Siglo Nuevo

Mathias Goeritz

Precursor de la arquitectura emocional

Maqueta de la escultura La Osa Mayor en el Museo Reina Sofí a. (Madrid, 2014). Foto: Joaquí n Corté s / Romá n Lores

Maqueta de la escultura La Osa Mayor en el Museo Reina Sofí a. (Madrid, 2014). Foto: Joaquí n Corté s / Romá n Lores

JESÚS TOVAR

Mathias Goeritz fue un artista alemán que esculpió el arte del México de finales del siglo XX, elevando sin duda el nivel espiritual de nuestra sociedad. Fue descubierto e invitado por el genial Ignacio Díaz Morales para radicar en México en 1949 y para dar clases en la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara. Su huella, su alma y su espíritu vital se han quedado entre nosotros para siempre. El poder que emana de toda su obra es constante oración plástica.

Werner Mathias Goeritz Brunner nació en Danzig, Alemania el 4 de abril de 1915 (actualmente Gdansk, Polonia) y murió en la Ciudad de México el 4 de agosto de 1990.

Escultor, poeta, historiador del arte, arquitecto y pintor mexicano de origen alemán asociado a la tendencia de la abstracción constructiva e impulsor de la "arquitectura emocional". Pasó su infancia y juventud en Berlín, Alemania, donde realizó estudios de pintura, historia del arte y filosofía. Cursó estudios de medicina en la Universidad de Berlín durante un año, pero sus inquietudes eran de índole estética por lo que estudió arte en la Escuela de Artes y Oficios de Berlín-Charlottensburg y finalmente se doctoró en Filosofía e Historia del Arte en la Universidad de Berlín. Tras el triunfo del nacionalsocialismo de Adolf Hitler, en 1936, abandonó Alemania e inició un viaje por Europa y por el norte de África. La pintura de su primera etapa está marcada por la guerra y en ella aparece la influencia de los grupos expresionistas alemanes Die Brücke y Der Blaue Reiter.

Goeritz también vivió en Tetuán, Marruecos en 1941 y se casó con Marianne Gast, escritora y compañera suya durante más de quince años.

Posteriormente se trasladó a Granada, España, en 1945, donde siguió con su trabajo al lado de importantes artistas de vanguardia de este país. En 1948 el periodista, escritor y filósofo Eugenio d Órs nombró a Mathias Goeritz miembro de la Academia de las Artes en España en reconocimiento a un proyecto que desarrolló junto con Ángel Ferrant, Ricardo Gullón y Pablo Beltrán Heredia. Con ellos compartió un profundo interés de fomentar el desarrollo del pensamiento de la modernidad partiendo desde el arte abstracto.

Su proyecto pedagógico fue llamado Escuela de Altamira. El arquitecto buscaba confrontar frecuentemente los conceptos filosóficos con la experiencia obtenida al estudiar los movimientos europeos de vanguardia. En este sentido, la emoción y el misterio podrían generar estados de ánimo que unieran a todos los seres humanos por medio de un común denominador, el arte. La Segunda Guerra Mundial había generado decepción, tristeza y pesimismo, por lo que el progreso, la modernidad, las ideas frescas y la evolución del arte eran muy necesarios en ese momento para seguir manteniendo la esperanza en el futuro. Los 'ismos' y el espíritu de vanguardia se transformaron en deseos de mayor humanidad. La Escuela de Altamira tenía el lema: “todos los hombres, por fin hermanos, se convierten en artistas”.

En su discurso de investidura como miembro distinguido de la Academia de Madrid, Goeritz criticó fuertemente a la institución y a la prensa, por lo que fue expulsado de la misma. Tiempo después le fue negado su visado en España.

SU LLEGADA A MÉXICO

Posteriormente, gracias a la recomendación del artista Alejandro Rangel Hidalgo, viajó a México. Ignacio Díaz Morales trabajaba en la construcción del programa de estudios de la entonces recién inaugurada Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara e hizo traer a una pléyade de profesores europeos.

El taller de Mathias Goeritz fue llamado el Taller de Educación Visual. La Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara se convirtió en una de las mejores escuelas del país, junto con la de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). En ella Goeritz difundió las enseñanzas de la Bauhaus y años después la Universidad Iberoamericana le encomendó la creación de su Escuela de Artes Plásticas. Gracias a él por primera vez se expusieron las obras de Paul Klee y Henry Moore en México.

En 1957 Mathias Goeritz fue invitado a colaborar con el arquitecto Luis Barragán y el pintor Jesús Reyes Ferreira para realizar juntos su obra más conocida: las Torres de Satélite. Estas fueron inauguradas en marzo de 1958 y fueron a partir de ese momento un emblema inolvidable de la nueva Ciudad Satélite. Son de la misma época las Torres de Temixco en el Estado de Morelos y los vitrales de la Capilla de San Lorenzo Mártir, también en la Ciudad de México, verdadera obra maestra de arte sacro.

En 1959 comenzó una serie de obras de dos dimensiones conocidas como Mensajes dorados”. Estas obras monocromáticas privilegian la hoja de oro como material espiritual y fueron los precursores de su colaboración con el arquitecto Barragán para el tríptico del altar principal de la Capilla de las Capuchinas en Tlalpan (1963), una de las obras más hermosas de arquitectura y de arte sacro no solo de México, sino de todo el mundo. Ese mismo año colaboró con el arquitecto Ricardo Legorreta en las Torres de Automex.

