La enfermedad como factor de unidad
La gran vulnerabilidad de los seres humanos radica en que en cualquier momento podemos perder la salud y la vida, pasa que cuando estamos bien lo olvidamos. Tampoco se trata de levantarnos cada mañana pensando si ese día aparecerán por primera vez los síntomas de un grave padecimiento, pero sí de contemplar la probabilidad de que puede suceder aun a pesar de cuidar celosamente nuestro estilo de vida.
Hace muchos años me aprendí de memoria el concepto de salud, que como opuesto a enfermedad podemos utilizar como referencia, “la salud no solo es la ausencia de enfermedad, es el bienestar biopsicosocial de un individuo”
Cuando perdemos esa línea que unifica esas tres esferas de la existencia humana es cuando nos queda absolutamente claro que hemos enfermado, aunque hay mecanismos de defensa que intentan minimizar los síntomas y explicarlos más allá de las causas reales que los originan.
Lo cierto es que una vez que conocemos que hemos perdido la homeostasis de nuestro ser, un cúmulo de emociones se agolpan en el pecho, perdemos la tranquilidad, entramos en un estado de angustia que lejos de ayudarnos hace que se exacerben las enfermedades, y lo peor es que contagiamos a quienes están cerca de esos miedos. Cuando es un tercero el que enferma: los padres, la pareja, los hijos o los amigos, lo vivimos de otra forma. Cuando los padres son mayores nos parece natural, cuando es la pareja nos revelamos, cuando son los hijos nos perdemos en el dolor y cuando son los amigos buscamos a toda costa acompañarles y paliar su pena.
El transcurrir de una enfermedad es muy distinto cuando hay recursos económicos, cuando hay conocimientos, aunque sean mínimos de lo que estamos enfrentando, cuando hay una cierta estabilidad emocional y cuando hay un desarrollo espiritual de la persona. Por eso debemos tener la luz encendida, porque nunca sabemos en qué momento la enfermedad se meterá a nuestra cama.
Todo esto viene a colación porque no deja de sorprenderme positivamente la respuesta rápida y generosa de muchos ante la necesidad de apoyo para Ramón y Angélica y su pequeña María Renata. Por fortuna, el amor incondicional de la familia ha sido fundamental para motivar la participación de mucha gente ante la multiplicación de necesidades manifiestas en un tratamiento que será largo y costoso, por otra parte, la organización y la creatividad para generar actividades que reditúen en recursos ha sido muy importante, justo en el marco de una ellas, Sonia Delgado de Arriaga compartió un mensaje del cual retomo un párrafo:
“Es sorprendente cómo se ha manifestado la solidaridad en medio de tanto ruido que hay en el entorno, cuando creemos que el egoísmo es la constante, cuando mucho se dice que el materialismo y el consumismo son lo único que nos alienta, cuando la indiferencia hace que volteemos los ojos ante las múltiples necesidades de los demás; miles de corazones y voluntades se manifiestan, cientos de oraciones, palabras solidarias, interés por los avances, aliento para toda la familia, muestras de cariño al por mayor se multiplican”.
Maravilloso ejemplo de esa otra parte de las enfermedades que a veces no alcanzamos a apreciar en su justa dimensión, la capacidad que tienen de unirnos
Esto mismo lo vivimos cuando, hace años, más de diez, me tocó ser parte de la campaña de “Implantes Cocleares” que hizo el Grupo Radio Estéreo Mayrán de la mano con El Siglo de Torreón, movidos por Ángel, un pequeño que nació sordo y que requería de esta sofisticada y muy cara tecnología médica, eso nos hizo que buscáramos reunir los recursos para que pudiera recibir el primer implante coclear que se hizo en la Laguna; por fortuna la campaña rindió para beneficiar a otros niños y niñas, los cuales hoy son estudiantes y su futuro es muy alentador.
Ejemplos sobran, lo cierto es que tenemos que ser siempre sensibles y rogar porque en la enfermedad y la salud siempre estemos unidos.