Foto: Piere Virgili
Cuando el filósofo francés pone las cartas sobre la mesa se declara un optimista, un pensador que busca escribir para que lo entiendan. Sus libros no tienen como destinatarios a los más grandes círculos intelectuales, apuntan hacia la curiosidad del lector común y corriente. Este personaje encasillado como uno de los exponentes más importantes de la filosofía postmoderna se dice influenciado por Baudrillard y Vattimo, sin embargo se aleja de las sectas de discípulos que repiten discursos. Lipovetsky invita a pensar, a reflexionar de una manera que, para los sectarios, no hace sino tomar distancia con respecto a lo más sagrado de la teoría.
Es autor de obras como La era del vacío; El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas; El crepúsculo del deber; La tercera mujer; Metamorfosis de la cultura liberal; El lujo eterno; y Los tiempos hipermodernos, entre otros. Disfruta dialogar con la gente, es amable, siempre sonríe y considera que la mujer es el futuro de la humanidad. Con la misma amabilidad con la que suele aparecer en los grandes medios, nos recibió en su hotel en la ciudad de Arteaga, Coahuila, a la que fue invitado en el marco de la edición número XX de la Feria Internacional del Libro desarrollada en ese municipio.
¿Se ha preocupado por ser un pensador legible, tomó de la literatura el estilo?
Mi manera de escribir, tiene usted razón, se inspira en un ideal que viene del pensamiento francés heredero del Siglo XVII: la claridad. Para mí hay una exigencia de frases claras, comprensibles. No busco un estilo chic o formas de expresión difíciles, rebuscadas, que se puedan prestar a interpretaciones ambiguas. En el Siglo XVII, el ideal clásico decía que lo que se concibe bien, se enuncia claramente y las palabras para decirlo llegan claramente, ese es un enunciado clásico que para mí es un ideal, y hace que a los grandes clásicos los podamos seguir leyendo con tanta facilidad y riqueza.
Yo no me comparo, obviamente, con los clásicos; son modelos y yo formo parte de una generación de los años sesenta donde hubo un conjunto de pensadores que se inspiraron en la literatura, en el estilo mismo, por ejemplo, de Émile Lacan; esta generación buscó una especie de estética del pensamiento, en eso yo veo una especie de dandismo. El dandismo es una actitud en la vida que consiste en querer apantallar, mostrarse, encontrar algo que va a suscitar la admiración, la sorpresa, es una manera de hacerse notar, lo sorprendente es que esta actitud nació en el siglo XIX en el mundo de los artistas.
Muchos pensadores franceses de la modernidad escribieron solo para ellos.
Baudelaire, que escribió con esta manera tan chic de provocar, exportó parte de la teoría del pensamiento y desde mi óptica es algo que no fue bueno. Son pensadores muy importantes y respetables, pero no los puedes leer, el resultado es que se crea como una especie de secta, la gente repite lo que dice el maestro, sin entender nada, y lo repiten mal. Cuando alguien lee a los discípulos de Lacan (no hablo de Lacan porque es un espíritu libre) los encuentra ilegibles, no les entiendes nada y entonces ya nadie lee a los discípulos de Lacan, sólo se leen entre ellos; se convierte en una microsecta. El pensamiento no es eso, al contrario, el pensamiento es apertura, hay que dirigirse a la gente común y corriente, no elaborar discursos sólo para quien los entiende, por eso doy ejemplos.
No es bueno que un filósofo ponga ejemplos porque nos quedamos en el pensamiento puro, además, cuando ejemplifico, me expongo a que me critiquen. Sin embargo, exponer de ese modo me tranquiliza porque parece menos abstracto. Yo tengo una preocupación pedagógica, creo que es útil ayudar a la gente, dándoles herramientas, ejemplos, porque puesta frente al pensamiento inmediatamente puede decir “estoy de acuerdo” o “interpreto de otra forma”. Si estás nada más en lo abstracto, la gente piensa en qué quiere decir un autor, eso es difícil, mi objetivo no es que la gente se pregunte qué estoy diciendo sino que pueda decir si tengo razón o no.
Cuando tienes un pensamiento teórico que encuentra su modelo en el arte, quieres seducir al lector, yo no busco seducir al público, quiero interesarlo y quiero que pueda tener una cierta distancia conmigo. Al dar ejemplos, la escritura pasa de la abstracción a algo material y surge el dialogo, la posibilidad de pensar en común.
