El día estaba triste. Un cielo gris de nubes hoscas cubría el horizonte y el ramaje desnudo de los árboles era agitado por un viento frío.
San Virila vio a un niño que lloraba.
-¿Qué te sucede? -le preguntó.
-Se murió el Sol -contestó el niño entre sus lágrimas.
San Virila sonrió.
-El Sol no ha muerto -tranquilizó al pequeño-. Está allá arriba, cálido y luminoso como siempre. Ahora las nubes del invierno impiden que lo veamos, pero se apartarán las nubes y sentiremos otra vez su luz y su calor.
Luego Virila se volvió hacia unos hombres que estaban cerca y que reían por el temor del niño.
-Y ustedes -les dijo-, ¿de qué ríen? También ustedes creen que un ser querido ha muerto porque ya no lo ven. Todos habremos de morir, pero naceremos después a nueva vida. La muerte es como una nube pasajera. Más allá de las nieblas de la muerte está una vida eterna, luminosa y cálida.
¡Hasta mañana!...