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LOS MONUMENTOS Y SU PRESERVACIÓN OBLIGADA

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

A propósito de los monumentos que reafirman la identidad y el esfuerzo de los laguneros para mantener vigentes herencias del pasado, cabe destacar en estos tiempos de cerrazón oficial en Coahuila, el histórico rescate del centenario puente colgante de Ojuela, consumado exitosamente en Durango en 1992 por un equipo de trabajadores especializados dirigidos por el arquitecto Agustín Maqueo Cario.

El puente antecesor del Golden Gate de San Francisco, California y el más largo de la América Latina, fue instalado en 1890 en la sierra de Mapimí en un esfuerzo conjunto de operarios y especialistas para superar los abismos prácticamente a fuerza de brazos, trasladando pieza por pieza y de un lado a otro, cabestrantes y equipo pesado para tensar los cables, además de la madera utilizada en la fabricación de las torres que se levantan a más de mil seiscientos metros sobre el nivel del mar, o sea que se enfrentaron temerariamente a un alto grado de dificultades exponiendo su vida.

En los años 60 del siglo pasado estuvo a punto de ser desmantelado por órdenes de Peñoles, la empresa fundidora que interrumpió sus operaciones en aquella zona minera por la inundación e inhabilitación de las minas, pero un grupo de trabajadores encabezados por el minero mapimense Cecilio Hernández Ayala -como sucede ahora con los arquitectos de Torreón que luchan por la preservación del monumento emblemático que se eleva a la entrada de la llamada ciudad de los grandes esfuerzos- la compañía cedió ante las demandas razonadas de sus propios trabajadores gracias y a ese acercamiento la estructura permanece en el mismo sitio montañoso en su calidad de herencia histórica y cultural de los antiguos laguneros y como atractivo turístico para nacionales y extranjeros.

Guardadas las proporciones en materia de antigüedad pero no de representación, es válida la postura asumida por el Colegio de Arquitectos para que Torreón no pierda uno de sus ya escasos monumentos ligados a la historia local y no debe la agrupación dar marcha atrás en esta protesta justa y procedente.

Vale la pena y más intentar una reflexión profunda ante la majestuosidad del centenario puente y las montañas que enlaza a través de precipicios de más de 300 metros de ancho y cien de profundidad, la maravilla colgante "que se mece arrullada por el fuerte aire lagunero" (Matías R. Chihuahua-El Siglo 14 de enero de 1992), resulta propicia para el relajamiento físico y espiritual en medio de una naturaleza agreste con picos serranos que casi tocan el cielo.

Entre noviembre y febrero una densa neblina los cubre y ofrecen paisajes nebulosos de irresistible atractivo para la mirada humana, en especial de los fotógrafos amantes de capturar singularidades naturales en las alturas borrascosas.

Están al alcance de los laguneros que no pueden o no desean salir de su terruño en las vacaciones venideras, con una ventaja adicional: conocerán de cerca una estructura monumental producto del ingenio humano expresado a través de los ingenieros, técnicos y obreros especializados que tuvieron a su cargo el diseño e instalación del pontón en 1892 dirigidos por el alemán Santiago Mingin de quien se afirma que del mismo modo diseñó los planos del puente Golden Gate de San Francisco, California, muy parecido al de Ojuela.

Agobiadas por el peso de los años -en su primer centenario para ser precisos- las cuatro torres que sostienen el puente, hechas de madera de pino rojo de los bosques de Durango, en 1992 estuvieron al borde del colapso y con ellas el puente mismo, a causa de la degradación del añoso material que se convirtió en astillas.

Su segundo salvamento, en los años 90 -el más notorio porque su desplome era inminente- lo ejecutaron con gloria operarios duranguenses bajo la conducción del ingeniero Agustín Maqueo Cario, un profesionista defeño experto en cálculo estructural, significó el enlace de dos tecnologías en materia de ingeniería civil: la muy avanzada del siglo 19 y la coincidente del siglo 20, igual de ingeniosa y audaz como aquella.

Con una grúa de 18 toneladas de peso y una pluma retráctil de 15 metros de altura fueron removidas las desgastadas torres de madera carcomida y reemplazadas por estructuras de acero y meses después recubiertas con placas de madera de la misma procedencia para devolverle originalidad al conjunto.

La proeza la encauzó "limpiamente" el ingeniero Maqueo Cario ante la presencia de los sorprendidos representantes de la Escuela de Ingeniería del Instituto Politécnico Nacional, de la sección de Ingeniería Civil de Puentes de los Ferrocarriles Nacionales de México y del Instituto Tecnológico de Durango, los tres con prestigio de peritos calificados en ese tipo de armazones, invitados como testigos de la proeza por el gobierno de Durango y la compañía Met Peñoles, propietaria del puente y de las minas de Ojuela.

El puente colgante salva un barranco de 110 metros de profundidad y se extiende más de 300 metros de montaña a montaña en la sierra de Mapimí. Lo sostienen cables de acero suspendidos de torre a torre -ahora de 125 años de duración- cuatro en total, dos de ellas las de entrada y otras tantas las del fondo, no con el mismo daño pues se hallaban más protegidas por las montañas que les sirven de escudo contra los estragos del tiempo.

Un camino de 13 kilómetros que parte del cruce de carreteras Mapimí-Bermejillo lleva al monumento de madera y acero el cual pesa -incluyendo los cables de contraventeo- alrededor de 125 toneladas, con un camino se ascenso o descenso -según sea el caso- de 7 kilómetros entre bordes abismales y paredes de piedra.

El primero de febrero de 1992 concluyó con éxito la primera de las reposiciones y en las dos o tres semanas siguientes semanas fueron apuntalados con almas de acero los torreones restantes.

Un grupo de turistas europeos y gringos trepó a la cordillera en forma sorpresiva -ninguna autoridad les avisó que el puente se hallaba en reparación ni el camino había sido cerrado preventivamente- y por lo tanto se convirtieron en los primeros extraños que atestiguaron un trabajo de recuperación inédito en todo México.

Por cortesía hacia ellos y su propia seguridad, las obras fueron interrumpidas momentáneamente.

Entre los visitantes intrusos figuraba una pareja de nobles rusos: Alejandro Romanoff, hermano del último emperador ruso Nicolás II y su esposa, una italiana que se convirtió gracias a ese enlace matrimonial, en la Princesa Romanoff. Ambos procedían de Nueva York y todos los visitantes entraron al país en un tren especial que les proporcionó Ferrocarriles Nacionales de México, formado por dos carros pulman armados en EUA entre los años 1921 y 1926, una reliquia más en tierras laguneras.

Por eso vale la pena visitarlo y disfrutarlo antes de que se lo lleven los vientos de la incomprensión oficial -en el caso coahuilense- como se teme sucederá con el monumento del torreón.

Solo hay que adoptar en Ojuela las precauciones debidas de subida y bajada; respetar señalamientos y las indicaciones de los guardias que sirven de guías y utilizar sobre todo, vehículos en buenas condiciones mecánicas y frenos funcionales al 100%. De otro modo lo mejor es quedarse abajo o trepar a pie o a gatas por el serpenteante atajo rocoso que a veces se pierde en las escarpadas faldas montañosas; un andar que pone a prueba la resistencia humana.

Ojuela sus senderos y montañas, una opción ideal para acercarse al Cielo…

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Escrito en: Higinio Esparza Ramírez

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