¿Son contradictorios términos que ha explorado, como individualismo e igualdad?
La cultura individualista moderna es inseparable de la igualdad, es democrática, no se separa, yo no veo contradicción en eso. Lo contradictorio es que cada quien se piensa libre pero con frecuencia vemos fenómenos de conformismo. Es la tensión entre la exigencia de libertad en las sociedades que busca que cada quien examine su propio pensamiento y las contradicciones que puede haber: no forjar un pensamiento propio, seguir modas. La sociedad moderna tiende más a divertirse que a pensar. Para darse cuenta basta con prender la televisión y ver la cantidad de programas que hay de entretenimiento, juegos, deportes, de un nivel subintelectual próximo al de la infancia. No critico, pero eso no te invita a reflexionar, está hecho para que la gente olvide los problemas, se relaje.
Y cuando se toman el tiempo de pensar, yo diría que un pensamiento libre exige una buena formación porque lo que hoy prolifera es la formación de Internet. En la red encuentran todo, pero ese todo es terrible, ¿qué hay ahí dentro? La realidad es que cuando no tienes un pensamiento bien formado siempre terminas viendo lo mismo, visitas las mismas páginas, lo que tus amigos te dicen que veas. La libertad se reduce bastante, no desaparece, pero, lo sabemos, disminuye. En la calle, en los cafés, en las plazas, en todas partes, la posición dominante en nuestro universo es estar agachado viendo el teléfono, con la nariz en la pantalla, esa podría ser la imagen de nuestra época. Antes el pensador estaba en una posición similar, sólo que cuando vemos lo que hoy día la gente está viendo en los teléfonos, se trata de juegos, música, mensajes de Whatsapp, y puras conversaciones irrelevantes. No estoy criticando eso, sencillamente se pasa en el teléfono el 90 por ciento del tiempo, esa no es una herramienta de reflexión.
¿La llegada de Internet transformó y acercó la información, pero generó conocimiento?
Se han hecho estudios interesantes que nos dicen que la red nos da muchísima información para alimentar el espíritu, pero hay otros estudios que nos muestran que los alumnos con los mejores resultados no son lo que poseen la mayor habilidad para navegar en el ciberespacio, sino quienes están menos tiempo conectados. Es comprensible, en lugar de jugar, ver videos y mandar mensajes, tienen más tiempo para leer, eso es mecánico.
No soy un radical que piense que debe prohibirse el uso de Internet en la escuela, pero si hay que limitarlo porque no se pone suficiente distancia. Hay que ayudar a los jóvenes a forjarse un pensamiento propio, es una tarea difícil pero hay que hacerla. Adquirir conocimiento es algo sencillo, si les pregunto quién es Luis XIII, vas a Google y en diez segundos lo consultas, es muy fácil, pero, ¿qué vas hacer con ese conocimiento? La exigencia del futuro y del presente, es dar marcos de referencia para lograr distancia con respecto a la infinita cantidad de información. Hay que reinventarlo todo en educación, con profesores formados porque muchos maestros también están perdidos y no es su culpa. Hoy día nos enfrentamos a situaciones completamente nuevas. Hoy más que nunca tenemos que formar espíritus bien hechos, no como metiendo información con un embudo. Hay que enseñarles a argumentar, incluso los profesores de matemáticas se quejan diciendo que los alumnos dan la respuesta pero la respuesta no es lo importante sino el proceso del pensamiento racional. Eso es muy complicado, objetar, dialogar, sustentar, presentar argumentos, replicar, no decirte qué tienes que pensar sino enseñarte a pensar, esa es la nueva meta de la escuela.
¿Volver a la mayoría de edad de Kant?
Sí, es el ideal de Kant, es llegar a esa mayoría de edad que te permita pensar por ti mismo. Es el ideal del Siglo de las Luces. Yo creo que hay que mantenerlo, no ha pasado de moda. Sin lugar a dudas hay nuevos desafíos; en la época de Kant lo que representaba un obstáculo era el poder de la religión que ordenaba a la gente pensar de una determinada manera, hoy en día no es así.
La religiones, incluso de tipo islamista, son más tolerantes, pero tenemos la competencia con la cultura del consumo, y esta cultura del consumo, que no hay que satanizarla, nos da cosas, nos aporta cosas, pero también trae consigo cosas negativas, existen los dos polos.
¿Consumo incluso de ideas?