En 1968, con motivo de los Juegos Olímpicos realizados en México, Mathias Goeritz promovió la creación de un circuito escultórico urbano conocido como La ruta de la amistad en el anillo periférico de la Ciudad de México.

UNA ESCULTURA HABITABLE

En 1952 Daniel Mont, un empresario capitalino, le dijo a Goeritz: “Tengo un terreno en Sullivan 43, de unos 500 metros cuadrados. Construya algo. Haga lo que le dé la gana”. Goeritz echó a volar la imaginación y se decidió por un museo experimental y lo llamó El Eco.

Esta es una de sus obras más significativas y es considerada una obra crucial en la historia del arte moderno de México. Este edificio es una “escultura habitable” creada para que otros experimentaran bajo sus paredes irregulares y ha funcionado como galería, restaurante-bar, espacio de experimentación teatral, sede activista y museo universitario.

El Eco de Goeritz sería una reminiscencia del Cabaret Voltaire de Zúrich (1917) y compartiría con él su propósito; sería un punto de reunión para experimentar la creación artística, libremente y en convivencia. Sería un espacio abierto y transformable: museo experimental, galería de arte, teatro, espacio de danza, restaurante-bar o cualquier otro proyecto que integrara artes, artistas, visitantes, obra.

Goeritz modificó la altura y el grosor de los muros, las texturas, los ángulos, la incidencia de la luz, la ruta del movimiento. Esculpió toda su arquitectura y resultó ser una obra de vanguardia formada por un conjunto de muros ciegos que convergen en un patio interior. La fuerza del espacio está marcada por la relación del hombre con el movimiento, la perspectiva, la figura humana, la escala, los recorridos, donde el espacio es vivo y cambiante, expresivo y dinámico en términos de convivencia entre los objetos y el hombre.

En el acceso del museo hay un pasillo de 4.5 metros de largo que se estrecha paralelamente a los muros mientras que el techo que lo remata se inclina hacia abajo. Al mismo tiempo, las tablas del piso enfatizan la perspectiva gracias al corte de la duela en forma de trapecio que complementa el sentido de lo infinito y lo profundo hacia el punto de fuga, lugar donde las duelas se juntan y se reducen dramáticamente. Una pared visible desde la entrada principal remata el pasillo de acceso.

La escultura Grito (1952), titulada en varias retrospectivas del autor como Torso femenino, trabajada en madera pulida, se encontraba sobre una estructura metálica colocada en el plano posterior del vestíbulo. La figura está inclinada ligeramente hacia la derecha, se refleja sobre el gran salón. El nombre, dice Goeritz, responde a que este grito generaría un eco en el mural y se reflejaría con determinada conjunción de luz. Esta pieza y el visitante cambian conforme el movimiento físico y astronómico que se produce en el recorrido del proyecto.

Goeritz deseaba que en el museo cada artista hiciera algo que hasta entonces no hubiera experimentado. Él mismo construyó y diseñó este edificio sin ser arquitecto de profesión. En El Eco, Rufino Tamayo realizó un fresco en blanco y negro, Luis Buñuel, director de cine, trabajó como coreógrafo del bailarín Walter Nicks y su compañía de danza. Además participaron artistas como Alfonso Soto Soria, Germán Cueto, Lan Adomian, Carlos Mérida, Pilar Pellicer, entre otros. El afamado Henry Moore pintó un “Mooral” tres meses después de la inauguración del museo y hasta entonces él nunca había hecho muralismo.

El principio del recorrido dentro del edificio fue pintado en blancos y grises y posteriormente Goeritz agregó un elemento 'solar', el muro amarillo del patio. De hecho, el muro ubicado en el patio al aire libre tiene 12 metros de altura y fue cortado en su parte superior en línea recta. Esta torre impacta al verla y es muy fuerte su presencia física.

Goertiz colocó la Serpiente del Eco en un punto culminante del recorrido por el museo, es la sorpresa reservada, el minotauro del laberinto, el último paso de este recorrido inolvidable. La serpiente es una enorme escultura de acero recubierta de pintura negra que parece que se arrastra por el piso del patio y se mueve en ángulos rectos por todos lados. Contrastan bellamente sus líneas angulosas con el resto del conjunto y el patio que la contiene.

PADRE DE LA ARQUITECTURA EMOCIONAL

El Museo Experimental El Eco fue inaugurado el 7 de Septiembre de 1952, cuando el artista tenía 37 años de edad y solamente cinco viviendo en México. Mathias esculpió una obra de arquitectura excepcional que fue contestataria y vigorosa que estaba opuesta totalmente al funcionalismo en boga en aquella época en el país.

Al año siguiente de su apertura se publicó el Manifiesto de Arquitectura Emocional, siendo Goeritz el precursor de esta corriente que se caracteriza por la utilización de un diseño limpio y la construcción de torres en las que se valora enormemente el sentido escultórico sobre el funcional. Goeritz argumentaba que la arquitectura debería ser una obra de arte invitándonos a través de ella a habitar los espacios para poder apreciar y sentir distintas emociones al estar en nuevos espacios.

Factores como el color, la iluminación y el uso del agua establecen características especiales en los ambientes que agudizan ciertos sentidos en el ser humano. Cada uno de estos elementos tiene detalles que al apreciarlos de forma conjunta crean atmósferas que hacen la diferencia y nos hacen apreciar cada lugar de una manera única. No es extraño que Goeritz quisiera relacionar su experimento con la arquitectura clásica de catedrales y mezquitas o a edificaciones abiertas a lo metafísico.

Correo-e: jatovarendon@yahoo.com

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