Siglo Nuevo

La decadencia de un continente

Thomas Mann y las hogueras del siglo XX

Foto: Van Vechten Collection/Library of Congress

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ALFREDO LOERA

Son varias las voces que hablan sobre la caída de Occidente. Las nuevas crisis sociales y culturales plantean el hecho de que los valores de la modernidad europea hace tiempo dejaron de ser hegemónicos.

Thomas Mann nació en 1875, en el seno de una familia burguesa alemana. Se le considera el último gran novelista decimonónico del Viejo Continente. Fue tanto el máximo heredero como el último eslabón de la novela clásica, la cual tiene en su haber a autores como Alejandro Dumas y León Tolstoi.

Desde muy pequeño tuvo inclinación por las artes. La holgura económica del padre permitió que, desde muy joven, pudiera dedicarse a la escritura. Su hermano Heinrich también se consagró a las letras. Ambos fueron críticos del totalitarismo que surgió en su país en el siglo XX.

En 1905, Thomas se casó con una joven de origen judío llamada Katia. Tuvieron seis hijos. Sin embargo, desde la publicación de sus diarios privados se sabe que el autor, a pesar de haber tenido una familia y comodidades materiales a lo largo de su vida, sufrió fuertes crisis personales.

Dos de sus hermanas se suicidaron en la juventud y marcaron una concepción muy peculiar del mundo en el escritor. No obstante, su principal conflicto íntimo fue su homosexualidad reprimida. Vivió en una sociedad en la que tender sus sentimientos hacia personas del mismo sexo era mal visto, especialmente por los valores cristianos que dominaban Europa. Aunado a esto, la aparición de regímenes fascistas reprimió aún más esta condición humana. El escritor nunca pudo ejercer su sexualidad de manera libre.

Por sus diarios es conocido que Mann siempre sintió una terrible culpa, no sólo por sus preferencias sino también por ser parte de una élite privilegiada.

Quizá gracias a estas circunstancias causadoras de pesadumbre fue capaz de escribir obras como La muerte en Venecia (1912), en la que Gustav Von Aschenbach se convierte en el arquetipo del amor homoerótico e intelectual hacia el joven Tadzio.

El novelista concibió ésta narración, entre otras muchas, como un intento de desfogar en tinta y papel sus deseos imposibles para aquellos tiempos. Jamás consumó físicamente ninguna relación homosexual; sin embargo, sus obras con esta temática son de lo más expresivas.

LA CAÍDA EUROPEA

Reducir el esplendor de una prosa a los devaneos vedados al autor sería inexacto. La altura de sus palabras se mide con volúmenes como el relato en clave autobiográfica de Los Buddenbrook (1901) o, uno de sus títulos más importantes, La montaña mágica.

Existen dos grandes novelas europeas publicadas en la década de los veinte; una simbolizó el inicio de la narrativa contemporánea y otra el cierre de una tradición. Ulises del irlandés James Joyce publicada en 1922, es el punto de partida de una nueva manera de contar una historia mientras que La montaña mágica, publicada en 1924, es la culminación de una forma de escribir.

Desde luego, esto no demerita en ningún sentido la novela de Mann; no obstante, es evidente que después de Ulises escribir ya no fue lo mismo. Esto ocurre no solamente por una cuestión de forma. En los párrafos del escritor alemán se muestra como, una vez iniciada la Primera Guerra Mundial, el espíritu de Europa entró en decadencia. La crisis de la modernidad es el tema de la novela forjada por el acomodado narrador.

La montaña mágica es una fábula de iniciación. Por intervención del azar, Hans Castorp, arquetipo del joven germano de principios del siglo XX, da con un hospicio de enfermos situado en los Alpes suizos. Ahí los pacientes de las familias más ricas de la vieja madre acuden en busca de curas de aire (creencia errónea de aquel tiempo), buena parte de los casos comparten el diagnóstico de tuberculosis. Castorp iba con la intención de encontrarse ahí con su primo. Solamente tenía planeado quedarse unos pocos meses; sin embargo, por una especie de ensoñación surgida a raíz de la muerte de su familiar, pero también por descubrimientos personales, se queda algunos años.

En el alpino sanatorio conoce a dos grandes personajes de la literatura: Ludovico Settembrini y Leo Nafta, ambos símbolos de la cultura occidental. Settembrini, un intelectual, representa los valores clásicos del humanismo y la ilustración. En este sentido, hace las veces de una especie de consciencia racional que intentará influir en Castorp. Leo Nafta, judío converso al catolicismo mediante su ordenación como jesuita, representa el irracionalismo y el espíritu romántico, y está muy ligado a la búsqueda del absoluto, con su consecuente simpatía por ideologías como el comunismo y el fascismo.

Los diálogos que se dan a lo largo de la novela plantean las principales condiciones de la Europa de principios del siglo pasado. Muestran lo exhausta que parece estar la civilización occidental. Hans quedará paralizado ante las dos posturas. Con influencias de uno y otro lado, el joven protagonista se va acercando a la trinchera de una de las batallas de la Primera Guerra.

EXILIO Y FAUSTO

Cuando Adolfo Hitler toma el poder, Thomas Mann y su familia se exilian a los Estados Unidos. El autor será de una vez y para siempre un crítico del fascismo. Su pensamiento tiene las maneras de un llamado a la redención de la cultura alemana, invita a ver que no todos los arios son seguidores del Führer.

En su intento de simbolizar el conflicto enquistado en el alma germánica se va a una cabaña cerca de la ciudad de Los Ángeles y escribe la que para muchos es su mejor novela Doctor Fausto (1942). En ella se narra la vida del músico ficticio y genial compositor, Adrian Leverkün. Un amigo del protagonista, Serenus Zeitblom, es quien va develando la trama por medio de su diario personal.

Existen en la historia de la literatura al menos tres grandes reelaboraciones del mito de Fausto. La primera es una obra teatral publicada en 1604 y firmada por el dramaturgo inglés, Christopher Marlowe, rival ni más ni menos que de William Shakespeare. La segunda es otro gran clásico de la literatura alemana, la versión escrita por Johann Wolfgang von Goethe; la tercera, la novela de Mann.

Fausto representa, en muchos sentidos, al genio y su relación con lo demoníaco, con lo inefable. El mito original, de origen medieval, cuenta la historia de un alquimista en busca de la verdad absoluta, de la verdad total. Pasa sus noches en un estudio leyendo libros y haciendo experimentos y alguna invocación. Durante una de estas laboriosas jornadas, en una de las sillas de la habitación, aparece una figura humana, una sombra que será mejor conocida como Mefistófeles. El célebre corruptor ofrece un trato: el alma del doctor a cambio de la verdad absoluta que lleva tantos años buscando. Fausto acepta y firma con sangre el contrato.

En la novela del conflictuado autor, Leverkün representa al artista de genio, pero también a los alemanes de entre guerras. Tanto el individuo como el colectivo vuelcan la totalidad de su existencia en la realización de una gran obra. Para Leverkün se trata de una sinfonía superior a la Novena Sinfonía de Ludwig Van Beethoven; para el pueblo germano, el ideal por alcanzar es la sociedad perfecta.

La maestría de Mann queda de manifiesto en la habilidad técnica que construye el relato a través de un narrador testigo (Zeitblom) y en la concepción de una narración paralela entre el personaje principal y el contexto de una Alemania que poco a poco se adentra en el totalitarismo. Según el último eslabón de la novela clásica, el pueblo y el personaje, sumidos en la obsesión del absoluto, liberan a las fuerzas demoníacas ocultas en el corazón humano.

Correo-e: alfredo.loera@gmail.com

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