Combatir nacionalismo con más nacionalismo, es la estrategia que el poder político en México ha elegido para hacer frente al desafío de Donald Trump de construir un muro y renegociar el TLC con ventaja para los Estados Unidos.
El presidente de México, Enrique Peña Nieto, ha tenido la mala suerte de haber sido elegido por Donald Trump para sostener su primer duelo político con un jefe de Estado. Trump ya había librado algunas escaramuzas verbales, vía Twitter, con Merkel, Putin y otros presidentes. El problema es que Peña Nieto no es un polemista destacado, no tiene experiencias valiosas en duelos políticos. Por esta causa parece desorientado.
El colmo de la provocación fue un tweet de Trump advirtiendo que sería mejor no viajar a Washington el 31 de enero para una reunión que ya se tenía programada, si México no tenía la disposición de pagar el muro. Peña canceló la reunión y lo anuncio también en Twitter. El tweet le valió más "me gusta" que cuando anunció la recaptura del 'Chapo' Guzmán. Más tarde los presidentes hablarían por teléfono, acordando no hablar más públicamente del espinoso asunto.
Peña Nieto no ha podido mostrar una postura contundente, por ejemplo, dijo esta semana en un mensaje difundido a través de un video que "México no cree en muros". El problema es que no dice lo que sí cree. México necesita un plan para asegurar sus fronteras, planes sostener el crecimiento económico, mecanismos para enfrentar las oleadas de migración centroamericana, todos los elementos para poder ir a negociar con Washington. Pero no hay estrategia, y como bien se sabe, quien nada puede ofrecer, nada puede esperar.
En lugar de eso se les ha ocurrido llamar a los mexicanos a la unidad, respaldar a Peña Nieto utilizando un discurso de "sangre, sudor y lágrimas", como bien dice Tobías Käufer, corresponsal de periódicos europeos en América Latina. Las redes sociales se han hecho presentes. El usuario está invitado a poner la bandera de México en su perfil de Twitter o Facebook, en señal de solidaridad.
Pero el proceso está en marcha, la globalización del capital no tiene vuelta para atrás. El TLC, echado a andar en 1994 en tiempos de Salinas de Gortari, suponía la creación de un mercado regional que sincronizaba los tiempos del México con los del resto del mundo. Con el TLC México se incorporaba de lleno al mundo globalizado.
Las protestas no se hicieron esperar, que si México entregaba su soberanía, que si se descuidaba la planta productiva nacional, que si nos hacíamos económicamente dependientes en una relación completamente desigual, fueron algunas de las quejas más repetidas.
Creímos que la globalización era americanizar al mundo. Sí y no, porque en efecto, las empresas norteamericanas globales, Starbucks por ejemplo, se establecen igual en la Gran Manzana de Nueva York, en los Campos Elíseos de Paris y hasta en plaza 505 de Torreón. El capital no distingue contextos, es ciego toda particularidad.
Y en lugar de no, un sí elevado al cuadrado. Porque la globalización trata a Estados Unidos con los mismos criterios de mercado con que trataría a cualquier "república bananera". La empresa automotriz establecida en Detroit tiene que pagar, por lo menos, el salario mínimo norteamericano, que es actualmente de 7.25 dólares por hora, pero esa misma empresa, establecida en Nicaragua, puede pagar hasta la veinteava parte de esa cantidad. El capital no duda, la empresa traslada sus instalaciones para allá. Los costos de embarque y transporte de productos están incluidos en los gastos totales.
En el enfrentamiento Trump - Peña Nieto, el presidente mexicano ha tenido dos asesores de presumir: Carlos Slim, el cuarto hombre más rico del mundo, y el doctor Ernesto Zedillo, "tecnocrata", economista, académico, ex presidente del país. Slim aconseja "negociar, no entregarse". Añade, Trump no es "Terminator, es Negotiator". Para Slim no hay duda, Trump es un emisario del pasado que plantea utopías "regresivas". México debe mirar hacia adelante y abrirse al comercio mundial.
Zedillo va mucho más allá, México debe reforzar su apertura económica. Dice que el No de Trump pone en camino a México de mejorar su posición en el mercado mundial, esta es la oportunidad de consolidar la posición de México como lugar para las empresas globales que quieran consolidar nuevos mercados. México debe dinamizar su participación en organismos supranacionales como la Organización Mundial de Comercio.
Slim y Zedillo tienen razón. El capitalismo no va a dar un paso atrás para defender los intereses de ninguna de las partes, así sea los Estados Unidos. Funciona como una máquina ciega que arrastra todo lo que a su paso encuentra.
La nostalgia de Donald Trump y sus seguidores me recuerdan, guardadas las proporciones, otras nostalgias. La guerra cristera en el occidente de México a principios del siglo XX, unos terratenientes aliados a los poderes religiosos en tiempo de auge de la burguesía productiva queriendo regresar a un mundo que, hacía mucho, ya no estaba. El capitalismo global, el único que hay, no tiene marcha atrás.