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Ganar y perder en el marcador global

La radical descendencia del sistema sin fronteras

Foto: EFE/Ian Lansgsdon

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IVÁN HERNÁNDEZ

La preferencia política de los afectados por la liberalización tiende a inclinarse hacia la extrema-derecha porque políticos como Trump y Le Pen han conseguido llegar a las clases populares, a diferencia de la izquierda que ataca al neoliberalismo.

El economista español, Alberto Garzón se propuso explicar de forma simple cómo es que la globalización dio a luz una extrema derecha que gana adeptos incluso en regiones del mundo muy beneficiadas con la economía de libre mercado.

En un artículo publicado en su página web el también político pide al lector imaginar un juego de mesa con dinero de verdad en el que cada competidor comienza con un recurso acorde al que usualmente le corresponde cuando se reparte el pastel de la riqueza.

Un trabajador urbano chino, por ejemplo, ocupa su lugar en la salida con cinco euros, mientras un integrante de las clases populares de Occidente tiene 10 euros en su haber antes de lanzar los dados por vez primera; un tercer contendiente, un superrico, dispone al principio de 100 euros para gastar.

Entre el inicio y el fin del juego transcurren dos décadas y la tabla de posiciones arroja algunas sorpresas.

El ganador relativo es el trabajador chino, pues finalizó su recorrido con nueve euros, es decir, un 80 por ciento más de lo que tenía originalmente.

El ganador absoluto es el superrico ya que, si bien en términos porcentuales sólo incrementó su caudal en un 65 por ciento, el acumulado arroja un total de 165 euros.

El integrante de las clases populares acaba del lado perdedor, cierra su participación con los mismos 10 euros. Quedar igual, estancado, sin perspectiva de futuro, esa es su derrota.

Los datos expuestos, indica Garzón, forman parte de los resultados difundidos por Branko Milanovic, investigador de la ONU y del Banco Mundial, en un estudio sobre la desigualdad de ingresos a nivel global.

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Líder de UI, Alberto Garzón. Foto: EFE. Especialista en desigualdad económica, Branko Milanovic. Foto: Rade Krstinic. Economista Joseph Stiglitz. Foto: Universidad de Alcalá

PASTEL REPARTIDO

El 5 por ciento de los habitantes más acaudalados del planeta, subraya el análisis del economista serbio-estadounidense, es el sector de la población mundial que más gratificación obtuvo de la apertura de mercados en el periodo 1988-2008. Ese 5 por ciento se llevó 44 de cada 100 dólares de nuevos ingresos.

La mayoría de los magnates con los mejores dividendos se concentran en Estados Unidos, Europa Occidental, Japón y Oceanía. El selecto grupo, consigna Milanovic, ha conformado una suerte de plutocracia (gobierno de los más ricos) global.

El trabajador urbano chino, al que Garzón tomó como referente de las clases medias asiáticas, con todo y que su bolsa inicial era muy pequeña, consiguió cerca de un 12 por ciento de los nuevos ingresos absolutos, de manera que el dinero depositado en sus bolsillos tuvo un crecimiento relativo del 80 por ciento.

Los integrantes de las clases populares occidentales son jugadores más ricos que cualquiera de los asiáticos con empleos en las zonas citadinas de China, Tailandia, India, y demás. Sin embargo, se ubican en los estratos más pobres de sus respectivos países en Occidente.

El estudio de Milanovic describe a esos individuos como aquellos que no han obtenido beneficios con la globalización, pero sí perjuicios derivados del incremento de la competencia económica internacional o de un mercado de trabajo global que rechaza cada vez más a los trabajadores sin habilidades más allá de lo básico, entre otros aspectos.

Para Garzón y prestigiosos académicos como el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, sin esas masas desprotegidas sería imposible entender fenómenos como el que llevó a Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, a Marine Le Pen a la segunda vuelta en las presidenciales de Francia (donde perdió ante Emmanuel Macron) o las movilizaciones sociales en España y Grecia.

Estudios de percepción en materia económica, como uno realizado por el Pew Research Center (PRC) en 2014, concluyen que los ganadores materiales de la globalización apuesten más por el libre mercado, mientras que los perjudicados dejan de confiar en la mano invisible y buscan proyectos que les ofrezcan la adopción de medidas para frenar el avance de la pobreza y la inseguridad así como acabar con la incertidumbre sobre su futuro.

