Siglo Nuevo

Explorar el rigor adamantino

Sobre lo negro y blanco de la hoja

Foto: Archivo Siglo Nuevo

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IVÁN HERNÁNDEZ

La discusión sobre ¿qué es una novela? no se agota, menos cuando cae en nuestras manos un título como El que mueve las piezas.

En su contraportada es presentada como una novela bélica, lúdica, documental, familiar y de espionaje. En verdad tiene ingredientes, en mayor o menor medida, de todo eso, y no podría afirmarse que un sabor determinado predomina sobre otro. El 'juego', o mejor, la 'partida' que Ariel Magnus (Buenos Aires, 1975) propone se resiste a una clasificación, quizá la característica dominante es poner a prueba al lector.

Apelemos pues, a la simplicidad y hablemos de una obra a cuatro manos tecleada por un nieto (Ariel) y su abuelo (Heinz Magnus); va de la prosa a la dramaturgia; parte del puerto de la historia y se adentra en aguas calmas como el dato riguroso, o bien en corrientes inseguras como la suplantación o un desarrollo contrafactual de los acontecimientos.

Los personajes 'históricos', en la tropa incluimos (aunque los veamos haciendo sobre el papel cosas que efectivamente hicieron en el mundo real) a los dos Magnus, a Capablanca, a Nadjorf, son tan reales como los ficticios, esto no debe perderse de vista. El autor lo menciona en la advertencia previa, así crea uno inmunidad cuando se enfrente a la documentada bateria desplegada por el (los) narrador(es).

El marco histórico ayuda a bajar la guardia. Los hechos retratados o, mejor dicho, vueltos literatura, sugieren al espectador mantener la mira ajustada según las especificaciones de la 'no ficción'.

Poner en duda la existencia de los documentos incorporados al cuerpo del relato es innecesario, ¿vamos a recelar de quien nos comparte los íntimos pensamientos de su ascendiente? Además, verificar la autenticidad de las pruebas no es nuestra tarea, en éste caso en particular toca revisar que cumplan la misión de contribuir a redondear una atmósfera tan negra como blanca.

INMORTALES

Una propiedad destacada del deporte-ciencia es el infinito número de partidas que hay contenidas en sus 64 escaques. Para reducir el panorama hasta una imagen asequible, el ajedrecista se decanta por una apertura acorde a sus deseos o plan de juego (lanzarse al ataque, tomar posiciones, causar debilidades en el bando enemigo). Algo similar sucede con el novelista y lo que va tecleando.

Al inicio la intención del escritor argentino es subrayar la presencia del que mueve la pieza. Conforme el texto avanza, se descubre un movimiento inesperado, una jugaba rocambolesca, mas ganadora, la pregunta a responder no es ¿quién ha movido? Todo era encaminarse hacia una revelación: descubrir a la entidad creadora que empezó la trama.

La exhibición del argentino puede disfrutarse desde la fascinación por las obras relacionadas con el llamado “juego de reyes”. A la cita no podía faltar Omar Jayyam, portador de esa verdad según la cual “peones somos de la misteriosa partida de ajedrez que juega Dios. Nos mueve, nos para, nos adelanta y nos arroja después, uno a uno, a la caja de la Nada”.

Otro ineludible es Jorge Luis Borges: “También el jugador es prisionero / (la sentencia es de Omar) de otro tablero / de negras noches y de blancos días. / Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonía?”.

La Novela de ajedrez es visitada con frecuencia dada la predilección que el ascendiente del bonaerense sentía por Stefan Zweig.

También hay menciones 'honoríficas' para el autómata de Poe y el Luzhin de Nabokov.

Debe subrayarse que la creación de los Magnus no persigue la naturaleza genial de un gran maestro, no en el sentido en que sí lo hace, por ejemplo, La defensa.

Sin embargo, el repertorio de inmortales, tanto de las letras como de los jaques, presente en las páginas mantiene el pulso acelerado.

