El colmo del cinismo
Quizás muchos de los ciudadanos de a pie nos preguntemos qué hacen los diputados y los senadores para tener un sueldo tan elevado; y la respuesta más o menos la entendemos: Los diputados legislan, representan a la ciudadanía y fiscalizan los actos del gobierno y de autoridades públicas. Eso suena (se lee) muy bien; pero la realidad es que los diputados no devengan el sueldo que perciben; o para ser más precisos, no hacen lo que deberían hacer, no cumplen eficientemente con sus funciones.
Por otra parte, los senadores también nos quedan a deber, pues aunque sus responsabilidades son intervenir en el proceso de formación de leyes y de tratados internaciones, así como de participar en el nombramiento de altos cargos públicos y dar su acuerdo a algunos actos del Presidente de la República.
Pareciera que el H. Congreso de la Unión está integrado, en lo general, por gente mediocre; pues la eficiencia y eficacia van de la mano de la responsabilidad y de la ética laboral. Y esta percepción muy personal de quien esto escribe, está sustentada en información publicada en medios impresos y electrónicos serios. Es decir, no estoy haciendo bullying al congreso; tan sólo estoy haciendo uso de mi libertad de expresión. Pero veamos un poco en detalle este mi “severo” juicio: Pregúntese: ¿Cuántos congresistas asisten a las sesiones? ¿Cuántos van en su sano juicio? ¿Cuántos van sólo a dormitar? ¿Cuántos van sólo a gritar ¡Eeeeh Pu…, perdón “Bruto”!, ¿Cuántos realmente analizan las iniciativas propuestas? ¿Cuántos consultan a sus representados acerca de asuntos que afectan el bien común? ¿Cuántos plurinominales sólo van a hacer “bola”? ¿Cuántos se hacen acompañar de un séquito de asesores? ¿Cuál es el nivel académico promedio entre los legisladores? (sin haber comprado en Tepito su título de abogado) ¿Cuántas prestaciones y bonos extra perciben tan sólo por levantar el dedo? ¿Cuántas iniciativas han aprobado este año? ¿A cuántas y a cuáles iniciativas le han dado largas? Éstas y muchas otras preguntas quedan en el aire, y ni las ONG, ni la ciudadanía común tienen respuestas concretas, y mucho menos satisfactorias; pero eso sí, ellos siguen despachándose con la cuchara grande, sin importarles la economía del país. Ellos son parte de la élite, son los políticos millonarios, a la usanza del comunismo ruso en el que sólo había un puñado de ricos (en el Kremlin) y una inmensa muchedumbre en condiciones de pobreza extrema (el proletariado).
Seguimos con un sistema presidencialista con apariencia de republicano, en el que la democracia es una utopía, un vocablo vacío, que cada candidato de ocasión llena de significados diversos, entre los que podemos encontrar: igualdad, inclusión, equidad, libertad, y conceptos varios que forman parte de su verborrea adormecedora de la conciencia y acompañan de una exigua despensa, tinaco, cemento y un racimo de promesas vanas, con el objetivo de comprar con ello la voluntad del potencial votante.
En estos últimos meses del sexenio, no es de sorprender la noticia que cada senador terminará su gestión con un “bono del adiós” de 2.4 mdp. Sí, sí leyó bien: ¡Casi dos y medio millones de pesos!, libres de impuestos, después de seis años de “hacerle al cuento”. Ahora, qué bueno que en verdad fuera un adiós definitivo; pero no, muchos de ellos seguirán viviendo del erario. ¿Quién, en su sano juicio, se querría retirar de la política, si en esa actividad, desvirtuada en su esencia, se vuelven millonarios sin trabajar? Son perezosos, apáticos y abúlicos, pero no brutos. Ellos, igual que las golondrinas, volverán por sus fueros, quizás en otra curul o en otro cargo público, pero seguirán viviendo de nuestros impuestos, como lo que son: una casta superior, aunque su inteligencia y su voluntad para servir no pasen de la media. ¿Es ese nuestro lamentable sino?
Héctor García Pérez
Comarca Lagunera