ANÁLISIS

La preferencia política de los afectados por la liberalización tiende a inclinarse hacia la extrema-derecha porque políticos como Trump y Le Pen han conseguido llegar a las clases populares, a diferencia de la izquierda que ataca al neoliberalismo.

El explosivo presidente republicano y la aspirante del Frente Nacional francés ganaron adeptos gracias a su promesa de alzar protecciones (muros, aranceles) contra la globalización y un discurso que ensalza posturas nacionalistas y racistas en la que se forman bandos de pobres según su origen étnico.

El FN manifestaba con abierta hostilidad su oposición al multiculturalismo, pero su propuesta en materia económica se afianzaba en la vaguedad. Donald Trump, si bien fue candidato de los republicanos, ganó, entre otros factores, gracias a un mensaje que atacaba tanto a su partido como al demócrata.

Otra oferta de campaña del magnate fue instaurar lo que Alberto Garzón denomina “una suerte de capitalismo nacional”. Una expresión de esta forma de conducir a Estados Unidos sería negociar acuerdos comerciales con el mundo en los que la Unión Americana vaya primero.

VÍCTIMA RADICAL

La investigación del PRC expone que la condición socioeconómica es un factor determinante en la percepción de la economía de libre mercado y del multiculturalismo. Los trabajadores sin preparación y los agricultores son quienes muestran menos apertura hacia ambos conceptos. Enseguida aparecen los obreros con estudios y autoempleados.

La tolerancia y la buena recepción del modelo económico se hacen más grandes conforme se va subiendo en la jerarquía, hablamos de directivos, profesionales técnicos y profesionales de la industria sociocultural.

La conclusión extraída por el centro de investigación es que cuanta mayor sea la cualificación educativa formal más amplia será la apertura hacia la tolerancia cultural y el liberalismo. A una cualificación menor le corresponde una mayor intolerancia y una inclinación más intensa hacia el proteccionismo.

Para el PRC es clara la relación entre ser intolerante y sufrir una mayor exposición a la competencia económica internacional. Otra cuestión evidente, según el centro, es que la formación de un trabajador se ha convertido en una variable capaz de determinar si una persona está del lado ganador o perdedor.

Branko Milanovic explica que cuando se piensa en pobreza, la primera reacción tiende a armar un cuadro dentro de las fronteras de un país.

Esto sucede porque el Estado-nación es muy importante a la hora de dilucidar aspectos como el nivel de vida al que puede aspirar una persona y el acceso a ciertos beneficios (desde pensiones hasta seguridad social). Además, las ideas acerca de la forma dominante en que se organiza la vía política también suelen ubicarse dentro de un perímetro nacional.

Sin embargo, el investigador de la ONU indica que la globalización requiere echar una mirada a la desigualdad en todo el mundo porque sólo así pueden cambiarse muchas cosas que se creen sobre el tema.

Como ejemplo menciona que, si bien el lugar donde se vive es el factor más importante entre aquellos que determinan los ingresos de un individuo, la remuneración y el puesto de trabajo están cada vez más determinados por fuerzas globales.

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Foto: Getty Images

REFERENTES

En un escenario así, el populismo y la plutocracia, tienden a convertirse en jugadores de peso a los que no se puede descartar dentro del escenario electoral, especialmente cuando adoptan formas como las de Marine Le Pen y Donald Trump.

Sobre Trump ya se han difundido con exceso las propuestas y los ataques que prodigó durante la campaña.

Le Pen propuso una política contraria a la globalización, prometió cerrar puertas y establecer mayores aranceles a las importaciones; ofreció gravar con más impuestos a las empresas y personas de elevados ingresos, así como imponer restricciones a la inmigración.

También manifestó su interés en que Francia abandone la Unión Europea y deje de utilizar el euro.

Otra coincidencia entre el presidente y la candidata derrotada fue que convertían sus mitines en llamados al nacionalismo y la xenofobia, a garantizar el bienestar de los propios, a recuperar la tranquilidad alejando al dañino agente extranjero.

