En los últimos días, diversas expresiones de violencia fueron difundidas. Una persona de 15 años, detonó un arma de fuego en su salón de clases. Tres personas fueron heridas de gravedad. El portador del arma se suicidó. En lo local, por distintas plataformas digitales, se difundió un video donde un alumno de preparatoria intentó suicidarse. En el escenario mundial, Donald Trump, en su discurso inaugural, afirmó que él detendrá la matanza estadunidense y que protegerá sus fronteras de todas las amenazas.
Estos tres hechos provocaron una gran variedad de reacciones. Un amplio sector se ha manifestado con el efecto espejo. Es decir, rechazando violentamente las muestras de violencia. Reflejando aquello que rechazan. Así, encontramos múltiples manifestaciones de: criminalización a estudiantes adolescentes, mensajes de burla a las víctimas, invitaciones a alimentar el nacionalismo mexicano para responder al nacionalismo "gringo".
Otra reacción común es el asombro y la preocupación. Quienes viven la experiencia de la maternidad y paternidad, mayormente, expresan una particular sensibilidad a estos hechos. Se preocupan por el futuro a corto y largo plazo de aquellos a quienes llaman hijos. Otros, se organizan para realizar acciones y mandar mensajes a favor de inmigrantes, mujeres, adolescentes, y otros sectores vulnerables.
En estos tres acontecimientos, y sus diversas reacciones, encontramos diferentes estratos de la violencia, como propone el profesor Galtung (2003). Violencia directa, es decir: acontecimientos puntuales que trastocan la vida cotidiana de personas y sociedades concretas. Violencia estructural, o sea: procesos en los que las necesidades básicas son limitadas en períodos de alta y baja intensidad. Por último, violencia cultural, es la que legitima a las dos anteriores, a través de imaginarios y escenarios comunes que parecen por un largo tiempo en las sociedades. Desde aquí cobra sentido el título de este artículo.
Las violencias (mejor así, en plural). Se hace necesario distinguir las diferentes expresiones de violencias: armada, física, verbal, psicológica, económica, etcétera. Un error común es unificar todas estas formas de violencia; pensar que no tienen ningún tipo de conexión, es otro error recurrente. A distintos niveles y con diferentes motivaciones, la violencia emerge de una cultura que la adopta como agente dominante.
La nuestra. Las formas de violencia que ya apropiamos. La participación personal y colectiva en las violencias directas, estructurales y culturales. El aporte violento que pocas veces asumimos, el que dejamos de lado por falta de autocrítica o por incapacidad de verla. Nosotros mismos, esos que pocas veces incluimos en nuestra lista de responsables en nuestros análisis o linchamientos.
La de cada día. Los gestos de violencia cotidiana que nos parecen normales. Que por su frecuencia relajan nuestros límites de respeto al otro, de convivencia con los que nos encontramos espontáneamente. El grito en la calle, el bocinazo al que no se mueve, la muestra agresiva que acompaña al descontento, nuestras emociones reprimidas o expresadas en formas que lastiman, etcétera.
Los tres estratos de las violencias, nos sirven de coordenadas para detectar tanto las fuentes de las mismas, como las nuevas formas de relaciones que necesitamos construir. Relaciones donde el trámite de los conflictos cotidianos no conlleve expresiones de violencias. Quizá podemos iniciar con acciones en los tres niveles; acciones de paz directas, estructurales y culturales. Acciones individuales y/o organizadas con otros. Hechos espontáneos y/o programados que configuren en escenario cotidiano de convivencia pacífica.