición viable para volver a tener la fe en el futuro. Ahora, tememos que nos lleven a un sistema totalitario como Venezuela de donde no podamos salir. Nadie cree en nada. Volvemos a la situación de Los de abajo, la novela de Azuela, somos piedras que caen por las laderas de los cerros. No vamos a ninguna parte. Así que, sus presupuestos deben de servir para la reconstrucción del país, no para seguir manteniendo a una sarta de zánganos y de oportunistas que no solucionan el problema nacional.