La verdad es que el Señor no iba a crear a la serpiente: iba a hacer al gusanito, pero se le pasó la mano.
Tuvo que resignarse. Ni modo de deshacerla.
Aun así la serpiente no le gustaba mucho. ¡Esa piel nidria, esas escamas resbalosas, esa mirada penetrante, esa lengua viperina!
Nadie sabe, sin embargo, para quién trabaja. El mismo Señor no supo que había trabajado para sus propios designios.
Al paso de los días sucedieron cosas que hicieron que el Creador necesitara a la serpiente. La llamó y le preguntó en voz baja:
-¿Cuánto me cobras por hacerme un trabajito?
La serpiente le hizo el trabajito.
Y aquí estamos.
¡Hasta mañana!...