Foto: Gregoire Michaud
¿Cuál es el mejor queso? ¿Cuál es el mejor vino? ¿Cuál es el mejor restaurante y el mejor chef? Los medios de comunicación, ya no digamos las redes sociales, bombardean al consumidor con con 'noticias' de ese tipo. La expectativa generada, sin embargo, muchas veces se queda muy lejos de la realidad.
El razonamiento es simple, si en un concurso para elegir el mejor queso del mundo se inscriben mil candidatos, difícilmente puede afirmarse que está presente toda la familia de esos lácteos que hay sobre la faz de la tierra.
Otro recurso frecuente para armar un caso en tema tan diverso es el de las comparaciones. Sin embargo, ¿cómo comparar un queso de leche de vaca con otro de leche de oveja o de cabra?, ¿de qué manera se puede evaluar con justicia que un queso de pasta blanda es mejor que uno de pasta dura? El sentido común indica que dichas tareas son, mínimo, innecesarias. No obstante, los 'jurados' de un certamen proceden como si todo pudiera ser comparado con infalibilidad.
Una clave para comprender mejor esos concursos y listados es reparar en la cantidad de intereses que se mueven a la hora de definir a los ganadores o entregar sus etiquetas a los 'mejores restaurantes”.
Escribir acerca de gastronomía se ha convertido en un ejercicio practicado por muchos y así montones de marcas comerciales organizan, sin mucho esfuerzo, encuentros diseñados para entregar la mayor gloria a sus productos. Un consejo que no viene mal es no pararse a leer las 'informaciones' publicadas sobre tal o cual premio culinario.
Hay jurados que participan de forma regular en esos foros para dar con el mejor de lo mejor, buena parte de ellos acude con la mejor voluntad y sin el menor prejuicio. Pero, quien paga, manda. Y se impide, disimulada o claramente, que compitan productos "de la competencia".
En las listas de los mejores cocineros o restaurantes del mundo (no es lo mismo, aunque lo parezca: un restaurante es algo más que un cocinero, incluso que una cocina) juegan un montón de intereses y hasta de envidias. La cuestión empeora cuando los votantes son de la misma profesión, es decir, cocineros.
No hacer caso de las recomendaciones que la gente hace en las redes sociales puede ayudarle a encontrar por su cuenta hallazgos deliciosos sin el riesgo de ser engañado. En muchos casos los consejos se sueltan con buena voluntad, pero eso no los exime de exhibir un abundante desconocimiento. Un indicador de que una 'nota' u 'opinión en la red dice la verdad es la cantidad y el sentido de las publicaciones que utilizan los cibernatuas para referirse a una u otra cosa.
Los comentarios pueden, y suelen, ser anónimos. Para un empresario es fácil conseguir que un montón de amigos envíen alabanzas al restaurante y que otros tantos escriban críticas que hacen garras a la competencia. Otra marca distintiva de las listas de los 'mejores' lugares es que suelen integrarse con los más caros.
En cuanto a los productos, vale la pena meditar un poco antes de hacer una compra. Por ejemplo, no es seguro que los vinos de la Romanée Conti, en Borgoña, sean los mejores del mundo. De ellos puede afirmarse que hay poca oferta, que los precios son elevados y que, quienes han tenido la oportunidad de probarlos, celebran la experiencia. No obstante, hay casos en que un producto con un alto precio está lejos de las cualidades que su costo debería garantizar.
En el extremo opuesto del mercado, hay bodegas que hacen del precio la principal arma para atrapar al cliente. Esas marcas promocionan listas de "grandes vinos de menos de cinco dólares", pero las cuentas dicen otra cosa.
El costo de la botella, el corcho, la cápsula y la etiqueta no deja sino centavos para las uvas. El razonamiento es simple, sin buenas uvas no hay buenos vinos.