La letona Jelena Ostapenko es la sorpresa del torneo.
Roland Garros comenzó sin brújula en el cuadro femenino, desprovisto de la estadounidense Serena Williams y de la rusa Maria Sharapova, y se quedó pronto sin la defensora del título, la española Garbiñe Muguruza, huérfano de un referente que seguir.
En ese desierto de nombres propios apareció como un vendaval una letona que no tenía 20 años cuando comenzó el torneo, que no había ganado un partido en el Grand Slam de tierra batida y cuyo nombre no sonaba a nadie.
Pero, a base de raquetazos, de una potencia poco común en el tenis femenino, Jelena Ostapenko ha avanzado hasta la final dejando estupefactos a propios y extraños, con un descaro propio de una campeona, un fenómeno que mañana se pondrá a prueba frente a la rumana Simona Halep, que por segunda vez en su carrera opta a ganar Roland Garros tras haber dominado la temporada de tierra batida.
De poco sirve que la tenista de Costanza haya desarrollado su mejor tenis, haya levantado una bola de partido en contra la ucraniana Elina Svitolina en cuartos de final y opte a salir de París con el número 1 del mundo en su espalda si levanta la Copa Suzanne Lenglen.
Roland Garros tiene solo ojos para la letona de mofletes rosados, respuestas apresuradas y sonrisas infantiles, ojos azules y melena rubia descuidada.
Cumplió 20 años el día en que se clasificó para su primera final de un Grand Slam, el día que sumó 245 golpes ganadores en un torneo, el día en que las estadísticas recogieron que la velocidad media de sus derechazos, 117 kilómetros hora, es superior a la del británico Andy Murray, número 1 del mundo.
Ostapenko es un "kalashnikov", "Miss 100 mil voltios", un bombardeo permanente de golpes contra la rival que cuando entran en la pista se clavan como balas y que inflan el casillero de sus golpes ganadores y el de sus errores no forzados.