Foto: Cortesía DakhaBrakha
Iryna, Olena, Nina y Marko dieron el salto de un ensamble que acompañaba las actuaciones de una compañía de teatro local a una banda habituada a andar de país en país, de continente a continente, cautivando públicos.
La música, ese lenguaje universal, encuentra sus vehículos en todas partes. Gracias a eso es posible disfrutar de propuestas como la que llevan por el mundo tres mujeres y un varón nacidos en Ucrania.
En 2004, el director teatral, Vladyslav Troitskyi, conformó el ensamble musical DakhaBrakha. Sus integrantes son Iryna Kovalenko, Olena Tsybulska, Nina Garenetska y Marko Halanevych.
Ellos tocan las percusiones, los tambores, el acordeón, el trombón, el chelo, el piano, así como instrumentos tradicionales de tierras del oeste europeo.
Sus creaciones, mediante atinados golpes de inventiva, transportan a un estado de placidez o de frenesí. En una misma pista suelen incluir sonidos de soul, de rock, algún eco africano o sudamericano, cuando no la imitación de sonidos animales.
El nombre del grupo, extraído del viejo lenguaje de su nación, significa “dar/recibir”. Ellos se definen como una banda de “caos étnico” y consideran que su misión es traer al mundo música nueva. No obstante, a la hora de concebir suelen apoyarse en la tradición musical ucraniana.
El cuarteto se formó en el Centro de Arte Contemporáneo de Kiev y su identificación con el trabajo teatral dejó su marca en la forma en que realizan sus presentaciones. Un aspecto esencial de sus recitales es el de los efectos escénicos.
Fue en ese taller de artes donde se pusieron a experimentar con el folclor de su país. Su materia prima, sin embargo, no se limitó a lo disponible entre las fronteras ucranias. Reunieron ritmos de culturas en el entorno de esa nación de Europa del este. Al mezclar legados rítmicos con su visión contemporánea no sólo han creado un sonido atrayente, tan elemental como sorpresivo, también adoptaron una imagen que parece sacada de una época lejana a la tecnología, contraria a lo sintético.
Las melodías de la tradición ucraniana, según el ideario del grupo, tiene mucho potencial y pueden llegar al corazón y la conciencia no sólo de las jóvenes generaciones de su país sino a todo el mundo.
INFLUENCIAS NOTORIAS
DakhaBrakha suena un poco a la India, un poco a Arabia, a Rusia, a Australia, y a idioma que quizá, nunca se comprenderá; sin embargo, ensamblan componentes de varias culturas y hacen que el todo, la suma de las partes, funcione.
Quizá la mejor prueba de su capacidad expresiva sea que contagian tanto la fuerza como el frenesí de su ejecución. A eso hay debe sumarse la polifonía vocal. El resultado es un sonido universal enraizado en esa cultura vecina de Rusia.
En el performance de estos músicos hay actuación, de esa manera consiguen una interpretación en la que los gestos logran remitirnos a estados tan opuestos como el goce íntimo y el desenfreno público, esta cualidad tiene su fundamento en otro punto de su ideario: impulsar una liberación artística y cultural.
Sus ritmos etno-caóticos les han abierto las puertas de varios festivales internacionales desde España hasta Nueva Zelanda, desde Gran Bretaña hasta China. También han actuado en Australia, México, Estados Unidos, Canadá, Colombia, Nueva Zelanda y Brasil.
Foto: Capital Region Living Magazine
El suyo es un matrimonio afortunado entre lo antiguo y lo contemporáneo. Esa felicidad no es cosa de la casualidad. Detrás de sus melodías hay labor de investigación, recorridos metodológicos por zonas rurales para extraer tesoros: armonías típicas, oralidad, legado. Sus raíces musicales, habituales en el programa de ceremonias como bodas o funerales, son montadas en una ruta con escalas ajenas a la pauta ucrania, cosas como detalles de la contemporaneidad minimalista, algún aporte surgido de la acústica africana o de la vibración antillana. Las piezas detectadas sobre terreno pues, son la materia prima del taller, allí se mezclan con la modernidad y pasan por el tamiz para obtener un refinado producto que mezcla memoria e inmediatez.