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Ariel Magnus. Foto: Interzona Editores

HISTORIAS

Para comenzar, el nieto Magnus toma prestado de Zweig a Mirko Czentovich. El ficticio campeón de Novela de ajedrez llega a Argentina a competir en el Torneo de las Naciones del 39. Su deseo se verá frustrado porque nadie lo conoce todavía (la obra del escritor alemán se publicó hasta 1941).

Mirko es un buen ejemplo de como un peón del flanco de reina, aunque logre avanzar hasta situarse a un par de movimientos de la coronación, se vuelve irrelevante si las piezas menores y mayores, ya sean las propias o las ajenas, vuelcan la acción en el flanco opuesto hasta poner a uno de los reyes en un serio predicamento, con amenazas de muerte rondando su efigie. Czentovich pues, se queda varado y la atención se vuelca en desarrollar el caballo (Yanofski, periodista que cubre el torneo) y la dama (la ajedrecista Sonja Graf, interés romántico de uno de los autores) así como en sacar al rey (Heinz Magnus) de su enroque.

En enero de este año, el periodista Leontxo García, afirmó que “de las 42 olimpiadas de ajedrez disputadas hasta ahora, la de Buenos Aires en 1939 fue, sin duda, la más dramática”, las maniobras sobre los tableros coincidieron con las hostilidades registradas al inicio de la Segunda Guerra Mundial.

El torneo también es recordado gracias a su participante más destacado: el cubano José Raúl Capablanca. En esa competición forjó, jugando contra el polaco Czerniak, la que es considerada su última joya.

Ariel Magnus nos comparte documentos y anécdotas sobre la mancha más oscura en el expediente de Alexander Alekhine, que en aquellos días tenía el título mundial. El ruso-francés se negó a darle la revancha a Capablanca, el excampeón. El cubano murió en 1942 y Alekhine en 1946.

En otro frente, documenta las tensiones entre los equipos alemán-austriaco y polaco, entre alemanes y palestinos, entre alemanes y alemanes, o mejor dicho, entre alemanes y sus conacionales antinazis.

La delegación de inmortales del juego de reyes, la importancia simbólica del torneo (ganado por Alemania y con Polonia en segundo lugar), las ideas de ajedrecistas y público en general para fijar postura (protestar o respaldar) sobre el conflicto que abría sus fauces en Europa, son elementos destacados de la narración.

SORPRESAS

Como cuando uno prepara la tormenta de peones sólo para renunciar de inmediato al plan ante el acoso armonioso de los alfiles perfilados en las grandes diagonales, así el lector renuncia a intentar adelantarse a los pensamientos de Magnus el exiliado y su cómplice.

El plan de los autores radica en crear las mayores complicaciones posibles, ante ellos no aplican las máximas la Tartakower, cosas como “En el gambito se cede un peón a cambio de una partida perdida” o “Del ajedrez, ese juego de cálculo por excelencia, forman parte la suerte, la suerte y la suerte”.

Son innumerables los giros, los aciertos disfrazados de errores y los errores sospechosos, acaso trampas.

Ariel Magnus recurre a un extenso catálogo de recursos, algunos con una certeza abrumadora. Así, imita el cuento La sombra de las jugadas y hace del torneo y del conflicto bélico un engendro en el que los ajedrecistas atacan y las naciones defienden. Alemania y Polonia se disputaban el triunfo mientras “en Europa, ambos equipos movían sus trebejos hacia más o menos el mismo destino”.

La otra historia, ¿una partida simultánea?, es el relato vital del abuelo Magnus. Su búsqueda de una mujer, más que del amor, nos habla de los cálculos en los que ha depositado sus esperanzas. Al final éste no es el relato de como conoció a su abuela sino de las cosas que le ocurrieron al exiliado judío alemán cuando coincidió, en el extremo sur del continente americano, con los grandes maestros de las aperturas y las defensas.

La discusión sobre ¿qué es una novela? no se agota, menos cuando cae en nuestras manos un título como El que mueve las piezas. Si al final de la obra el lector piensa haber conseguido las tablas no queda sino recordar que en ajedrez los errores existen para ser cometidos.

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