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Infancia con sangre fría

Trastorno disocial y carrera criminal

Foto: Archivo Siglo Nuevo

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PSICÓLOGO JUAN EUSEBIO VALDEZ VILLALOBOS

¿Qué pasa cuando el infante sabe y premedita el acto?, ¿qué sucede cuando los movimientos torpes son reemplazados por una necesidad de hacer sufrir al otro ser y esto precipita la muerte de la víctima?

All the other kids

with the pumped up kicks

You'd better run, better run,

out run my gun

All the other kids with

the pumped up kicks

You'd better run, better run,

faster than my bullet — Fragmento de Pumped up kicks de Foster the people

Dentro de una plática con una colega, ella compartió que cuando tenía ocho años de edad había adoptado un pequeño conejo al cual quería mucho. Tanto era su amor que lo llevaba a todos lados. Al preguntar por el destino del orejón, mi compañera confesó que una de las tantas veces que jugó con él, por mero descuido dejó que se cayera del segundo piso de su casa. Una mueca de tristeza se dibujó en su rostro, era notoria su ansiedad, la risa nerviosa y la culpa aún presente por haber causado la muerte de la pequeña mascota.

Este tipo de historias es común: niños aún inexpertos acerca de cómo expresar sus sentimientos hacia los animalitos de compañía, juegan de forma brusca y, aunque no tienen la intención de hacer daño, ocasionan accidentalmente la muerte de algunos de ellos.

Sin embargo, ¿qué pasa cuando el infante sabe y premedita el acto?, ¿qué sucede cuando los movimientos torpes son reemplazados por una necesidad de hacer sufrir al otro ser y esto precipita la muerte de la víctima?

En México, casos donde adolescentes cometen asesinatos parecen alejados de nuestro imaginario, pero las cosas cambian. Cabe recordar lo ocurrido en Monterrey, Nuevo León, en enero pasado, donde un joven asesinó y se suicidó ante la lente de la cámara de seguridad de su colegio. Esto alumbra un rincón ignorado por la óptica social mexicana: el de los niños asesinos.

Sin meternos en el diagnóstico del estudiante regio, un asunto que al parecer es aislado y muestra otros criterios a tratar, hablemos, atendiendo a fines prácticos y para ejemplificar el tema, de un joven de 14 años. Edgar Jiménez, alías el Ponchis, mató y torturó a cuatro personas y participó en varios secuestros. Al momento de su arresto no mostró signos de arrepentimiento. Un 'niño sicario' en toda la expresión de la palabra.

DISOCIAL

Los libros Diagnóstico emplean la terminología de los trastornos de personalidad antisociales para referirse a sujetos que llevan a cabo actos delictivos sin sentir la más mínima culpa y reúnen características como el desapego hacia los demás y la falta de empatía. Su estado es de impulsividad y poseen pensamientos de grandiosidad. Hay que aclarar que estos estados alterados son diagnosticados a partir de los 18 años de edad, lo que implica la existencia de un hueco cuando las manifestaciones enunciadas se presentan en menores.

Es aquí donde aparece el trastorno disocial, preámbulo de una personalidad que incumple importantes normas de la vida social y no se detiene aunque sus actos representen vulnerar los derechos elementales de terceros.

Psicólogos y psiquiatras entran en debate ya que unos mencionan que este es el camino para una vida de adulto llena de crimen y otros consideran que se debe separar de las conductas esperadas en la adolescencia. Ahí radica la importancia de conocer la existencia de dicho trastorno.

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Foto: Archivo Siglo Nuevo

Es difícil adentrarse en esta línea de pensamiento. Al hablar de infantes se vienen a la cabeza imágenes de inocentes sonrisas que juegan con carritos y muñecas, mas al hablar de personalidades disociales la ilustración mental se acerca más a la figura de un chiquillo con un arma y el temple necesario para usarla contra aquellos que, desde su perspectiva, merecen morir. No es improbable que ostenten una mueca de felicidad al ejecutar el acto.

ORIGEN DEL MAL

Todo tiene un comienzo. Así como las habilidades de los padres fortalecen una autoestima adecuada y una correcta expresión de emociones, las carencias afectivas y los abandonos pueden generar niños que usan la violencia contra otros. No obstante, hay casos donde la familia es una fuente de amor, pero aun así aparecen estos patrones conductuales. Es factible hablar de la psicopatía como un producto multifactorial donde la crianza y la predisposición genética juegan un papel importante en el desarrollo del trastorno.

El Ponchis halló en el crimen organizado lo que no pudo sentir en su hogar: encontró una fuga para impulsos agresivos que se acumularon como en una presa; impulsos estimulados por maltratos, insultos, golpes y, sobre todo, abandono por parte de las figuras que debieron darle amor; impulsos que cobraron sentido al obtener 2 mil 500 dólares (más de 45 mil pesos) cada que degollaba a otro ser humano.

Entender al niño psicópata es una tarea compleja; para ver el mundo desde su óptica sería indispensable transitar un camino lleno de dolor, de paranoia; comprender que cada paso dado en ese sendero lo aleja cada vez más de su humanidad, dejando atrás su fuerza creadora y reemplazándola con destrucción e indiferencia hacia la vida. En su mundo la ley animal rige. Vive quien puede matar. “Al principio sentía feo. Luego ya no”, declaró el sicario adolescente cuando le preguntaron sobre las ejecuciones.

En todo México se comparten historias trágicas, sobre todo en años recientes. Bajo el azote de los grupos delictivos, era común ver adolescentes casi infantes perpetrando actos impensables (consecuencia de una sociedad que estaba sumida en el miedo y las balas), es por eso que llaman la atención los últimos datos sobre infractores que no han alcanzado la mayoría de edad:

Cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública indican que en el primer semestre del año se registraron 14 mil 190 homicidios dolosos. De acuerdo con información de Reporte Índigo, en 516 de esos casos están involucradas, ya sea como víctimas (310) o como verdugos (206), personas entre los 12 y los 17 años de edad.

Sin caer en predicciones fatalistas, no resulta descabellado inferir que tanto un psicópata como un criminal se van creando con el paso del tiempo, puede comenzar con un robo, o un allanamiento, o labores de halconeo, y con cada acto delictivo se forma una pieza del rompecabezas que, unido, nos da la imagen criminal. La infancia juega un papel importante en este proceso. Si se presenta una intervención de forma temprana, el pronóstico para el menor tiende a ser mejor, y por ende incidirá de forma positiva en la calidad de vida de la sociedad.

REFLEXIÓN

Es un hecho que la maldad es parte de la vida. No puede haber bondad y amor sin su contraparte. La infancia y la juventud nos señalan hacia donde queremos llevar nuestras metas como comunidades. Al hablar de disociales tempranos se asoma el peor rostro de la humanidad. Detrás de la crueldad está el miedo y el abandono que ellos tuvieron que asimilar y aceptar para poder darse un lugar en el mundo, aunque ese lugar implique interpretar el rol de villano.

Queda preguntarnos: ¿Estamos creando un mundo de héroes o estamos cultivando las semillas del mal?

Correo-e: jueuval@gmail.com

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