La lectura de historia
El pasado es actual en la medida en que lo estudiamos y difícilmente podremos llegar a conclusiones definitivas, pues, para la historia, nada está resuelto.
El lector de historia, en su papel más genuino, es un hacedor de dudas, un curioso que busca el orden entre un aparente desorden. Reúne información y acontecimientos que otros han producido. Hace preguntas sin dar nada por hecho. La sospecha es, mientras lee, su compañera habitual, pero también el asombro permanece a su lado. No se conforma con libros, husmea en los archivos. Busca el rastro del pasado en el presente. Observa los vestigios sin importar sus características, pues, en éstos, el tiempo pretérito se revela. ¿Por qué buscar en el pasado? ¿Por qué la necesidad de exhumar acontecimientos que en apariencia carecen de valor? Adelanto una respuesta provisional: los testimonios, las huellas, los rastros de otro tiempo sirven al lector de historia para comprender por qué las personas somos distintas.
Algo curioso e inquietante surge a partir de que nos interesamos por la disciplina de Clío: el anhelo por encontrar la verdad. No obstante, conforme uno va adentrándose en las explicaciones que dan los profesionales del pasado entendemos el acto de historiar, no como fuente de verdad sino de verdades; aunque claro, las verdades también se pueden falsear. Uno lee confiando en que los historiadores han desempeñado su labor con rigor y pasión. No queremos imparcialidad, a pesar de ser un valor al que se aspira. ¡Ah, los ideales! El mundo de los lectores de historia descansa en los humanos. Por eso importan sus relaciones. Interesa también su intervención en el mundo y su influencia.
Lanzo una afirmación: los libros de historia son más que un entretenimiento. Digo esto porque es común andar en busca de 'distractores': que si veo películas; que si escucho música; que si leo es para entretenerme. No. La historia es más que un pasatiempo. Cuando se llega a una obra inspirada por Clío es imposible evitar su influencia sobre la manera de atender lo real. Pensemos entonces que la realidad es acción en el mundo. El pasado es actual en la medida en que lo estudiamos y difícilmente podremos llegar a conclusiones definitivas, pues, para la historia, nada está resuelto. Eso sí, hay posibilidades, rutas diversas y enfoques distintos. La historia no nos mostrará verdades absolutas, pero sí conclusiones provisionales para saldar cuentas con quienes nos antecedieron, para dialogar con quienes actuaron en el mundo antes que nosotros.
Ahora bien, quien lea documentos sobre los ayeres para darse aires de erudito o para posicionarse como aleccionador está bastante alejado del genuino sentido de la historia como disciplina humanística. Sin embargo, nada ni nadie escapa de los historiadores y los relatos que se fraguan con intenciones moralistas. En estos casos más vale emprender la huida.
Sospechemos: ¿quién hace la historia que estoy leyendo y para qué? Quien modifica los hechos, quien altera y manipula los acontecimientos en su beneficio, quien impide la reflexión de los lectores es un falseador y mentiroso. La ciencia del pasado no escapa de estos manipuladores. Por eso, el lector sabe que es preciso evitar las supersticiones.
Por muy autónomos que podamos ser, los lectores andamos en una búsqueda. No tenemos certezas, no vemos el fondo de la investigación: no podemos analizar los documentos; como consumidores de párrafos estamos, hasta cierto punto, limitados. Ya que la historia también tiene límites, agucemos nuestra capacidad de reflexión. En vez de dar por verdadero algo que se nos muestra, evaluemos cómo se nos cuenta y qué oculta, si es que lo hace, la narración de tal hecho. Las lecturas surgidas de esta disciplina constituyen una práctica complicada, una labor que exige competencia pero que también nos brinda goce. Leer historia nos acerca a quienes habitaron este mundo, implica acercarnos a sus instituciones y a su legado. Sin seres humanos no habría pasado y sin lectores con gusto por conocer las herencias recibidas no habría libros de historia. Feliz el lector cuya elección implica la tarea investigadora.