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FANTASMAS EN RAYMUNDO

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

¿Qué sentiría usted si unas manos invisibles le jalaran los pelos de la nunca al caminar de noche por los senderos del Parque Nacional de Raymundo? O bien ¿que amaneciera en el suelo, afuera, después de pasar la noche en el segundo piso del quiosco inaugurado en la parte central del arbolado sector en junio de 1978 por doña Carmen Romano de López Portillo? Huir, escapar, sería una de sus reacciones si es que no se desmaya antes por la súbita impresión.

Éstas son dos de las varias historias que cuentan los vigilantes del paseo público; las platican con cierto recato porque piensan que nadie les va a creer, a pesar de haber sido observadores y oyentes de manifestaciones insólitas. Todas ocurren de noche: de día pasos en la hojarasca seca ayudan a tejer fábulas parecidas pues el ruido no es identificable, será por los arbustos o porque el caminante desapareció entre los árboles.

Los espantajos pululan y se evaporan en las horas avanzadas de la noche en los retorcidos senderos que se pierden entre la hierba; unos llegan en coches que entran pero ya no salen y otros se dedican a mecer a niños etéreos en los columpios vacíos. El parque carece de alumbrado interior y exterior.

Las anécdotas incluyen rituales misteriosos y sectarios que se desarrollan durante la mañana y a veces ya avanzada la tarde en los arbolados espacios: presuntos adoradores del maligno pintan con cal un triángulo en el piso y forman un anillo con velas encendidas; luego danzan y brincan frenéticos con alaridos estremecedores. -Hasta que los corrimos pues asustaban a los paseantes, declaró uno de los vigilantes.

Los religiosos -precisó- son los buenos; adoran la naturaleza y se reúnen domingo a domingo a la sombra de los eucaliptos y fresnos, queman incienso y elevan rostros y manos hacia el cielo en señal de agradecimiento al Creador. -Visten muy raro -destacó-: Camisa y pantalón blanco, una faja roja en la cintura y largos collares. -No nos acercamos por respeto a sus creencias.

El trenecito infantil que daba toda una vuelta al parque pasando a un lado del río Nazas, sigue fuera de servicio por descomposturas en el motor pero también rechina de noche. Desde lejos parece un reptil articulado emergiendo de la tierra, eso me pareció mientras compraba en las afueras elotes tatemados a la leña.

En las noches de luna llena los columpios vacíos oscilan de arriba abajo sin que sople el viento. -Es como si estuviera un niño fantasma meciéndose, dijo en forma lacónica el encargado de los baños públicos que presenció el suceso y mueve gráficamente la mano derecha en ese sentido al tiempo que se le enchina la piel de los brazos y ríe nerviosamente.

Los cuentos de terror también tienen como protagonista al conductor de un carro del servicio público que proporcionaba servicio nocturno a los empleados del parque. Juró que ya no volvería a ese lugar después de que fuerzas invisibles contuvieran el vehículo en la brecha del lado oriente a la altura del jardín de cactus.

El automóvil -relató el chofer quien solía llevar de regreso a su casa en una comunidad rural próxima a uno de los vigilantes- se detuvo de repente con el motor revolucionado y la palanca de velocidades dando de brincos.

-No había nada visible adelante y pisé a fondo el acelerador previendo un atascamiento en un seco camino de piedras y tierra. Las ruedas giraron y rechinaron pero no hubo avance como si un muro misterioso impidiera el paso. Así ocurrió, padecí personalmente la experiencia y por esa causa ya no volveré de noche y quizá tampoco de día, le dijo a su cliente el aterrorizado trabajador del volante.

Cuatro son los empleados que se encargan de barrer, regar, podar y recoger hojas para elaborar composta destinada al vivero municipal adjunto, además de prevenir destrozos en el amplísimo espacio recreativo poblado de árboles añosos y altos follajes que refrescan con su sombra el ambiente y donde hay además pistas para caminatas, canchas de basquetbol, volibol y futbol, asadores montados en bloques de concreto y juegos para niños y niñas; chapoteaderos y una alberca de poca profundidad con aguas turbias por la lama, resbaladeros, columpios con asientos de hule de neumático y un embarcadero refrescándose en las aguas del Nazas.

