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JORGE Y GUADALUPE

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Él toca el clarinete, ella el tambor. Son dos hermanos nacidos en Silacoyoapan, un pueblito cercano a la capital de Oaxaca. En su tierra sobreviven precariamente de lo que producen -sólo para consumo familiar- las siembras de maíz, calabaza y frijol, pero este año otra vez les fue muy mal.

Su oficio es la artesanía, pero existe una cerrada competencia en ese ramo, tanto en Huajapan de León como en Oaxaca, los principales mercados para las artesanías típicas de aquella entidad sureña y se sintieron desplazados, pues tampoco consiguieron trabajo en otros giros. Ante la necesidad de apoyar a la familia, decidieron salir del terruño en busca de mejores horizontes por medio de la música.

Esa es su nueva ocupación y la ejercen en la calle, a pleno Sol, escasamente alimentados, a cambio de unas monedas o de comida si así lo prefieren los donadores espontáneos. En las ciudades tampoco les dan empleo por su condición de indígenas y a pesar de que son mexicanos puros, los residentes los tratan como extraños, desconfían de ellos, los ignoran y critican por su supuesta ociosidad. "Estamos aquí por necesidad, no por otra cosa", aclaró la joven mujer con el tambor reposando sobre su cadera izquierda y el palillo percutor con cabeza de cuero en su mano derecha en posición de descanso.

"Deberían buscar trabajo" es el comentario general, pero nadie los ofrece empleo -ni ellos lo piden por puro orgullo, pues saben muy bien que serían rechazados-, una situación contrastante con la que ocurre con los refugiados haitianos y los indocumentados expulsados por el gobierno estadounidense, a quienes el propio presidente del país los recibe en la residencia oficial y les promete conseguirles trabajo para que no se vayan de México, una ironía que ya se da en la Comarca Lagunera con entrevistas periodísticas a los extranjeros desplazados de sus lugares de origen y con presencia temporal en la región, dando a conocer sus habilidades manuales para que los empresarios locales los contraten.

Hay otros oaxaqueños entre nosotros, los gomezpalatinos, unos especializados en la reparación de muebles de bejuco y una familia que teje y vende bolsos de mano, abanicos de palma, rehiletes y artísticos alebrijes del mismo material, pero también sufren a la intemperie, sentados en los cordones de las banquetas o en los arriates de cemento y piedra de los centros comerciales cuyos límites deben respetar, porque si se acercan, los corren, como sucede con los vigilantes del mercado "Alsuper", quienes tampoco toleran a los vendedores ambulantes de la miel de abeja que producen particulares y campesinos del municipio de Lerdo.

No hay como ellos quisieran, clientes seguros, pero no se desaniman y permanecen estoicos a mañana y tarde en esos lugares descubiertos y expuestos a los rigores climáticos y al desinterés ciudadano porque las ventas son mínimas.

Jorge y Guadalupe carecen de servicios médicos gratuitos y de cualquier tipo de asistencia social. Tienen estudios de primaria terminados en su lugar de origen, pero no pudieron continuar con su enseñanza superior, tanto por la falta de recursos como por la necesidad de ganar dinero para el sostenimiento del hogar y eso fue lo que lanzó a la aventura musicalizada en tierras ajenas. Recorren calle por calle y casa por casa en las colonias de ricos, pero igualmente se topan con la apatía de sus propios paisanos; son contadas las personas que abren las puertas de sus domicilios para ayudarles. Guadalupe tiene 25 años de edad, su hermano 21. Ella es la que se queja de los desdenes de la gente: "Me tienen toque y toque a pleno Sol y no salen ni siquiera por cortesía a decirnos que no hay ayuda".

En su recorrido musical por la colonia El Campestre, iniciado poco después del mediodía del jueves a la altura del centro comercial "Soriana", se detuvieron en cada cuadra del sector residencial, ejecutaron melodías con aires oaxaqueños y esperaron con paciencia los donativos voluntarios, creyendo que en ese horario obtendrían respuestas positivas al llamado de los instrumentos de aire y percusión, pero la jornada resultó frustrante.

En la calle Budapest dos o tres vecinos los atendieron con monedas y en la calle París un ama de casa les obsequió una coca cola de dos litros y una bolsita con ocho guayabas. -Es todo lo que vamos a comer en este día, dijo un desalentado Jorge, cuyo rostro transpiraba en forma abundante bajo la sombra de un árbol que lo protegía de los rayos solares.

Guadalupe, a su vez, atenuaba el calor vestida de los pies a la cabeza con un pantalón de dril, una chamarra verde, un sombrero y una pañoleta alrededor de la cabeza y con el tambor a cuestas; son morenos y chaparritos y sus rasgos faciales muy semejantes a los del presidente Benito Juárez. Ella sonríe ante las preguntas del reportero, mostrando una dentadura blanca y uniforme que rompe con el gesto serio y desconfiado propio de los indígenas mexicanos.

Llegaron a la región hace cuatro semanas, ocupando en la calle Tercera de la colonia "La Antigua Aceitera" al sur de la ciudad de Torreón, un reducido y caluroso cuarto propiedad de una señora Toña, quien les cobra una renta mensual de mil quinientos pesos, pero no les da recibo. -Además, nosotros pagamos la luz y el agua más los pasajes en autobús de Torreón a Gómez Palacio y Lerdo, plazas donde desarrollamos nuestro trabajo, fue otro señalamiento sobre la voracidad y egoísmo de los renteros.

Jorge aprendió a tocar el clarinete con el puro oído y con lecturas alusivas al instrumento de viento. Guadalupe, por su parte, empírica como él, le sigue el paso a tamborazos que se escuchan a dos cuadras de distancia, suficientes para anunciar su presencia callejera. Ella tampoco estudió música y luce sus níveos dientes al aclarar que del mismo modo aprendió sobre la marcha. Clarinete y tambor son prestados y solamente son suyas las mochilas que cargan sobre sus espaldas. Los dos calzan tenis de tela con delgadas suelas de hule, impropios para caminar en el hirviente asfalto.

Guadalupe es la que se para de puerta en puerta, mientras que su hermano camina de esquina a esquina ejecutando melodías con tonos alegres, pero a la vez melancólicos. Cuando aquella se rezaga porque los vecinos no salen, la espera en un ambiente reverberante de Sol.

En la colonia El Campestre las casas se hallan enrejadas en su mayoría, situación que complica las cosas porque no hay respuesta inmediata, ni antes ni después mientras que el Sol cae a plomo. En una residencia hay un timbre que no funciona y los que demandan atención utilizan una piedra para tocar en la reja, pero tampoco aparecen sus ocupantes y se hacen los "dormidos".

La competencia la afrontan, tanto en el mercado de las artesanías como en los numerosos grupos musicales que abundan en Oaxaca, sin oportunidad de acomodo en ellos. "Por eso andamos por acá en busca de recursos para aliviar el hambre familiar. Los pocos ahorros que hemos logrado juntar con privaciones y sacrificios los enviamos de inmediato a casa, pues ésa es nuestra misión".

"A pesar de todo nos sentimos felices", expresó sonriente y optimista Guadalupe antes de reanudar la marcha de la esperanza en una asoleada colonia habitada por gente pudiente.

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