También. Cuando ustedes ven la información en la televisión pasa rápido, pero como quiera estas aprendiendo algo. Lo importante es entender que esto no es suficiente para forjar un pensamiento propio. Por eso surgen fenómenos muy nuevos como cuando estudiamos el perfil de los electores hoy en día. Una proporción muy importante de estos te dice: “no sé” y “no sé por quién votar”, no tienen una opinión propia, ya no estamos en el dogmatismo, estamos en el escepticismo.
Los dogmas ya no apuntan contra el ideal de la libertad, ahora la gente decide en el último momento y elige al menos peor, eso no es un ideal; o le presentan opciones completamente distintas y no sabe por quién votar. Pienso que la escuela y los libros son los que deben ayudar a los ciudadanos a armar su conciencia y su espíritu. No decirles lo que tienen que hacer, pero sí darles marcos de referencia para interpretar mejor el mundo en el que vivimos y hacia donde vamos.
¿El consumismo contaminó los ideales, la educación?
No comparto la idea de que la sociedad de consumo sea un desastre para el pensamiento, pero creo que esta sociedad de consumo, la de los medios masivos, nos está obligando a pensar en que la formación escolar debe tener un nivel más exigente porque la escuela también se insertó en la cultura de consumo, bajó la exigencia para que sea agradable, para que los estudiantes no estén atemorizados, y eso ha dejado un proceso educacional que se parece más al juego, eso no es absolutamente malo, pero a lo mejor ya fuimos demasiado lejos.
El ideal del hombre no debe ser nada más lo agradable, lo divertido, lo entretenido, esa no puede ser la meta de la vida. Lo divertido puede ser un medio, pero si está por todas partes no puede ser posible generar pensamiento. Rousseau dijo que el ser humano se diferencia del animal porque progresa; el hombre aprende, es perfectible, mas hay que darle herramientas para perfeccionarse. Escuchar la música en Spotify o estar pegado al Facebook no es el ideal de la perfección (ríe Gilles), no está mal pero no puede ser un ideal. Creo que podemos tener ideales más grandes y en ese proceso el papel de la escuela es fundamental, debe proporcionar a los jóvenes instrumentos para que tengan exigencias con respecto a ellos mismos. Uno de los grandes retos del siglo XXI es una escuela de exigencia y no nada más una educación para divertirse.
¿Cuando piensa en eso como logra ser un optimista?
En el optimismo hay una dimensión acaso personal, de personalidad, que a lo mejor se debe a mi educación, a mi inconsciente diría Freud. Hay una parte de optimismo en mí, ese no es un argumento, y lo que me alimenta fundamentalmente es que la primera mitad del siglo XX fue un horror, dos guerras mundiales, exterminios. Se puede criticar todo lo que se quiera a la sociedad de hoy, pero yo la prefiero. No es perfecta, pero no tenemos campos de concentración, no tenemos los millones de muertos que dejó el comunismo. Las democracias y las sociedades de consumo no son el ideal humano, estoy de acuerdo, pero podemos vivir con menos drama que lo que se vivió unos años antes.
Por otro lado, pongo mucha atención y estoy maravillado por los descubrimientos de la inteligencia de los seres humanos en la ciencia, en la medicina. Son cosas absolutamente magnificas, eso logra alimentar en mí el sentimiento de que a pesar de tantos problemas la inteligencia humana puede superar esas adversidades. Reconozco que hay una parte de ingenuidad. Estoy dando una respuesta que no es altamente teórica, pero esto alimenta en mí la idea de que si bien hay adversidades, tenemos muchas herramientas para resolverlas.
El optimismo del que hablo es un optimismo sobre el futuro. Mi optimismo, en cambio, está muy relacionado con mi vida personal, privada, y sobre ese terreno no podemos teorizar. Hay gente que tiende a ser pesimista, dice que la vida nunca está bien, que siempre es triste, tal es el límite del pensamiento filosófico o más bien psicológico. Yo respondo desde el punto de vista de la individualidad. En el futuro también habrá gente feliz y gente infeliz, siempre ha sido así y no tiene porque cambiar. En la actualidad tenemos problemas mucho más serios, gigantes, el calentamiento global, por ejemplo, es uno a escala planetaria, un desafío enorme. Ahora, los pesimistas dicen que los problemas son muy grandes y la mente humana no puede hacer nada. Los optimistas, en cambio, confiamos en que de alguna manera tenemos opciones, de pensar, de mejorar y llegar a ofrecer una calidad de vida cada vez mejor en esta tierra que habitamos.
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