Sin capacidad de asombro
Si algo es valioso en la percepción y juicio de lo que ocurre a nuestro alrededor, es la capacidad de asombro; entendida ésta, como la capacidad de sorprenderse, pasmarse, consternarse, ante un hecho inesperado, insólito, de carácter positivo o negativo para la sociedad.
Estamos hoy inmersos, involuntariamente, en un fenómeno social en el que ante la percepción de lo que ocurre en las diferentes esferas de la actividad humana, se ha perdido su capacidad de asombro ante lo inusual, aunque el hecho que se produzca (o descubra) sea un acto totalmente corrupto, deshonesto, y cínico, como ha sido el caso Odebrecht, puesto en primeras planas en estos últimos meses, y que de cuando en cuando abre sus archivos, pestilente cloaca de corrupción, y salpica con evidencias documentales, numéricas y testimoniales, ya a servidores públicos, ya a funcionarios y a exfuncionarios de Pemex y de otras dependencias federales y estatales; ante lo que ni la PGR ni la Fiscalía Anticorrupción han actuado todavía, dizque porque no les ha llegado información suficiente.
La información que en fecha 14 de agosto aparece en primera plana en este prestigioso Diario, da santo y seña de todas las argucias para aceptar y ocultar el soborno de 10 millones de dólares a cambio de favores que el ex director de Pemex, Emilio Lozoya habría que pagar mediante la facilitación en la licitación de contratos millonarios.
La información es ya del dominio público, y ahora corresponde a las autoridades competentes, verificarla y vincular a proceso al delincuente de cuello blanco, en caso de que procediese, ¿Por qué no habría de proceder? A menos que fuera por impunidad, pero aquí en México no existe, ¿o sí? Perdón por el sarcasmo.
Sin embargo, lo preocupante como ciudadanos, es la pérdida de la capacidad de asombro; ¿dónde ha quedado?, ¿por qué la hemos pedido? ¿Acaso ha sido la actitud pragmática e incluso deshumanizada que el ritmo de la vida moderna nos ha ocasionado?
¿Son, acaso las circunstancias vivenciales tan efímeras y superficiales que en un afán de priorizar lo importante jerarquizamos a la ligera y minimizamos lo que sabemos no nos compete directamente, así sea el robo a un vecino, la agresión en plena vía pública a un desconocido, por más vulnerable que éste sea? ¿Por qué nos concretamos a pasar de largo, a mirar de soslayo, a no involucrarnos, o a simplemente grabar con el celular el episodio, aunque nos parezca injusto?
Hemos olvidado que todos somos uno, y que lo que sucede a otros nos puede ocurrir a nosotros; y que como sociedad es un deber cuidarnos entre sí.
Lo extraordinario lo vemos como ordinario, lo trascendente como intrascendente y en ese estado anímico, dependiente de los variados y novedosos gadgets (celulares, pulseras, relojes, altavoces y hasta tenis) ¡todo inteligente!, deja a quien los tiene, ensimismados, sonámbulos, desconectados del mundo real. En ese contexto, ¿Qué importa que tal o cual funcionario (Javier Duarte) o exfuncionario (Lozoya) robe o acepte sobornos para favorecer a empresas que construirán carreteras con materiales de tercera a precios de primera? ¿Qué importa que haya pérdida de vidas humanas porque hubo negligencia (Esparza) en la construcción de la obra? ¿Qué importa que un Delegado (Salgado) esté implicado con un cartel de la droga? El mundo real deja de importar; las prioridades han cambiado. ¿No cree usted?
Héctor García Pérez
Comarca Lagunera