Difícil. Los científicos viven las extremas condiciones climáticas de la Antártida y caminar entre 4 y 6 horas diarias.
Hace más de un siglo, Roald Amudsen y R. F. Scott protagonizaron un emocionante duelo para pasar a la historia. Hoy, la nueva era de la exploración antártica la lideran los científicos, que en nombre de la ciencia desafían el frío, el viento y el cansancio.
"El afán por descubrir sigue siendo el motor que empuja a los investigadores a viajar a la Antártida. Quizá, a diferencia de los grandes exploradores, hoy no queremos ir más allá en términos geográficos, pero sí en términos científicos", dice el biólogo marino Renato Borrás.
Desde hace tres años, este investigador pasa meses en una aislada base del Instituto Antártico Chileno (INACH) situada en Cabo Shirreff, una lengua de tierra helada en la que conviven aves, pingüinos, focas y lobos marinos.
"Uno de los principales inconvenientes de hacer ciencia en la Antártida es el aislamiento y la soledad. Si te ocurre alguna emergencia es muy difícil que te puedan evacuar", explica.
Como él, 3,700 científicos se trasladan cada año al continente blanco para trabajar en una de las 66 bases científicas repartidas en esa desolada planicie de 14 millones de kilómetros cuadrados.
Debido al intenso frío, sólo 1,200 de ellos permanecen en invierno, cuando la temperatura puede llegar a los -89.2 grados, la más baja registrada cerca de una base antártica.
El resto habita en las bases entre octubre y marzo, período en el que las condiciones climáticas permiten la entrada y salida de aviones, algo casi imposible en invierno.
"La Antártida sigue siendo un lugar aislado, inexplorado y con acceso restringido. Hay muchas posibilidades de hacer nuevos descubrimientos para que avance la ciencia", señala a Efe el investigador chileno Andrés Marcoleta.
Este laboratorio natural ha despertado el apetito de la comunidad internacional, que cada año incrementa las inversiones científicas en el continente.