La francesa llegó a referirse a la globalización como una ideología a la que denominó 'mundialismo económico' y advirtió que sus características eran rechazar cualquier tipo de regulación y arrebatar a la nación sus elementos de identidad.

Si Trump lanzó ataques concentrados contra los bad hombres mexicanos, la francesa no tuvo reparos en hacer lo propio con los musulmanes.

Le Pen incluso prometió introducir en la Constitución la 'preferencia nacional' a la hora de solicitar empleos, subvenciones, plazas escolares y demás.

Los economistas Miguel Otero Iglesias y Federico Steinberg afirman que gracias al orden liberal las sociedades occidentales se volvieron más prósperas, más abiertas y más cosmopolitas.

En su artículo titulado Causas del rechazo a la globalización: más allá de la de desigualdad y la xenofobia, explican que es bien conocido que la apertura económica genera perjuicios, pero la mayoría de la ciudadanía estaba dispuesta a aceptar un mayor nivel de globalización porque el acuerdo era que los consumidores podían adquirir productos más baratos de países como China y si las cosas salían mal para ellos el Estado de Bienestar les protegería dando cumplimiento a la llamada 'hipótesis de la compensación' según la cual los países más abiertos tienden a desarrollar aparatos más grandes y redistribuyen más ingresos.

Mientras eso pasaba con las potencias, los países en desarrollo obtenían beneficios exportando productos al mercado transatlántico y enviando remesas desde Occidente a sus países de origen.

Ahora la sensación es distinta y la voz de los defensores de esos resultados beneficiosos se va haciendo más pequeña frente a la de políticos, tanto de extrema derecha como de extrema izquierda, que hacen de la soberanía nacional su bandera de campaña, que hacen de quienes han sido perjudicados por la apertura de fronteras su base de simpatizantes.

Steinberg y Otero destacan que Trump, los partidarios del brexit (la salida de Reino Unido de la Unión Europea) y el Frente Nacional de Le Pen comparten la idea de “recuperar al país”.

Los economistas destacan que la avalancha populista ha cobrado fuerza por la suma de electores de clase media y baja cuyo ingreso se ha estancado. Este fenómeno les ha convencido de que a sus hijos les aguarda algo todavía peor.

Otro refuerzo a las aspiraciones de los ultraderechistas proviene de votantes que ven peligrar aspectos culturales de su país. Son personas que al apoyar a quienes prometen alzar muros piensan que se protege la identidad nacional y se frena el proceso de cambio derivado de la apertura y la presencia en el mismo espacio de tradiciones y percepciones distintas. El racismo y la xenofobia, recuerdan los economistas, siempre han existido en Occidente pero se mantenían dormidas y el aumento de la inmigración les ha despertado.

“Cada día, en nuestras sociedades desarrolladas crece el número de personas que teme y rechaza la continuidad de unos procesos de deslocalización de empresas e incremento de la inmmigración y las importaciones”, subraya el economista Gabriel Flores.

También refiere que la extrema derecha maneja un discurso malicioso a propósito de la pobreza y los empleos precarios en las sociedades de los países occidentales ya que trata esos temas como si fueran el resultado de un plan expresamente diseñado para favorecer a los países emergentes e implantar un nuevo orden mundial.

Señala que al vender la idea de “una conspiración exterior”, la ultraderecha hace desaparecer “por arte de palabrería, la lógica depredadora y de acumulación de capital que sustentan los procesos de globalización económica y los poderes económicos interesados en impulsar tales procesos”.

El discurso inflamado de tintes nacionalistas si bien da para sumar adeptos e incluso, en el caso de Trump, para ganar una elección, no significa que una vez instalado en el poder las cosas vayan a ser como se prometieron. Para muestra, la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. El presidente estadounidense ha encontrado una fuerte resistencia principalmente al interior de su país. Voces como la de Joseph Stiglitz plantean que “sería extraordinariamente tonto” que la primera potencia mundial abandone o ponga en riesgo el acuerdo ya que la interpedendencia entre ambas naciones es extraordinaria. Lo más conveniente, remarca, sería fortalecer en lugar de debilitar la integración de Norteamérica.

Correo-e: bhernandez@elsiglo.mx

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