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La pareja más allá del primer embarazo

Comunicación contra el desgaste

Foto: Archivo Siglo Nuevo

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REDACCIÓN S. N.

Las expectativas y la euforia que produce la inminente llegada de un nuevo miembro a la familia no deben hacer que los padres pierdan de vista los cambios que sufrirá la relación.

El arribo de un bebé modifica la vida en el hogar. Atender al nuevo integrante de la familia, brindarle los cuidados que necesita, no es un asunto menor.

Los aspectos, antes cotidianos, comienzan a ceder el tiempo y el espacio a otro tipo de rutina. La vida de la pareja puede experimentar algunos cambios; el tiempo que se dedica no es el mismo, suele presentarse una disminución del deseo de intimidad debido a los cambios hormonales o factores como una reducción en las horas asignadas al descanso y el consiguiente aumento del cansancio y el estrés.

Muchos papás y mamás primerizos se dan a la tarea de elaborar esquemas, planes y estrategias sobre la mejor forma de encarar el reto y ni por un momento reparan en que, sus ideas, propuestas y soluciones, contribuyen a deteriorar los puentes sólidos que hay entre ambos.

La atención suele centrarse en las necesidades del bebé, dejando gradualmente de lado la relación, esto puede suceder por parte de uno o ambos padres. La mayoría de los casos clínicos que se atienden tienen por común denominador la falta de apetito sexual en la mujer porque está centrada por completo en su rol de madre, generando insatisfacción y molestia en su pareja.

El embarazo, desde que empieza y hasta que concluye, influye mucho en ella, cuando está en período de gestación, el cuerpo experimenta un cambio radical y la cotidianidad, a lo largo de los meses, se vuelve un estado de excepción en el que son indispensables los cuidados especiales, la alimentación adecuada y un buen estado de ánimo ya que un desajuste podría afectar al bebé.

La crianza del nuevo ser es otra etapa que motiva de diversas maneras a la madre. Ya desalojado el vientre hay que enfrentarse a las secuelas físicas. Esto no es fácil porque, en el plano emocional, el cambio corporal, las nuevas rutinas y las hormonas desniveladas hacen una labor que, usualmente, conduce a problemas de autoestima o depresión. Sentirse “gorda” o “fea” o en una cruda soledad suelen ser pasos de esos días difíciles, especialmente cuando la familia no apoya.

Los hombres padecen de otro modo. Puede darse que problemas que se presentaron con el inicio del embarazo (como las sensaciones negativas que pueden derivarse del trastoque de la rutina), se vean reforzados una vez que nace el bebé. Es común que el varón resienta percibir que su pareja ya no le dedica la misma atención ni muestra el entusiasmo de antes hacia sus propuestas de índole sexual.

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A ese sentirse desplazado se le denomina el síndrome del rey destronado. Señales comunes de que algo así sucede son que prefiera alargar su jornada en el trabajo o que, una vez en casa, prefiera ponerse a realizar alguna tarea, alguna reparación u otra cosa cualquiera antes que pasar tiempo con la familia. Como si los factores a considerar no fueran pocos, a ellos debe agregarse que los padres primerizos no gozan de las mismas oportunidades de descanso que antes, eso significa que no duermen las horas necesarias: el bebé tiene su propio reloj y cuando lo requiere suenan las campanadas del llanto. Con esos elementos en la ecuación, los planes familiares, la convivencia, la comunicación, todo sufre un deterioro.

Las expectativas y la euforia que produce la inminente llegada de un nuevo miembro a la familia no deben hacer que los padres pierdan de vista las transformaciones que sufrirá la relación. La cuestión es encararlas con una actitud positiva y con mucha comunicación, pero no de cualquier tipo sino un diálogo en el que se digan las cosas de forma clara, concisa y en confianza.

Los acuerdos son fundamentales. Se necesita una nueva organización basada en roles que están por asumir, que no han experimentado y que deben ajustarse sobre la marcha. La responsabilidad es un recurso indispensable para que las cosas funcionen para ambos.

Hablar con claridad no tiene vuelta de hoja, hay que ser realistas a propósito de la nueva forma en que habrán de relacionarse, con el bebé y entre ellos. El objetivo es instalar una normalidad familiar en la que ninguno de los dos sienta que se aleja, o que lo alejan, del otro.

Comprometerse a fortalecer la relación de pareja significa cultivarla para que de buenos productos, reforzar sus cimientos para que se alce más sólida que antes del inicio de la nueva etapa.

Comunicarse es exteriorizar los sentimientos, en particular aquellos que perjudican por su carga de frustración, tristeza, enojo y demás sensaciones negativas.

El diálogo es la llave para comprender las emociones de nuestro compañero y también un elemento central del tratamiento preventivo contra el desgaste que deriva en rupturas.

A lo largo del proceso, los gestos son otro apartado que requiere atención. Las muestras de cariño contribuyen a forjar un nuevo equilibrio que, entre otros beneficios, reavive el deseo de lides sensuales.

Recobrada la estabilidad emocional, deben emprenderse acciones pensando en dar a cada uno su lugar y sus horas a la pareja. Una forma de empezar es que el hijo duerma en un espacio aparte (esto no significa que vayan a desentenderse de él).

Otra forma es tener “citas en casa”. Un bebé en casa dificulta la tarea de salir a divertirse, especialmente cuando se carece de alguien de confianza para cuidarlo. Las citas hogareñas significan que se hagan cosas que solían hacer en los lugares que frecuentaban, jugar cartas o ver una película, por ejemplo.

Es bastante común que el primogénito los interrumpa. Una vez que presente patrones de sueño más estables, dará a los progenitores la opción de emprender actividades con mayor confianza en el tiempo del que disponen. Cuando el niño crezca un poco más, pueden incluirlo en actividades de fin de semana fuera de los muros del hogar. Cuidar la relación también es pensar en el futuro.

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