Recuerdo. Aurelia enciende velas en la tumba de su pareja, Isidro Baldenegro, en la ciudad de Baborigame.
Isidro Baldenegro sabía que lo iban a matar. "Andamos mal, me quieren chingar", decía. Con ese pensamiento que le quitó el sueño las últimas noches de su vida, llegó el pasado jueves 12 de enero a la comunidad de Coloradas de la Virgen, en el municipio de Guadalupe y Calvo, en la sierra de Chihuahua. Visitó a su madre, a su tío, y atendió algunos negocios: compra-venta de chivas y ofrecer en 250 pesos los machetes que hacía a mano. Tres días después, tres de las seis balas que salieron de una pistola .38 súper impactaron el pecho, abdomen y pierna derecha de quien defendió el bosque hasta con su vida.
Isidro es el quinto defensor ambiental asesinado en el último año en ese municipio que hace frontera con los estados de Sinaloa y Durango, en pleno Triángulo Dorado. Esta porción de la Sierra Tarahumara se ubica en la zona llamada así por estar bajo control del narcotráfico para la siembra de marihuana y amapola.
El sexto defensor asesinado fue Juan Ontiveros. Dos semanas después de que mataron a Isidro se convirtió en el segundo activista rarámuri ejecutado en 2017. Al día de hoy, ninguno de los homicidas ha sido procesado ni sentenciado. No hay culpables.
"Es preocupante que en los casos de los últimos meses no hay detenidos ni procesados. La impunidad es un problema en toda la República Mexicana, pero en estos casos de ataques a defensores es uno de los ejes de las preocupaciones principales", dice Jan Jarab, representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México.
El problema se remonta a muchos años atrás. La misma tierra vio morir a dos generaciones. En 1986, Julio Baldenegro Prieto (padre de Isidro) fue asesinado por defender el bosque y hacer reuniones con los indígenas de la zona para protegerse de "un rico que quería hacer de las suyas", y Julio no se dejaba, explica Francisco Baldenegro, hermano mayor de Isidro.
"Hijo, me están tirando", fue lo último que le dijo a Isidro, quien moriría de la misma forma 30 años después.
Estaban en el monte platicando cuando se escucharon las detonaciones. Corrieron a buscar refugio, pero sólo Isidro llegó a la casa. Julio Baldenegro Prieto quedó tendido y él tuvo que vestirse de mujer para poder volver a salir sin ser reconocido por los tiradores.
Ver morir a su padre, dice su hermano Trinidad, fue el hecho que motivó a Isidro a continuar de algún modo con el legado de su papá: la defensa pacífica del bosque.
Isidro tiene dos hermanos, el mayor, Francisco (52 años), y el menor, Trinidad (46). Al primero le tocó ir a recoger el cuerpo de su padre y fue el único que, por motivos de seguridad, asistió a su funeral.
Nada de esto sabía Aurelia, pareja de Isidro desde 2005. Lo conoció meses después de que saliera de la cárcel y dos semanas antes de que fuera a recoger a San Francisco, California, el Premio Goldman, un reconocimiento que le fue entregado al rarámuri por la preservación del medio ambiente en la Sierra Tarahumara. A esta presea se le considera el Premio Nobel de los Ecologistas. Aurelia lo vio por primera vez en una oficina, en Chihuahua, Chihuahua, trabajando al lado de un antropólogo. Ella llegó a laborar ahí y no había escuchado hablar de Isidro. No sabía que había estado 15 meses en prisión por los supuestos delitos de posesión de arma de fuego de uso exclusivo del Ejército y por tener un frasco con semillas de marihuana; de ambas acusaciones fue exonerado. Tampoco sabía que su detención vino después de que, durante un año, Isidro estuviera parando camiones con madera del cacique de la región. Desconocía que después de esos 12 meses llegó un operativo desde Parral -a más de 170 km- para apresarlo.
Juntos tuvieron dos hijos, un niño y una niña que hoy tienen 10 y 8 años, respectivamente. Aunque iniciaron su vida juntos en Coloradas de la Virgen, después se mudarían a Baborigame y Guachochi, aunque el año pasado Aurelia vivió en San Rafael, Urique, con sus hijos. Isidro regresaba algunas veces al año a su localidad de origen, se quedaba por perÍodos de hasta una semana. "Iba a hacer sus cosas, arreglaba y vendía machetes. Compraba chivos, becerros, a veces toros, y los vendía", explica Aurelia.
Por un tiempo breve vivieron en la capital del estado, pero Isidro no se sentía cómodo y regresaron a la sierra. Los primeros meses de relación, Aurelia tuvo que convivir con tres escoltas que los seguían a todas partes, fueron designados para la protección de su compañero.
La última vez que lo vio fue el jueves 5 de enero de este año. Pasaron el Año Nuevo con la familia, en San Rafael, Urique, a 130 kilómetros de donde murió Isidro. No se tomaron fotos ni se despidieron de forma especial. Era normal que Isidro fuera varias veces al año a la zona donde se encontraba su familia, su tierra, sus casas, sus chivas y sí, también su bosque.
Isidro nació ahí, en la localidad de Los Nopales, el 18 de marzo de 1966. Vivía por el barranco cuando era niño. "Con ganas, feliz. Sólo jugaba. A veces corría bola", recuerda su madre, Margarita, quien por temor no piensa volver a su casa en Coloradas de la Virgen.
A dos semanas del asesinato de su hijo, nadie le ha explicado a doña Margarita lo que ocurrió.
El Universal