SALTO
Iryna, Olena, Nina y Marko dieron el salto de un ensamble que acompañaba las actuaciones de una compañía de teatro local a una banda habituada a andar de país en país, de continente a continente, cautivando públicos.
Este mes se cumple un año del lanzamiento de su álbum más reciente, The road. Fue creado, según la descripción que de él hace la banda, en un momento muy difícil para su país. Lo dedicaron a aquellos que “han dado su vida por la libertad del pueblo ucraniano, a quienes la siguen defendiendo, y a quienes aceptan el reto de ser libres”. La producción contiene una decena de canciones.
Este 2017 lo cerraron con presentaciones en Reino Unido. En tierras británicas han encontrado un público entusiasta. Lo mismo se presentan en el Festival de Glastonbury que en algún programa de la BBC.
Su atractivo quizá pueda definirse como una mezcla de opuestos, en la que destacan, con la misma intensidad, la actualidad, una que incluso lleva a pensar en el teatro experimental de las metrópolis, y la vida rural, los ecos de la villa.
Gracias a sus composiciones, una base autóctona a la que se suman resonancias contemporáneas, el cuarteto consigue introducirnos en la esfera acústica de su país. Estos insignes representantes del caos étnico defienden que el enorme potencial de la cultura ucrania debe ser tanto explorado como conservado.
Son un grupo versátil que lo mismo puede tocar en pequeños locales o en grandes recintos. Un comentario recurrente en sus videos disponibles en plataformas como Youtube es que suenan mejor en vivo que en sus discos de estudio.
Su álbum Na Mezhi (2014) es un buen ejemplo de los alcances de éste cuarteto de Kiev. El crítico estadounidense Bob Boilen explica la propuesta de ese “dar/recibir” como sigue: “hacen música que suena como algo que no había escuchado jamás, aunque con trazas de lo que siempre he escuchado”.
No pasa nada raro pues, si al escuchar a DakhaBrakha se activa el recuerdo de algún sonido africano o de una resonancia australiana. Es igualmente cierto que en ocasiones parece simplemente una banda de rock. Esto sucede porque sus integrantes imprimen a sus composiciones, como dice Boilen, una alocada armonía y una ejecución gozosa.
La recomendación, además de escuchar sus discos (tienen cinco editados a la fecha), pasa por atestiguar el goce generado por alguna de sus presentaciones en vivo, actuaciones llenas de energía y pasión. Y no, no es necesario comprender ni una sola palabra de lo que cantan para quedar encantado con su música.
El resultado también es un producto consciente, pretenden crear melodías divertidas e inspiradoras, en la mejor tradición de su pueblo.
Una razón, acaso mínima, para conocerlos es que su sonido es, cuando menos, interesante por las muchas influencias presentes en sus composiciones y la forma en que consiguen hacerlas convivir en armonía.
En sus videos disponibles en la red es común encontrarse comentarios como: “Una de las cosas más hipnotizantes que he visto y escuchado” o “son fascinantes y diferentes”.
En una de sus canciones, Sho Z-Pod Duba, cantan algo como "El río fluye y, bajo el roble, Ivanko da agua a su caballo, pero éste no bebe y por eso le da un golpe en la cabeza. El caballo le dice: “No me pegues, que todavía te seré útil”.
En otra melodía, Divka- Marusechka, la letra dice algo como “Los pavorreales andan por la colina, perdiendo sus plumas. Una bella mujer las va recogiendo y va haciendo con ellas un vinochok (una prenda decorativa)”.
Como la música es juego, otra pieza, Vesna (Primavera), comienza con la simulación de trinar de pájaros, y entonces la música es madera crepitando, viento que cobra fuerza; la corriente toma fuerza pero, sólo prepara la escena del ejercicio polifónico. Luego, pájaros, calma, un desarrollo cada vez más lento y así hasta el silencio.