Hay problemas de higiene en los baños públicos para hombres y mujeres imputables a los visitantes indolentes pues no usan el agua de un tambo cercano provisto de una tina para desalojar por el caño sus evacuaciones fecales. Los mingitorios tampoco tienen agua y existe un baño grupal destinado a los deportistas, pero no tiene regaderas. Las familias que acampan a las orillas del Nazas de la misma manera caen en la irresponsabilidad; dejan tras de sí bolsas de plástico con basura diversa, latas, botellas de cerveza y charolas desechables.

Placas conmemorativas deterioradas por el tiempo, con nidos de araña, asadores en ruinas y unos locales cerrados con vidrios rotos y pisos cubiertos por el polvo del abandono -ahí funcionaban un restaurante y una tienda de refrescos, agua embotellada y frituras- se ajustan a las historias truculentas que se tejen alrededor de los entes de ultratumba que pasean de noche por el parque. Traviesos como todos los de su clase, asustan con escalofriantes carcajadas y una diversidad de trucos a los humanos que no respetan sus correrías nocturnas.

-Una noche una pareja de enamorados se quedó en su automóvil pasadas las veinte horas. Se les pidió que abandonaran los jardines porque ya íbamos a cerrar pero no hicieron caso, relató uno de los vigilantes.

-Se les advirtió que si se quedaban sería bajo su absoluta responsabilidad. Les di la espalda y comencé a alejarme con la linterna en la mano iluminando el camino de regreso a la caseta de entrada. De repente se escucharon risotadas mefistofélicas entre los matorrales próximos al vehículo. Di la vuelta para indagar lo que ocurría pero el coche había desaparecido y no encontré nada entre la hierba ni en los árboles cercanos, ni personas ni huellas. ¿Qué sucedió? No lo sé, el coche nunca pasó por el portón de salida, es como si hubiera volado.

Dubitativo, el entrevistado se resiste a contar una historia más sobre las apariciones malignas en Raymundo. Asegura haber sido testigo de un incidente sobrenatural acontecido en dos momentos diferentes y mueve la cabeza con dudas y sobresaltos.

-Una noche apareció ante el portón cerrado con cadena y candado un coche negro difícilmente identificable a causa de las sombras; atravesó la reja sin abrirla e hizo lo mismo con otra que se hallaba más adelante. -¿Cómo le hizo y quién manejaba? No lo sé…

Las luces traseras se perdieron entre los árboles, muy hacia el negro fondo del parque y se apagaron, señal de que se había detenido el extraño automóvil. Acudí temeroso al lugar a fin de identificar a los intrusos. No había nada, ni coche ni ocupantes. Con la luz de la linterna removí los arbustos con el mismo resultado; ni huellas de llantas ni de pasos. Semanas más tarde la irrupción fantasmal se repitió pero ya no quise averiguar más. Tampoco fue posible distinguir los rasgos del conductor, pues la cerrada oscuridad nocturna lo hacía parte del lóbrego coche; no pudo salir por otro lado, pues hay una única puerta de salida y entrada frente a la carretera interoceánica.

-¿Lo va a publicar? Dudo que lo crean.

Le creí y en consecuencia borré de mi agenda una noche de campamento en Raymundo, no vaya a suceder que los espectros chocarreros me pongan en la carretera cuando estoy bien dormido, me jalen de los pelos, me soplen en la nuca o que el trenecito infantil sin motor comenzara a moverse, lo cual seguramente me provocaría un infarto.

Pero un recuerdo me asalta y quizá podría vencer mis temores a fin de pasar una noche con luna llena en el pabellón de dos pisos del parque recreativo Fonapas -ése es el nombre del área de esparcimiento- sólo para deleitarme con el espíritu de doña Carmen Romano coqueteando con un oficial del Estado Mayor Presidencial encargado de su custodia.

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Escrito en: Higinio Esparza Ramírez

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